4. El vino tinto desaparece con vino blanco.

9 2 0
                                    

Me desperté sobre mi cama con un dolor horrible, aún seguía con la ropa de anoche y mi móvil estaba tirado en el suelo junto con mi bolso y zapatos. Estire el brazo intentando hacer el mínimo esfuerzo y agarre el teléfono. Tenía varios mensajes de Lena disculpándose por lo de anoche y preguntándome si había llegado bien, otros eran de Liam obligándome a que le contara todo.
Me incorporé con dificultad en la cama y un punzante dolor en la sien hizo que me quejase por lo bajo.
Fui al baño y me introduje en la ducha para intentar quitarme el horrible olor a alcohol.
Después de ponerme ropa cómoda y entrelazar una trenza en el pelo mire la hora; Eran las cinco de la tarde, había dormido demasiado y me había pasado hasta la hora de la comida.

Baje a la planta principal y Amelia estaba colocando los cojines del sofá en su sitio.

- Veo que ya ha despertado. ¿Necesita algo? ¿Unas tortitas? - Me preguntó con un tono maternal.

- Hoy no te voy a decir que no. - Acepté con la voz ronca.

Ella sonrió satisfecha y se apresuró a la cocina, yo la seguía arrastrando los pies hasta que me senté en uno de los taburetes de la isla.

- Con chocolate por favor. - Indiqué y apoyé mi cabeza contra los brazos.

Mientras las sartén se calentaba, Amelia llenó un vaso de zumo y me lo colocó cerca junto a una pequeña pastilla blanca.

- Gracias. - Dije y me tome el fármaco acompañado del dulce líquido. - Ayer me trajo Sean ¿verdad?

Amelia sonrió mientras vertía la masa.

- Así es, señorita.

- ¿Mis padres lo saben? - Pregunté.

- Creo que no y no tienen porque saberlo si usted no quiere.

Amelia sirvió tres tortitas en un plato y lo decoró con chocolate y nata.

- Gracias, Amelia.

Lena vino a pasar lo que quedaba de tarde conmigo. Aún era septiembre, y el calor permitía darse un buen baño en la inmensa piscina de mi jardín trasero.

- Ayer fue una locura. - Dijo Lena acomodándose en la tumbona.

- Y que lo digas. - Conteste con ironía mientras recibía vitamina D y mi cabeza aún estaba afectada.

- A ver, podría haber acabado mejor la noche. Pero el conjunto fue completamente genial.

- Díselo a mi maldita resaca.

- Dios, Maya. Aún no me creo que nos coláramos en casa de Caleb Davis.

- Ojalá no hubiera pasado.

- Y cuando apareció el jodido Sean Grant. Es que no me lo puedo creer, quiso pedirme un taxi, a mi, Sean Grant quería pagarme un taxi. - Dijo con ilusión.

- No es tan increíble como crees. Solo es medio guapo.

- ¿Medio guapo? Maya tienes que ir a un oculista a que te gradúe la vista. Es guapísimo, altísimo, fuertísimo, está tremendo. - Agregó casi derritiéndose y yo no pude evitar soltar una risa con gracia. - Cuando me preguntaste en la playa quien era no sabía que le conocías.

- No le conozco, bueno si, pero es raro. - Comencé a explicar. - Nuestros padres son socios para un importante proyecto y el primer día tuvimos una cena con su familia. Si a eso quieres llamar conocer, pues si, le conozco.

- ¿Te trajo a casa? - Me pregunto con picardía.

- Lo hizo, o eso dice Amelia. - Admití. - Aún tengo la mente un poco borrosa.

Entrelazados.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora