VII

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—¿Justin?
—¿Emma?
—Sí, soy yo.
—¿Dónde estás? Este no es tu número.
—No–me reí un tanto apenada–estoy en Berlín, llegaré en un rato más a la ciudad, ¿Crees que puedes mandar a alguien por mi al aeropuerto? No tengo cobertura en mi celular y tampoco tengo efectivo.
—Vaya–no se esforzó por ocultar su sorpresa–claro, claro yo te enviaré a alguien.
—Perfecto, estoy por abordar así que llegaré en unas tres horas aproximadamente.
—Ahí estarán esperando por ti.
   Colgué la llamada.
—Muchas gracias.-le entregué apenada el celular a la azafata.
—Ya te dije que no hay nada que agradecer, trabajé muchos años con tu abuelo y nada me hace más feliz que ayudarte.

La mujer se había acercado amable a saludarme y preguntar si yo era la nieta de Alfons Schröder, aproveché para pedirle el celular prestado y llamar a Justin.

Aterricé en tiempo y forma en mi viejo pueblo, aunque era una ciudad ahora, para mi seguía siendo un pueblo.

Salí a la sala de espera y como no, ahí estaba esperando por mi.

—Bienvenida.-me abrazó fuerte.
—Ah, Joe–acepté el abrazo–no te imaginas lo bien que se siente ver una cara conocida.
—Ay, Emma–suspiró al verme como me limpiaba las lágrimas–quisiera no darme cuenta, andando, te llevaré a casa.

Recogimos mis maletas de la banda de equipaje y pusimos camino a la finca.

—¿Qué haces por acá? ¿No estás jugando?
—La temporada terminó en febrero y la pre temporada no comienza hasta agosto, tengo mucho tiempo libre y quise venir a ver a mi padre.
—Entiendo.
—Miré lo de Mick–agaché la cabeza–¿Me aceptas un consejo?–asentí–no entres a internet, al menos no a tus redes sociales.
—Es una pesadilla.-me puse las manos en la cara tratando de no volver a llorar.
—Él está bien, no le pasó nada pero...
—No quiero saber más, Joseph, en serio lo digo.
   Cuando abrieron los portones de la finca, un mar de sentimientos arrasó conmigo.
—Ven–me abrazó al verme parada llorando–¿Segura que quieres quedarte aquí? Puedes venir a casa, papá estará encantado de recibirte.
—Estaré bien, necesito esto.
—Todo sigue intacto, solo han venido a limpiar el polvo... Las cosas de Luciano siguen ahí.
—Sí, muchas gracias otra vez.
—Eres una mujer muy fuerte, Em–le sonreí más a fuerza que de voluntad–te veré luego, ¿Sí? Mañana temprano vendré para avisarle a los trabajadores que llegó la patrona.
—Joe...
—Eres la dueña de todo esto ahora.
—Esta bien.
—Nos vemos, llama si necesitas algo ¿Sí?–asentí–cuídate y trata de descansar.-me abrazó por última vez.

Se fue dejándome sola en medio de la casa que era de mis abuelos.

Me di cuenta que todo parecía realmente estar suspendido en el tiempo.

Subí a mi habitación, estaba todo como lo había dejado la última vez. A pesar de solo haber comida de avión, me sentía con el estómago apretado.
Tomé del clóset una de las sudaderas que solían ser de mi amigo y uno de sus pantalones de chándal.
Me di una ducha helada y dejé que mis lágrimas cayeran libremente confundiéndose con la lluvia artificial.

¿Qué había hecho mal para sentirme así?

¿Qué había de malo conmigo para no poder ser feliz con Mick?

Sentía el dolor quemar por todo mi cuerpo, como si me hubieran dado una paliza entre veinte personas.

Me vestí y me metí en la cama para volver a llorar abrazada a la almohada.

¿Acaso solo era la diversión suya?

¿Por qué me había hecho tanto daño?

Ya no lo quería amar, ya no quería sentirme así por él pero, ¿Cómo lo haría?

DAYLIGHT.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora