14. LA SALIDA MÁS DIGNA

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Lo que siento es una mezcla entre asfixia y libertad. La garganta empieza a dejar de luchar y pierdo la noción del peligro en mi actuar, pero saber que voy a estar en paz vale la pena. 

Me hundo cada vez más y no me atrevo ni a abrir los ojos, solo quiero dormir. Dormir para siempre.

Mi cuerpo está tan laxo como mi mente, dejo atrás todo lo que conozco.

Siento los tirones de la corriente, algo me golpea la espalda y siento un tirón junto antes de abandonarme a la inconsciencia.

Lo que no esperaba era regresar con tanta rudeza, tosiendo hasta dañarme la garganta y teniendo una sensación de ahogo peor que cuando me hundía bajo el agua.

Puedo sentir cómo mi cuerpo tiembla sin control y abrir los ojos me resulta imposible. Sin embargo, cuando soy cargada en unos brazos gigantescos mi nariz golpea su cuello y reconozco el aroma corporal al instante.

«Cítricos»

—¿P... por q...qué...? —apenas puedo formular esas dos sílabas. Mis pulmones duelen y la garganta me quema.

—Sigues sin entender que tu vida me pertenece, Caeli Rinaldi —alcanzo a escuchar su ronca voz antes de desmayarme.

Cuando vuelvo a despertar estoy en una habitación de lujo, recostada sobre una cama gigantesca, entre sábanas de seda y... ¡desnuda!

Miro de un lado a otro confundida, pero poco a poco los recuerdos regresan a mi mente hasta aturdirme por completo. Luego, lanzo un grito de rabia.

—¡Maldito hijo de puta! —me retuerzo entre las sábanas para levantarme envuelta en ellas—. ¡Ni morir en paz me deja! ¡Lo odio, lo odio, lo odio!

Me persigue como una puñetera sombra. ¿Cómo fue que alcanzó a rescatarme del agua? No me sorprendería que siempre tuviera a sus hombres vigilándome, pero el bastardo me odia tanto que lo hace personalmente.

Me dispongo a salir de la habitación, pero me encuentro la cerradura trabada y entonces me arrebato golpeando la puerta.

¡Me ha encerrado! ¡El muy bestia me ha encerrado!

La puerta se abre de pronto empujándome al suelo, pero logro amortiguar la caída al chocar con el borde de la cama.

La imponente figura de Christos Parisi se revela frente a mis ojos y siento el segundo exacto en que el corazón comienza a latir frenético a punto de salimírseme del pecho.

—¡Infeliz! —no lo pienso al tirármele encima. Le rompo el traje de diseñador hecho a la medida con las manos mientras forcejeo con él y logro arañarle la piel antes de que su fuerza bruta se imponga y me lleve contra la pared al mismo tiempo que aprisiona mis manos.

—Te salvé de nada —como siempre, ni se molesta en alzar la voz—. De nada.

—¡¿Y a ti quién te dijo que quería ser salvada?! —rebato furiosa, restándole con la mirada.

—¿Quién te dijo a ti que puedes hacer lo que se te dé la gana? —acerca su rostro al mío, golpeándome con su fiera respiración, pero no me amilano—. No, guapa, tú no tienes derecho a morirte hasta que yo lo diga.

Suelto una carcajada digna de grabar para una serie televisiva.

—¿Y cómo vas a impedírmelo, imbécil? —le provoco con mofa—. ¿Con qué vas a amenazarme esta vez?

—Oh, todavía me quedan un par de ases bajo la manga.

—¿Por qué me haces esto? —la voz se me queda en un hilo—. ¡¿Qué coño te he hecho?!

Peligrosa TentaciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora