1. Bienvenida a tu horrible nueva vida.

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Vivir a las afueras tiene sus pros, sobre todo para alguien como yo; amante de la tranquilidad y el aire fresco. Por eso no me hacia ninguna gracia tener que seguir cerrando cajas y maletas para empezar lo que mis padres llamaban una gran oportunidad a dos mil kilómetros de mi casa.

La mudanza nunca me hizo ninguna gracia, aunque poco a poco me había ido acostumbrando a la idea, y aquella última mañana me costó mucho menos de lo que pensaba. Cerré mi última maleta y vi mi habitación completamente desierta, sentí algo de vacío al recordar todo lo que había sucedido dentro de estas cuatro paredes.

Baje algo resignada las escaleras de caracol, que conectaban con la planta principal, arrastrando las ruedas por las escaleras.

- Maya, hija, no arrastres la maleta por las escaleras.

La dulce y cálida voz de mi madre resonó desde la entrada.

Cuando llegué a su altura torcí los labios y solté un suspiro.

- Tampoco importa, ya no es nuestra casa. - Dije más fría de lo normal.

Mi madre se acercó a mí y me acarició la melena castaña que caía por mi espalda, me atrajo hacia ella y apoye mi cabeza sobre su pecho mientras resistía que una lágrima cayese por mis mejillas.

Durante las tres horas de vuelo apenas hubo conversación con mi madre, ella solamente repetía constantemente las ganas que tenía mi padre de vernos de nuevo y estar en "casa".

Me sorprendí cuando salimos del aeropuerto y nos encontramos con un hombre trajeado agarrando una tarjeta con mi apellido: Miller. Durante todo el trayecto hasta lo que debería llamar "nuevo hogar", no me había parado a fijarme en el paisaje hasta ahora. Atravesábamos un precioso paseo marítimo lleno de tenues farolas que ya estaban encendidas por el incidente ocaso. Observé el vaivén de las olas y pensé que, quizás, este lugar no estaba tan mal.

Entramos en una urbanización con extravagantes casas, enormes muros y jardines. No pude evitar el gesto de desconcierto cuando, el hombre trajeado que había venido a recogernos al aeropuerto se detuvo frente a una puerta, que no tardo en abrirse automáticamente. Condujo por un corto camino perfectamente asfaltado, eché una mirada fugaz a mi madre y ella miraba con la misma expresión de incredulidad.

Cuando el automóvil se detuvo yo no dudé en abrir la puerta y asomarme. Una enorme fachada de un color blanco vibrante, con tonos amaderados, estaba frente a mí. Respiré el olor a césped recién cortado y no pude evitar sonreír, el jardín estaba en perfectas condiciones; las coloridas flores adornaban los extremos del camino mientras que, una fuente presidia la parte derecha del jardín, que estaba iluminado ya a esas horas por una hilera de balizas luminosas.

La figura imponente de mi padre apareció a través de la puerta principal, y con una de sus radiantes sonrisas bajo el escalón para acercarse a nosotras.

- Bienvenidas. - Sonrió él satisfecho.

- Dios mío, Henry. Esto es, es, es una locura. - Balbuceó mi madre ensimismada viendo la edificación sin poder borrar la sonrisa de su rostro.

- Te prometí que era una oportunidad que no dejaría escapar, cielo. - Respondió mi padre besando a mi madre fugazmente y agarrándola de la cintura. - Ahora, con vosotras aquí, ya lo tengo todo. ¿Qué te parece, Maya?

Salí de mi ensimismamiento y miré a mis padres.

- Es... es diferente. - Dije sin saber muy bien que decir. No pude evitar comparar aquel lugar con mi antigua casa.

- Te acostumbraras, aquí tienes el espacio que necesites para tocar el piano, pintar, nadar, hacer deporte, descansar. Todo lo que necesites. - Agrego mi padre acercándome a él y quedando así los tres en una estampa familiar idílica.

Entrelazados.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora