24.LO PROMETO

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El silencio reina en la habitación mientras paseo las yemas de mis dedos por el torso desnudo de Christos Parisi. El intimidante, frío y cruel alcalde de Palermo me está permitiendo algo tan íntimo y delicado como acariciarle la piel. Lo más sorprendente es que no hay rastro de la tensión que generalmente domina sus gestos. Está de lo más relajado después de una larga y placentera sesión de sexo desenfrenado.

Podría tener esto y más. Podría hacer de lo que vivimos aquellos días en la isla mi rutina diaria... Me lo ha propuesto.

Yo me quedaría en Icaria, en la cabaña que tanto me ha gustado, mientras el caos se desata aquí en Sicilia y él me visitaría iría a ver cada vez que pudiera.

La garganta se me cierra, la piel se me eriza y las lágrimas de esperanza amenazan con salir cada vez que lo pienso. Porque es lo más parecido a una vida normal que alguna vez soñé, porque, contra todo pronóstico, no puedo evitar imaginar un futuro después de tanta tragedia y dolor... un futuro en el que él y yo estamos juntos. ¿Acaso es posible?

—Tres minutos —dice de pronto, descolocándome más de lo que ya estoy.

—¿Qué...?

—Te doy tres minutos para que liberes tus sentimientos de niñata hipersensible.

Apuesto a que mi cara se convierte en todo un poema y estoy a punto de devolverle la ofensa con un comentario hiriente, pero luego recuerdo que estoy tratando con Christos Parisi y me doy cuenta de que, a su manera, me está pidiendo que le cuente lo que me sucede.

—No dejo de pensar en mi madre —confieso tras un largo suspiro, sin dejar de mover los dedos por su pecho—. ¿Qué será de ella cuando mi hermana y yo no estemos? Ha sufrido tanto por demasiado tiempo... ¿Cómo puedo irme y dejarla?

Christos parece meditar su respuesta y se toma un minuto de silencio, lo cual es poco inusual. Entonces se incorpora sobre la cama para luego tirar de mi cintura hasta sentarme en su regazo.

—Alina ha tomado sus decisiones —dice con la voz serena—. Decisiones que la han llevado a dónde está justo ahora.

—¿Me estás hablando en serio? —bufo molesta—. ¡Su propio marido le ha puesto una pistola en la cabeza! La han usado de cebo, ha vivido bajo amenazas y represiones...

—¡Pero ha vivido, Caeli! Y aunque no sabía cómo terminaría, todo comenzó con una decisión suya. Tuvo varias oportunidades de salvarse y no lo hizo.

—No conoces las circunstancias —protesto.

—Porque las conozco hablo con tanta seguridad. En la Cosa Nostra los débiles se convierten en víctimas y los fuertes en verdugos.

—Y mi madre es débil —supongo con evidente reproche en mi gesto.

—Sí —afirma con dureza—. Aunque te duela aceptarlo, lo es. En su momento dudó al irse a un lugar seguro, como mismo estás dudando tú ahora. Eligió quedarse, seguir su camino sola y mira cómo terminó... —me toma por los muslos para acercarme más a él y acomodarme sobre su reactivada erección—. ¿Es eso lo que quieres para ti, Caeli? Te doy lo que has pedido más veces de las que puedo contar, ¿y no lo vas a tomar? Te recuerdo que es tu única oportunidad. Además, así te vayas o te quedes, la única forma de liberar a tu madre de Ugo es...

—Matándolo —concluyo, luchando contra el impulso de encogerme—. Prométeme que Emilia va a estar bien —pido con una voz extraña, llena de desesperación. En este preciso instante comprendo al pie de la letra la realidad que hay en los refranes populares como «no se puede tener todo en la vida» o «no puedes salvar a todo el mundo». Y soy consciente de que, haga lo que haga y vaya a dónde vaya, acabaré perdiendo algo o a alguien preciado—, que vas a proteger a mi madre.

—Yo no hago promesas —tuerce la boca, dejando ver una mueca que me causa gracia—, mucho menos cuando son tan estúpidas.

—Por favor —me levanto un poco para apoyarme sobre las rodillas y pegarme a su cuerpo—. Te estoy dando mi entera confianza. Necesito que me des esa garantía.

Dejo caer los brazos en su hombro para rodearle el cuello y mirarle a los ojos. ¡Joder, estoy completamente fascinada! Hoy tienen ese tono azul tan peculiar que me cala hasta en el hueso más pequeño de mi cuerpo.

—No intentes manipularme con tus dotes femeninas, guapa —suelta con tono burlón y trata de apartarme, pero yo lo retengo como si la vida se me fuera en ello.

—No intento manipularte —replico antes de respirar profundo varias veces. Me está costando desnudarme el alma con él y soy consciente de que al hacerlo me lanzo por un barranco sin fondo y sin llevar paracaídas—, sino hacerte una petición. Estoy tratando de crear algo aquí, Christos —nos señala a ambos con una mano—, alguna especie de complicidad.

—¡No me digas! —bufa sin diversión alguna. Sin embargo, no dejo que si frialdad me detenga. Como él mismo ha dicho, esta es mi única oportunidad..., pero no solo para escapar. También lo es para enfrentar la tempestad que se desata en mi interior y para ir por lo que quiero.

—Sí te digo —repongo—. Sé que eres un hijo de puta en toda regla, pero... ¡me importas! —es lo más cercano a mis sentimientos que estoy dispuesta a admitir frente a él—. E intuyo que yo también te importo. Tienes todo de mí: mi cuerpo, mi vida, mi futuro —tomo su silencio como buena señal y continúo—. Al menos dame la seguridad de que mi madre y mis hermanas estarán a salvo. No las puedo perder a ellas. Hazme esa promesa.

Sus labios golpean los míos de manera inesperada, pero le devuelvo el gesto sin siquiera pensarlo y pronto estoy de vuelta a la cama, aplastada y empalada por su vigorosidad, llenándome cada uno de los espacios en blanco que he tenido desde que puedo recordar.

—Velaré por Emilia y Alina. Las mantendré con vida... —murmura en mi oído, mientras me muerde el lóbulo de la oreja—. Lo prometo.

—Entonces... —me veo interrumpida por un jadeo— sí, me mudaré a Icaria.

Peligrosa TentaciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora