16. TENTAR A LA BESTIA

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Mi espalda golpea la pared y automáticamente tengo su boca unida a la mía en un desesperado beso, uno que no dudo en corresponder como si no hubiera ingerido alimento en semanas y él fuera un pedazo de pan. Su actitud dominante y su fuerza desmedida no hace más que mojarme cuando sé que deberían molestarme, pero no puedo evitar encenderme como un mechero cada vez que respira sobre mí, cada vez que me toca, cada vez que me besa... 

Christos rompe el beso con brusquedad, dejándome la cara ardiendo mientras que baja sus labios a mi cuello. Comienza a succionar y a lamer por todas partes, dejando marcas a su paso, al mismo tiempo que sus manos toman con fuerza mis caderas, evitando que pueda escaparme de sus afiladas garras.

Los gemidos no dejan de salir de mi boca a la vez que su lengua y dientes me avasallan sin dejar un espacio de piel libre de verdugones rosas.

—Nadie más que yo te va a tocar a partir de ahora, Caeli —su voz sale enojada, dura, imperativa contra mi piel y sus manos bajan por mi cuerpo hasta adentrarse por debajo de mi vestido y tomarme de las nalgas con agresividad, obligándome a pegarme más a él.

El prominente bulto debajo de los pantalones se restriega una y otra vez contra mi bajo vientre, golpeándome como si fuera una masa de hierro macizo.

Me saca un potente gemido y me obliga a llevar las manos a sus hombros para buscar la estabilidad que han perdido mis piernas.

—Te odio —siseo sin aliento.

—Ódiame todo cuanto quieras —gruñe con una mezcla de ira y deseo para luego incrustar con más ímpetu sus enormes manos contra mi trasero y tirar de mí, elevándome levemente en mi lugar y obligándome a envolver las piernas en sus caderas—. Odiarme no te hace menos mía.

Presiona mi espalda con una bestialidad impresionante y pegan su potente erección contra mi entrepierna. Solo una fina braguita nos separa y cuando simula sus embestidas me saca un pequeño grito de puro frenesí. El botón de sus pantalones fricciona mi clítoris.

Su longitud se alinea contra mi entrada, consiguiendo volverme loca y comenzar a besarle con una agresividad similar a sus movimientos animales, exigiéndole que que acabe la tortura y me folle de una vez.

¡Joder, esto mal! Pero incluso siendo consciente de ello... no puedo detenerme.

Balanceo las caderas al compás de sus movimientos hasta que en un rápido y certero empuje, logra introducir la mitad del falo, sacándome un chillido en el acto. El dolor me obliga a separar nuestras bocas y bajar la mía a su cuello para morderle e intentar amortiguar la quemazón.

¡La madre que lo parió! ¿Cuánto le mide? ¿O acaso es la posición? Me duele incluso más que la vez en Moscú...

Un sonido extraño y estrangulado escapa de su garganta mientras ambos somos conscientes de cómo mis paredes le aprietan.

¡Oh mi Dios! ¿Qué clase de prueba es esta? 

Estoy desmayada a punto de alcanzar un orgasmo y pensar de que todavía le queda media polla afuera... me causa pavor.

Todo me da vueltas, mi respiración es un desastre la entrepierna me late.

No voy a poder, no voy a...

—¡Maldito animal! —grito cuando me aprieta el culo y con un movimiento inesperado me obliga a bajar para absorberle por completo.

«Ahora sí me rompió el coño.»

Lo peor de todo es que al parecer soy una jodida masoquista, porque al instante me dejó ir con un ataque convulsivo digno de una epiléptica en plena crisis. 

Me quedo medio grogui en tanto siento cómo me mantiene empalada, haciendo un festín de Día de Acción de Gracias con mis pechos. Sigo abrumada, pero despierta cuando me eleva para salir de mí... solo para empujarme con la misma brutalidad de antes. Chillo, hasta sollozo por el dolor, pero me gusta. ¡Maldición, me gusta tanto como me duele!

Peligrosa TentaciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora