XXIII

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XXIII

Cuando desperté por la mañana, mi cabeza no tenía lugar. Me causa mucho conflicto pensar en que hubiera pasado si alguien hubiera visto a Aspen entrar en mi habitación. O si Mary se hubiera despertado. Que no le haya respondido el tirón de oreja a Maxon no significa que no podía presentarse en mi habitación. Y aunque no estábamos haciendo nada malo Aspen y yo, sabía que lo que hicimos rompe las reglas, y hay muy pocas formas de pagar con eso en Illea, y ninguna suena atractiva de ningún modo.

Era sábado, y se suponía que debía ir a la Sala de las Mujeres, pero no tenía ni un poco de ganas de encontrarme con Maxon, mucho menos de ver a Celeste. Necesitaba pensar, y sabía que con el incesante parloteo de allí abajo aquello sería imposible. Cuando llegaron Anne y Lucy, Mary les comunico que me dolía la cabeza y que me quedaría en la cama.

Fueron de lo más solícitas, me trajeron comida y me limpiaron la habitación haciendo el mínimo ruido posible. Casi me sentí mal por mentirles, pero no quería explicarles lo que había pasado ayer, y lo mucho que me dolía que Maxon no me escuchara.

Cerré los ojos pero no dormí. Intenté averiguar cómo me sentía. Entonces alguien llamó a la puerta. Me giré en la cama y me encontré con la cara de Anne, que me preguntaba en
silencio si debía responder. Me senté en la cama, me alisé el pelo y asentí.

Recé por que no fuera Maxon -temía que si tuviéramos otra discusión no fuera capaz de mantenerme tranquila y no gritar-, pero lo que no me esperaba era ver la cara de Aspen asomando por mi puerta.

Noté que inconscientemente erguía más el cuerpo, y esperé que mis doncellas no se hubieran dado cuenta.

—Disculpe, señorita —le dijo a Anne—. Soy el soldado Leger. He venido a hablarle a Lady Nadine sobre algunas medidas de seguridad.

—Sí, claro —repuso ella, sonriendo más de lo habitual e indicándole a Aspen que pasara.

Por la esquina vi que Mary le hacia una mueca a Lucy, a quien se le escapó una risita mal disimulada.

Al oírlas, Aspen se giró hacia ellas y se tocó el sombrero.

—Señoritas.

Lucy bajó la cabeza y Mary se ruborizó tanto que sus mejillas se pusieron más rojas una manzana, pero no respondieron. Pese a que el aspecto de Aspen también parecía haber impresionado a Anne, esta al menos consiguió sobreponerse y hablar.

—¿Quiere que nos vayamos, señorita?

Me lo planteé. No quería que fuera demasiado evidente, pero estaba deseando disfrutar de cierta intimidad.

—Solo un momento. Estoy segura de que el soldado Leger no me necesitará mucho tiempo —decidi, y ellas salieron de la habitación rápidamente.

En cuanto desaparecieron por la puerta, Aspen habló:

—Me temo que te equivocas. Voy a necesitarte mucho tiempo -dijo, y me guiñó el ojo.

Meneé la cabeza.

—Aún no puedo creerme que estés aquí.

Aspen no perdió un momento: se quitó el sombrero y se lanzó en mi cama como si estuviera acostumbrado a hacerlo, simplemente sonriendo con complicidad.

—Nunca pensé que tuviera que dar gracias al Ejército, pero, si al menos me da la oportunidad de pedirte disculpas, le estaré agradecido para siempre.

Lo miré extrañada. ¿Pedirme disculpas? ¿Por qué tendría que pedirme disculpas?

—Estabas asustada. Estabas asustada por todos los cambios que estabas teniendo y tú solo necesitabas un amigo, y yo fui un cretino contigo. Tu nombre salió en el sorteo y... algo me aterró solo de pensar que te perdía para siempre. Cuando no pude despedirme... creí que jamás volverías a querer verme.

Una Selección DiferenteWhere stories live. Discover now