14. La reina de las malas ideas.

6 2 0
                                    

Me removí sobre las sábanas y abrí lo ojos con pesadez.

- ¿Cómo estas?

La voz de Sean resonó en mi cabeza y cuando me giré estaba a mi lado, sentado sobre la cama.
Asentí con dificultad y él se levantó para agarrar un vaso.

- Tómate esto. Lo he pedido hace poco, no sabía qué sabor te gustaba, así que lo pedí de naranja. - Agregó él tendiéndome la bebida.

Me incorpore un poco y lleve el líquido a mis labios.

- Gracias. - Respondi con la voz pastosa.

- ¿Hace cuánto que no comías nada? - Me preguntó algo molesto.

Y en ese instante lo pensé; con el incidente de la cena no había tomado casi ni los entrantes, y Lena y yo no comimos porque se nos hizo tarde en la playa.

- Mucho.

- Voy a pedirte algo. - Dijo él llamando a recepción.

- No hace falta. Estoy bien. - Rebatí.

Sean me amenazó con esos ojos oscuros que cada vez me gustaban más y se aparto para poder hablar por teléfono.
No haber comido en tanto tiempo y sumado al día de playa, la tensión de la cena y la noche en el mar, habían acabo conmigo y mi cuerpo no podía más. Un bajón de azúcar muy merecido.

Después de comer lo que Sean había pedido para mi, volví a quedarme dormida sin ni siquiera darme cuenta. Tan solo fui consciente cuando los rayos de sol atravesaron el cristal de la habitación y me despertaron, ya por la mañana.
El moreno dormía al otro lado de cama. Su pecho subía y bajaba al compás de su respiración, era hipnótico verlo. Sus facciones junto a los rayos del sol me daban una imagen que tardaría demasiado en borrar de mi memoria; sus labios estaban entreabiertos y se notaba una suave espiración, su brazo rodeaba mi cuerpo y no puedo negar que pesase pero no me importaba, sentirle cerca me hacía sentir bien y aunque en parte me molestase tenia que aceptarlo.
Sean para mi era una persona completamente diferente en apenas unos días. Había pasado de ser un tipo detestable, frío, egoísta y fanfarron a un chico que se preocupaba, me prestaba atención y cuidaba de mi.

Cuando intenté levantarme apartándome de él, su brazo tiro de mi cuerpo pegándome de nuevo al suyo. Sean gruñó y enterró su rostro entre mi pelo y la almohada.

- ¿De donde viene toda esa luz? - Preguntó con un tono adormilado que me encogió el corazón.

- Se llama ventana y sol. No sé si sabes lo que es.

- Ya veo que hoy alguien se ha despertado graciosa.

- Siempre soy graciosa. - Rebatí.

- Bueno... - Vacilo él.

Le di un golpe suave y él se quejó exagerando.
Cuando por fin elevó la cabeza se me quedo mirando unos segundos; su pelo estaba revuelto, sus ojos brillaban y soltó un bostezo que me contagió. Cuando yo bostece él soltó una risa cálida y mostró su perfecta hilera de dientes, no era tampoco muy habitual verle así, pero cada vez más veces lo hacía frente a mi, su sonrisa era preciosa, digna de anuncio de dentífrico, y me gustaba verlo bien, me gustaba el nuevo Sean.

Él se incorporó con pesadez.

- Necesito lavarme la cara para despejarme. - Dijo.

Se introdujo en el baño y abrió el grifo del lavabo. Su teléfono, que estaba sobre la mesita, comenzó a vibrar.

- Te están llamando. - Le informé aún tumbada en la cama.

Entrelazados.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora