—Quédese quieto, señor Ledger. Puedo pincharlo si no lo hace —dice el modista que me está midiendo el traje que usaré para la boda.
Sigo sin creer realmente que voy a casarme con Gemma.
Sigo sin creer realmente que no voy a casarme con Amir.
Desde que comenzamos a salir, y un poco antes de eso, solo me veía casándome con una persona: Amir. Pero todos los deseos y planes que teníamos para nuestro futuro juntos se han ido por el drenaje.
Unos minutos después, cuando el modista ha terminado, me veo en el espejo y no me reconozco en absoluto. El chico que está en el espejo es un completo extraño ante mis ojos. Es alguien flaco y debilucho, cuyo color de cabello se asemeja al trigo cuando solía asemejarse al sol (según Amir), y cuyos ojos no reflejan nada cuando antes lo reflejaban todo.
Solo quiero ser yo mismo...
Estoy cansado de no poder ser yo.
Estoy cansado de tener que encajar en este pueblo, en esta familia.
Me siento en el suelo una vez que mi padre y el modista me dejan solo. Sigo frente al espejo, pero esta vez estoy abrazando mis rodillas.
Cuando me atrevo a ver mi reflejo en el espejo de nuevo, veo a otra persona. No me veo a mí —al menos no completamente—, pero tampoco veo a ese desconocido de antes. Esta vez, veo a un chico de diecisiete años que está roto. Un adolescente que tiene demasiadas grietas en su corazón como para poder curarlas. Veo a un chico perdido que solo quiere encontrar su lugar en el mundo, que quiere ser feliz, que... Que quiere que el dolor pare.
De repente, la imagen cambia. Ya no veo a un adolescente, veo a un niño. Un niño de unos siete años que tiene puesto un traje demasiado grande para su tamaño, demasiado ancho para su pequeño y frágil cuerpo, demasiado lleno de expectativas que él jamás podrá llenar.
Las lágrimas comienzan a rodar por las mejillas del niño, y él no las frena. Las deja caer libremente. Ese niño lo sabe. Sabe que no puede cumplir con las expectativas que su familia le puso. Lo sabe. Sin embargo, lo veo buscar algo para poder rellenar esos espacios libres que hay en su traje. Las lágrimas que empapan sus mejillas se hacen más grandes con cada almohadón relleno de mentiras que utiliza para llenar su traje.
Una vez que termina de hacer eso, se desvanece, y en su lugar, vuelvo a aparecer yo.
Lágrimas trazan un camino que empieza en mis ojos y termina en el cuello de la camisa que es parte de mi traje. No hago ningún ruido. Lloro en silencio, lamentando la muerte de aquel niño que soñaba que todo podía cambiar.
Te he fallado, pequeño Davo.
No soy fuerte.
No pude salvarnos.
No sé qué me impulsa a moverme. No sé si es el dolor, o la ira, o ambas; pero mis manos se mueven solas, empiezan a agarrar trozos de tela en firmes puños y tiran. Tiran con tanta fuerza que siento que en cualquier momento me haré daño, mas no me importa.
Ya nada importa.
Todo lo que me importaba me lo arrebataron.
Empiezo a desgarrar el traje mientras las lágrimas empapan libremente mi cara.
Tiro y tiro de la tela. Escucho el sonido del tejido rompiéndose y eso solo me motiva a seguir haciendo lo que estoy haciendo. Sé que mi padre se enojará por esto, pero no puedo parar.
No quiero parar.
Una vez que mi traje está hecho trizas en el suelo, en el cual aún sigo sentado, empiezo a pasar mis uñas por mis brazos, mi cara y mi cabello. Intento deshacerme de todo lo que hice. Intento arrancar la culpa y el dolor que siento. Intento decirme que esto es lo correcto, que tomé la dedicación indicada.
Pero si es lo correcto, ¿por qué duele tanto? ¿Por qué siento como si estuviera muriendo ahogado por mis decisiones? ¿Por qué no puedo respirar correctamente desde que le pedí matrimonio a Gemmalyn? ¿Por qué, desde ese momento, la melodía que tocaba mi corazón dejó de sonar?
Quiero volver a ser una melodía.
No me gusta el silencio.
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Hasta que nos volvamos a encontrar [#3.5]
Historia Corta"Al final, las almas gemelas se encuentran porque tienen el mismo escondite" ~Robert Brault