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Durante años, Athena creyó que su única debilidad era y siempre sería Oliver. Claro que no contaba con que algún día su camino se cruzaría con el de Chris Evans. Ahora ese hermoso hombre se había convertido también en un punto débil para ella, tenía que serlo, de otro modo no entendía porque no podía gritarle que se fuera de Hawaii si estaba en todo su derecho.
Luego de haberlo encontrado inesperadamente en la playa, fueron al restaurante del Hotel a cenar. Athena no abrió la boca en toda la noche, a decir verdad, se sintió un poco cómo la tercera rueda con Oliver y Chris parloteando tan emocionados. Esa fue otra de las cosas que intentó ignorar, qué su hijo sonreía de verdad, con las mejillas abiertas y los ojos brillantes, cómo hace semanas no lo hacía.
Antes de darse cuenta, Chris estaba pagando y ellos levantándose para poder marcharse. La abogada no sabía que seguía a continuación y el actor, que estaba a punto de proponer un paseo por la Bahía, se cortó a sí mismo al notar que Oliver bostezaba y se tallaba los ojos con las manos cada dos por tres.
—Deberíamos ir a dormir ya.
—Pero, mamá...
—Oli, estás a punto de caer dormido. Vamos a que te acuestes y ya mañana haremos lo que tú quieras ¿Vale?
El ojiverde alzó la cabeza y la miró con los ojos entrecerrados.
