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La familia de la reina se quedó solo unos días, mientras que los invitados de Swendway permanecieron allí toda una semana. Les dedicaron una sección en el Report, en la que hablaron de relaciones internacionales y de las iniciativas para reafirmar la paz en ambas naciones.

Cuando se fueron, llegó otra cosa la tranquilidad. Ya llevaba un mes en palacio, y me sentía como en casa. Mi cuerpo se había acostumbrado al nuevo clima. La calidez del palacio era estupenda, como estar de vacaciones. Septiembre ya casi había acabado, y por las noches refrescaba mucho, pero hacía mucho más calor que en casa. Aquel enorme lugar, con sus diferentes espacios, ya no era un misterio para mí. El sonido de los zapatos de tacón sobre el mármol, de las copas de cristal al brindar, de los guardias desfilando..., todo aquello empezaba a ser tan normal como escuchar el afinar de una guitarra o a Austin molestando a alguien.

Las comidas con la familia real y los ratos pasados en la Sala de las Mujeres eran elementos habituales de mi día a día, pero los momentos intermedios siempre eran nuevos. Pasaba mucho mas tiempo ensayando mi música; amaba el sonido del piano, y la guitarra por alguna razón sonaba mejor. Incluso comencé a practicar origami. Y la Sala de las Mujeres había adquirido un poco más de interés, ya que la reina se había presentado un par de veces. En realidad aún no había hablado con ninguna, pero se sentaba en una cómoda butaca con sus doncellas al lado, observando cómo leíamos o conversábamos.

En general, los ánimos también se habían calmado. Nos estábamos acostumbrando las unas a las otras. Por fin descubrimos las preferidas de la revista que había publicado nuestras
fotografías. Me quedé impresionada al ver que era de las que iba en cabeza. Marlee era la primera de la clasificación, seguida de Kriss, y luego estaba yo. Después de mi iban Tallulah y luego Bariel, que cuando Celeste se enteró, no le habló a Bariel durante días, pero nadie hizo ni caso.

Lo que aún provocaba tensión eran ciertos rumores que corrían por ahí. Si una había estado con Maxon recientemente, enseguida corría a contar su breve encuentro. Por el modo
en que hablaban todas, daba la impresión de que Maxon iba a tomar seis o siete esposas.

Pero no todas estaban tan eufóricas ante sus encuentros. Por ejemplo, Marlee había salido varias veces con Maxon, lo cual tenía a muchas chicas
intranquilas. Aun así, nunca volvió tan emocionada de ninguna de esas citas como tras la primera.

—Dinne, si te cuento esto, tienes que jurar que no se lo dirás a nadie —me dijo un día mientras salíamos al jardín.

Debía ser algo importante. Esperó a que estuviéramos a una distancia prudencial de la Sala de las Mujeres y fuera de la vista de los guardias.

—Por supuesto, Marlee. ¿Estás bien?

—Si, estoy bien. Es solo... que quiero que me des tu opinión sobre una cosa —soltó, con aspecto preocupado.

—¿Qué pasa?

Ella se mordió el labio y me miró.

—Es Maxon. No estoy segura de que vaya a funcionar —confesó, y bajó la mirada.

—¿Qué te hace pensar eso? —pregunté, preocupada. Ahora que ya lo había soltado, seguimos caminando.

—Bueno, para empezar, yo no... No «siento» nada, ¿sabes? No hay chispa, no hay química.

—Maxon puede ser un poco tímido. Tienes que darle tiempo. —Era cierto. Me sorprendía que ella no lo supiera.

—No, quiero decir que... no creo que «a mí» me guste.

—Oh —Eso era muy diferente—. ¿Ya lo has intentado? —Qué pregunta más idiota.

—¡Sí! ¡Con todas mis fuerzas! No paro de buscar el momento en que diga o haga algo que me haga sentir que tenemos algo en común, pero nunca llega. Creo que es guapo, pero
eso no basta como base para una relación. Tampoco sé siquiera si le atraigo. ¿Tú tienes alguna idea de lo que..., de lo que le gusta?

Una Selección DiferenteWhere stories live. Discover now