12. SIEMPRE TUYO

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Escucho el llanto de mi madre desde el otro lado de la línea, con la mirada perdida en la tele prendida sin sonido. A unos pasos de mi posición está el poderoso alcalde de Palermo, hablando con mi padre sobre estrategias, como si no fuera él quien se encargara de desbaratarlas después.

«Hipócrita»

«Mentiroso»

Me remuevo en mi sitio y mis caderas se resienten al mismo tiempo que una punzada me ataca directo a la entrepierna.

«Bruto»

«Desgraciado»

De un momento a otro clava sus ojos gélidos en mi rostro y, como la estúpida que soy, tiemblo en el acto.

«Aterradoramente imbécil.»

—¿Cariño, sigues ahí? —la voz más calmada de mi madre me saca momentáneamente de mi obnubilación.

—Mamá, debo dejarte —suspiro frustrada de la forma más disimulada que puedo permitirme dada las circunstancias—. Y no te preocupes, de verdad estoy bien...

Muero por preguntarle sobre lo sucedido hace cuatro años y decido colgar sin esperar respuesta, antes de que lance la bomba por teléfono.

Enfoco la vista en la televisión y me pierdo entre mis pensamientos. No dejo de darle vueltas a las palabras de Christos, a las de mi padre, a los recuerdos del pasado... Me detengo cuando no soporto la mezcla de emociones y vuelvo a empezar. Es una puñetera película de terror sin final.

Tiene que estar mintiendo. Christos tiene que estar mintiendo. Mi padre no pudo haberme hecho esto. Me quiere demasiado como para hacerme semejante daño. De no ser por la compasión de Paulo... —y Christos según él— estaría muerta. Era lo que dictaba la ley.

«Yo te salvé la vida.»

Rememorar las últimas veinticuatro horas es una tortura y mientras más pienso, mayor sentido le encuentro a la versión que menos me gusta y me duele, me duele tanto que me deja encogida en mi sitio.

No quito los ojos de la película muda. Soy consciente de su mirada, me está quemando sin saber que eso es precisamente lo que quiero: incinerarme hasta volverme cenizas. Solo dejaré de sentir toda esta dolorosa carga si dejo de existir.

Ni siquiera sé bien qué demonios estoy haciendo. ¿Por qué no lo maté? Era tan fácil apretar el gatillo y no iba a ser la primera vez que disparaba... ¿Por qué leches no lo hice entonces?

Hay algo en él —y no es el miedo— que me hace dudar. Algo que no veía hace años. Haber follado como conejos no me ayuda a descubrirlo. Por el contrario, me confunde.

Necesito aclararme la cabeza. Necesito pensar muy bien qué es lo que voy a hacer. Pero primero tengo que saber la verdad y me temo que no podré hablar con mi madre sobre el tema hasta que regresemos a casa. Y eso solo pasará cuando vea a Isabella sana y salva.

—¿Dónde está mi hermana? —cuestiono de repente, llamando su atención. Él en respuesta arquea una ceja con prepotencia, dándome a entender que no me va a decir una mierda—. Dijiste que no le tocarían un pelo.

—Entonces no me hagas preguntas estúpidas.

—¿Dónde está? —insisto indignada de manera repentina.

—Donde yo quiero.

La furia opacada desde hace unas horas por la confusión renace. Mi cuerpo toma vida propia, se levanta de un tirón y lo alcanza en tan solo tres pasos. Él por el contrario no se mueve, no se inmuta, se mantiene en la misma posición relajada y confiada, con su mirada petrificando todo objeto que se le plante delante... menos yo. A mí ya no puede controlarme.

Peligrosa TentaciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora