5. EXTRAÑA CERCANÍA

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¡Maldito capullo de pacotilla!

Me ha dejado sola en medio de la nada... ¡y en pijama!

Lo maldigo una y mil veces mientras camino por el borde de la carretera. La brisa del mar no solo me refresca más de la cuenta, sino que encima hace que el pelo se me meta entre los ojos.

¡Lo odio, lo odio, lo odio!

<<Mentirosa>>, me reprocha mi subconsciente.

—¡Cállate y déjame en paz! —estoy tan cabreada que termino gritándome a mí misma. Las luces de un coche aparecen a la distancia y si me diera tiempo de arrodillarme en señal de gratitud lo haría, pero apenas alcanzo a sacar la mano para detenerlo. Sin embargo, cuando reconozco al conductor golpeo el suelo con un pie y sigo caminando entre maldiciones. El muy imbécil desacelera y conduce el auto en cámara lenta para ir a mi paso—. ¡Si vienes a amenazarme puedes perderte por donde has venido!

—Te advertí que...

—¡¿Cómo voy a mantenerme lejos si no me dejan en paz?! —exploto como una tetera a la que le han echado demasiada agua y hierve a borbotones—. ¡Deberías amenazarlos a ellos en vez de a mí!

—Sube al auto —ordena con el tono seco que acostumbra luego de frenar el auto por completo.

—¡Deja de joderme la existencia! —sigo caminando, dejándolo atrás—. ¡Me tienes harta!

—No te lo voy a pedir dos veces, Caeli.

—¡Vete a la mierda! —le grito apresurando mi paso.

En menos de una décima de segundo lo tengo encima mío, echando humo por la nariz como un toro salvaje.

—Cuidado, guapa —sisea entre dientes—, porque yo no soy ni mi hermano ni mi primo. Si te digo que subas, subes.

—Ni aunque me lleves a rastras, imbécil —levanto la barbilla altiva, en una clara demostración de desafío.

—Conste que tú lo has pedido.

—¡¿Pero qué haces, pedazo de torpe?! —chillo cuando me toma de la cintura y me sube a sus hombros—. ¡Suéltame! ¡Maldita bestia de pacotilla!

Le pego con los puños, luego saco las uñas al mismo tiempo que doy patadas a diestra y siniestra y en una de esas, el idiota pierde el equilibrio, haciéndonos rodar por el suelo.

Mi espalda golpea el asfalto de la carretera, mi cuerpo queda aplastado por completo con el suyo y su rostro... su rostro está demasiado cerca del mío.
Quiero hablar, quiero moverme, quiero respirar... pero no puedo hacer absolutamente nada más que quedarme ahí, como una estatua, como si acabara de toparme con Medusa. Estoy petrificada, o en todo caso, hipnotizada.
Christos Parisi tiene los ojos de un color muy extraño. No son del típico azul, sino de uno demasiado oscuro, tanto que hasta hace unos segundos juraría que eran negros.

<<Huele a cítricos.>>

Tengo sed, la saliva se acumula en mi boca, pero no puedo tragar. ¡Sigo inmovilizada!

Su boca roza mi nariz, contengo el aliento y el tiempo simplemente deja de correr.

Una eternidad después, el sonido de un motor nos toma a ambos por sorpresa, haciéndonos pegar un salto cuando el vehículo pasa de largo.

—¿Sabes qué? —su voz me hace temblar como si acabara de encerrarme en un frigorífico—. Haz lo que quieras.

Vuelve al coche y lo prende dispuesto a dejarme. Entonces, tras un suspiro y sin pronunciar una sola palabra, me subo al asiento trasero, tan lejos de él como puedo, con la mente completamente en blanco.

Peligrosa TentaciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora