17. VOY A DOMESTICARTE

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Pongo los ojos en blanco y bebo de mi copa como si no estuviera presente. Sin embargo, él me arrebata de un tirón.

—No haré la pregunta dos veces —sisea cabreado y su mirada oscura me da una idea de las miles de formas en las que quiere asesinarme, pero como sé que no lo hará, me da igual. 

Tal vez si no tuviera cuatro caipiriñas y tres margaritas en el estómago temblaría y le respondería temerosa, pero el alcohol me ha resultado un buen aliado a la hora de huirle al miedo.

—Yo no hago esto, no permito lo otro... —bufo con una muestra de desagrado—, todo se hace cuándo, dónde y cómo a mí se me da la gana... Eres un aguafiestas amargado, Christos Parisi. Mírate —le doy un repaso visual de pies a cabeza, con una ceja alzada en señal de altanería—, treinta y siete años, político mafioso y soltero. A estas alturas deberías tener esposa y cuatro hijos y estás más solo que el perro sarnoso que acabo de ver en la esquina. Todo porque ninguna mujer te soporta.

Pego un grito cuando de un momento a otro me toma por el cuello e incrusta sus labios contra los míos.

Muerde mi labio inferior con fuerza hasta abrirme la piel y luego chupa como si fuera un puñetero vampiro sacándome toda la sangre de mi organismo. Trato de separarme, de no responderle el beso, de golpearlo... pero es una jodida mole de piedra que me tiene inmovilizada entre sus garras.

—Esta ofensa te costará cara —murmura separando si boca.

Me ha roto el alma, después el coño y ahora el labio... ¿Qué sigue? ¿Se puede ser más bruto, más animal, más... bestia?

Quiero seguirlo ofendiendo, decirle hasta del mal que va a morirse... Sin embargo, por primera vez soy consciente de que con cada mala palabra que sale de mi garganta me perjudico más a mí misma.

—¡Vete a la mierda! —le suelto todavía sin poder moverme. Tiene mis muñecas aprisionadas con sus manos—. ¿Por qué no estás cenando con tus amigos psicópatas en la casa grande? ¿No me digas que también estás castigado?

Si estuviera dentro de una caricatura, apuesto a que ahora mismo Christos Parisi fuera un toro salvajes de cabeza colorada, ojos ensangrentados y estuviera echando tanto espuma como humo por las orejas y la nariz.

Entonces, cuando pienso que va a olvidar su tortura de mantenerme viva, vuelve a la actitud fría y chasquea la lengua repetidamente mientras niega con la cabeza de lado a lado.

—Sigues cometiendo un error tras otro, guapa —la voz le sale tan fría que parece activar mis fibras nerviosas inhibidas por el alcohol—. No aprendes ni escarmientas y continúas viviendo en tu mundo color de rosa.

—¿Color de rosa? —me río en su cara con rabia—. No tengo amigos, ni pareja, ni familia... Ni siquiera puedo disponer de mi propia vida, ¡porque soy tu maldita esclava! —mi tono de voz va aumentando gradualmente hasta llegar a los gritos—. Mi mundo es rojo vivo como la sangre y en parte es gracias a ti.

—Pues a partir de ahora será negro —su ronco susurro en el oído antes de liberarme al fin para levantarse se escucha como un juramento inquebrantable—. Arriba, que no tengo toda la noche.

—Yo no voy a ir a ningún sitio.

Me pone en pie de un simple tirón en la mano y me lleva a rastras hasta cruzar una puerta que da a un pasillo oscuro. Entonces, cuando me dispongo a articular la primera palabra, me besa. Me empuja contra la pared ardiente por el jodido clima de la isla y escucho el sonido de la tela al rasgarse antes de sentir sus manos en mi entrepierna.

No puedo creer que me esté excitando. ¡No puedo creer que el muy infeliz me esté gustando! ¡Esto no me está pasando!

Pero sucede, gimo contra su boca y por mucho que me duela la entrepierna, cada vez que golpea mi sexo con la palma de la mano abierta, mi interior se contrae. 

Peligrosa TentaciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora