II

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Los días comenzaron a pasar, uno a uno, lento y con el dolor de una tortura.

—Tienes–alcanzó el picaporte de la puerta y la cerró despacio–que comer y no me digas que no tienes hambre, por favor.
—Bajo en un momento.-traté de sonreír aunque fuera un poco.
—¿Qué piensas hacer con lo que queda en la habitación?
—No tengo idea, no sé qué se hace con las cosas de alguien que... Eso.
—No importa, no te presiones, andando se enfría la comida.

Me obligaba sola a comer, papá y María habían vuelto a sus trabajos. Sabía de sobra que Mick estaba empujando demasiado el límite de días de permiso en el suyo.
Aunque cada que trataba de convencerlo de que se fuera me cállaba con un beso.
No quería ponerlo bajo más presión pero a veces me ganaba todo y lloraba de la nada, él sólo me abrazaba o me daba mi espacio.
La abuela todos los días me cocinaba una de mis comidas favoritas, también se estaba esforzando por sobrellevar la carga emocional de dos perdidas tan seguidas.

Una noche más, insomnio y llanto sin consuelo.

Salí despacio de la cama y bajé al salón, me enredé en una manta de uno de los sillones y comencé a llorar.

—Hola–se sentó a mi lado–estoy...–bostezó–estoy aquí.
   Estaba todavía medio adormilado.
—Perdón, perdón, no quería despertarte.-intenté calmarme.
—Hmm, no te preocupes, no duermo profundamente. ¿Quieres café? ¿Qué tal café y un muffin de chocolate? Quedaron algunos–volvió a bostezar–te lo traeré enseguida.
—No–alcancé su mano y lo detuve–no te vayas. Solo abrázame.
—Por supuesto, sin dudarlo.

Me invitó entre sus brazos.

Ahí me sentía segura, ahí siempre estaría segura.

—Te vas mañana, ¿Cierto?
—Sí, algo hay de eso.
—Perdón por hacer que te quedaras más de lo debido.
—No me vuelvas a decir perdón porque te voy a patear el trasero.
—Es que–me levanté y lo miré–en serio, sé que escuchas cuando hago el intento de no llorar durante las noches, te estás esforzando por no verme triste y yo...–mis ojos se llenaron de lágrimas–yo no puedo dejar de sentirme así de mal.
—Hago lo que un novio y futuro esposo tiene que hacer y eso es estar contigo durante este período tan fuerte para tu corazoncito–me dedicó una sonrisa hermosa–sé que Luciano era parte importante de tu vida, aunque eso no me cayera muy en gracia la mayor parte del tiempo, no puedo obligarte a que superes su pérdida así de rápido. Y sí, me rompe el corazón verte destrozada pero, lleva tiempo sanar y voy a estar contigo siempre.
   Sus palabras acariciaron mi corazón.
—Intento estar bien pero es muy díficil y no quiero que te aburras de mi...
—Nunca me voy a aburrir de ti, ¿Cómo se te ocurre? Vamos a estar bien, tú vas a estar bien, te lo prometo.

Lo abracé una vez más, no podía creer que lo tenía.

Regresamos a la habitación, me hizo caricias en la espalda delicadamente hasta que volví a conciliar el sueño.

Desperté sola en la cama, aunque por un momento me asusté pensando que ya se había ido, me tranquilicé cuando entró por la puerta.

—Buenos días.
—Buenos días, pequeña, ¿Cómo te sientes?
—Abandonada en esta cama tan grande.-me quejé.
—Estaba atendiendo una llamada de Don, ya está en España.
—¿España?
—Sí, los inviernos entrenamos ahí por el clima un poco más accesible que en Suiza.
—No entiendo tu trabajo–me senté–pero voy a hacer como que sí.
—Bueno–se sentó frente a mi–poco a poco te tocará entenderlo, sin prisas.
—¿A qué hora me abandonas?
—En la tarde, están terminando de alistar el avión. Pero andando, tenemos que desayunar.-me extendió la mano.
—¿Por qué hay que desayunar?–la tomé pero me quejé como niña pequeña–luego hay que bañarse también todos los días, qué martirio.
—Se llama ser adulto funcional con necesidades básicas, mi amor.-se rió.
—No me gusta, de verdad lo digo.

DAYLIGHT.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora