21.¿ME AMAS?

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Dejo escapar un suspiro cuando compruebo que mi hermana está dormida y le beso la frente antes de levantarme de la cama con extremo cuidado para no despertarla.

Me quedo de pie por un tiempo, contemplándola en silencio y cuando la primera lágrima me corre por la mejilla la aparto de un manotazo. Soy una jodida llorona y estoy harta de serlo, pero simplemente no puedo evitarlo. 

A Emilia le están jodiendo la vida... Nuestro propio padre se la está jodiendo.

—Mamá —me la encuentro al final del pasillo. 

El momento es un poco incómodo, sobre todo porque ninguna de las dos sabemos cómo actuar o cómo comportarnos alrededor de la otra. Nuestra última conversación sigue suspendida en el aire y ella luce cada vez más apagada. ¿Y si...? ¿Y si mi padre le ha hecho algo?

—Está sucediendo otra vez —murmura ella en voz baja—. Lamento que estéis pasando por esto. Lamento no haberos dado la vida que merecéis.

Echo un vistazo en derredor y aunque no veo moros en la costa, de igual forma tiro de su brazo para meternos en mi habitación. Hasta donde sé en el pasillo del segundo piso no hay cámaras... pero no está de más precaver. Desgraciadamente y aunque me cause un profundo dolor, ya no confío en mi padre.

—Hey —la tomo de los hombros para abrazarla—. Deja de disculparte por cosas que no dependen de ti.

—Incluso ahora... eres tú quien me está consolando —derrama silenciosas lágrimas, haciéndome ver de dónde viene mi lloriqueo constante. Lo he sacado de ella—. Vosotras hacéis más de madres que yo.

—Mamá —la tomo de las manos y la obligo a mirarme mientras trago saliva con dificultad. Me cuesta y no sé si quiero saber la respuesta, perno necesito sacarme de dudas—, ¿mi papá te ha hecho algo...? —no encuentro las palabras correctas y me vuelvo un desastre—. Me refiero a... 

—¿Si me ha agredido de alguna forma? —es ella quién termina preguntando y yo asiento. Entonces, muestra la sonrisa más sincera que he visto en su expresión durante toda mi vida—. No. Al menos no intencionalmente. Me quiere... a su manera.

—¿Y tú le quieres? —cuestiona.

—Esa es una pregunta demasiado compleja como para contestarla —aprieta en agarre de mis manos, invirtiendo las posiciones—. No pude salvar a Isabella y lo voy a lamentar el resto de mi vida..., pero aún estoy a tiempo de libraros a ti y a Emilia. Podéis iros de Sicilia, entre las dos podemos convencer a Ugo. Él te escucha a ti más que a nadie, tal vez con un poco de presión...

No lo creo, pero no se lo digo. No voy a matar su esperanza y tampoco la mía. Necesito sacar a mi hermana de todo esto.

—¿Y qué hay de ti? —cuestiono—. ¿Quién te salva a ti?

—No puedo dejar a Ugo.

—¿Por qué?

—Por amor.

Su respuesta me deja estupefacta y llena de dudas, las cuales, por lo visto, ella no pretende aclararme.

—Haré todo cuanto esté a mi alcance para convencerlo..., pero no te prometo nada —le beso la sien al mismo tiempo que la escucho suspirar—. Tengo que irme.

Ahora veo tantas cosas en ella que no veía antes. Más allá de la tristeza, parece llevar una carga demasiado pesada encima, un viejo baúl lleno de plomo y aunque a veces flaquea, aunque a veces se cae, no lo suelta. Simplemente se recompone y lo soporta de manera estoica.

Agradezco no encontrarme a nadie familiar en mi camino hacia la salida de la mansión. Me subo a mi auto y aun sabiendo que alguien me seguirá, conduzco hacia la propiedad de los Bellini.

Peligrosa TentaciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora