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«Vamos, vamos, vamos».
Colin recibe el balón, dando un salto para atraparlo cuando se lo lanzan. Comienza a correr sobrepasando la mitad del campo, y está por llegar a la zona de anotación para hacer un punto cuando dos sujetos enormes lo derriban. Todo el estadio emite un sonido de asombro mientras sin darme cuenta, me llevo la mano al corazón al verlo retorcerse de dolor sobre la hierba.
El capitán del otro equipo, quien fue uno de los que lo derribó, se inclina un poco y le dice algo con burla. Colin se levanta enseguida, pero la mueca de dolor no desaparece de su rostro. Le hace frente, chocando su pecho con el suyo. El otro le devuelve el golpe y pronto se unen miembros de ambos equipos, deseando pelear. Sin embargo, el árbitro se interpone y los separa.
El partido no ha sido nada fácil; ha sido violento. El equipo contrario no ha dejado de cometer faltas contra Brown. Y, por otro lado, los de nuestra universidad tampoco se quedan atrás, vengándose cada vez que tienen oportunidad. El árbitro decide que no hubo falta, lo que lleva a parte del equipo de Brown a confrontarlo, recriminándole su decisión. Rodean al árbitro, excepto los de Yale.
En ese momento, el árbitro le advierte algo a Colin, quien parece maldecir en respuesta. Parece que lo ha amonestado por su actitud y le ha hecho alguna amenaza de penalización. Las penalizaciones varían en este deporte (lo he aprendido con el tiempo yendo de partido en partido). La peor sería la expulsión, ya que dejaría al equipo con un jugador menos, sin posibilidad de reemplazarlo en el campo.
Regresan a sus posiciones y el caos se reanuda cuando lanzan el balón. Algunos corren mientras la defensa de ambos equipos ataca. Mis ojos se centran en una persona en particular, una que es golpeado cada vez que tiene el balón y derribado con golpes claramente destinados a lastimarlo.
Yale lleva la ventaja y si el marcador sigue así, ganarán. Sus porristas animan y dirijo una mirada a la capitana, quien me guiña un ojo burlonamente mientras celebra el recién punto de su equipo.
Comienzo a sentir inquietud y en el medio tiempo, ingreso a la cancha sin pensarlo cuando los equipos se dirigen al túnel, con destino a los vestuarios. Troto para alcanzar a Colin antes de que se pierda dentro. Me mira molesto cuando lo tomo del brazo, pero de inmediato su expresión se suaviza al reconocerme.
—Sé que no soy una experta en esto, pero creo que no dejarán de derribarte si siguen pasándote el balón a ti. —Arruga el ceño sin comprender, mientras su entrenador le grita enojado para que se apresure. Aun así, Colin permanece inmóvil y sigue mirándome, su rostro sudoroso y su cabello pegado a la frente, sosteniendo el casco con una mano—. ¿No lo notas? Pareciera como si a veces el objetivo ni siquiera fuera el balón, Colin. —Su ceño se frunce aún más
—¿Sabrías decirme quiénes?
Señalo detrás suyo con el dedo disimuladamente.
—El noventa y uno y el noventa y nueve. —Voltea un poco la cabeza y los observa cuando estos pasan por detrás de él hacia los vestuarios—. El capitán, el número doce, también pareciera como si te tuviera en la mira, aunque este parece hacerlo solo para enfadarte.
—Sí, no me sorprende viniendo de Nathan —responde, volviendo a mirarme a los ojos.
—¿Quién es Nathan?
—El capitán. —Me sonríe sin mostrar los dientes al ver mi gesto, el cual fue como de un «Ah, entiendo», junto con una cara risueña.
Me mira fijamente y hago lo mismo, preguntándome en qué estará pensando.
—¿Por qué me miras así? —Llevo las manos detrás de mi espalda y uno los dedos.
—¿No puedo mirarte?
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SOLO UN JUEGO
RomanceLa llegada de Kiera al primer año universitario fue todo lo que ella había soñado, pero nunca imaginó que su mundo se complicaría tanto al conocer a Colin, el apuesto y popular capitán del equipo de fútbol americano de la universidad: odioso, extrem...