20.EGOÍSTA

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Dejo escapar un suspiro cuando el auto atraviesa los portones de la propiedad Rinaldi. No tengo ganas alguna de regresar a casa, pero compartir espacio con Christos Parisi se ha convertido en un suplicio. Desde que nos subimos al avión no nos hemos tocado, ni hablado, ni siquiera nos hemos mirado. Soy consciente de que la situación es grave, que debería preocuparme más por lo que mi padre puede hacerle a mi hermana que por mi situación actual con Christos, sé que no debería pensar en él en absoluto...; pero lo hago. Me recrimino a mí misma por ser tan estúpida, pero simplemente no puedo evitarlo.

El auto aparca y no soy capaz de bajarme. Simplemente me quedo mirándole, esperando no tengo idea qué.

Los minutos pasan, él sigue sin mirarme y al final decido abrir la puerta. Sin embargo, cuando acciono la manija, me toma de la cintura para arrastrararme a su regazo y plantarme el beso más agresivo que me han dado jamás.

—No olvides mis palabras —susurra con su voz ronca—. Incluso en la China...

—Tu amenaza se mantiene —termino la frase por él antes de volver a besarlo. 

Nos separamos para recuperar el aliento y dejo mi frente reposando sobre la suya, estudiando cada uno de sus rasgos faciales con la vista. 

El corazón me late con demasiada prisa, en el fondo presiento lo que está por venir y me clavo las uñas en las palmas de las manos hasta abrirme la piel para combartirlo. No puedo dejarlo salir. 

Aspiro con fuerza hasta inundarme de su esencia de cítricos y me los llevo conmigo cuando entro en la casa. Soy consciente de que él viene detrás de mí, pero no volteo la mirada ni una sola vez. La burbuja de tiempo ha explotado, Icaria ha quedado a miles de millas de distancia y cuando la figura de mi padre aparece frente a mis ojos la realidad me golpea con demasiada fuerza.

«Todo era demasiado bueno para ser verdad.»

—Me alegro que hayáis regresado —mi padre me abraza como solo él sabe hacerlo. Sin embargo... ya no lo siento igual. Ya no me parece el mejor abrazo del mundo— y con el matrimonio pactado. Fue una buena idea enviarte junto con Christos a negociar.

Trato de no dejar ver mi desconcierto. La mirada helada del alcalde me remueve por dentro y situado a espaldas de mi padre, me da órdenes en silencio.

No digo nada al respecto. Simplemente asiento y finjo mi mejor sonrisa. Si mi padre supiera que hice de todo en Icaria menos negocios...

El asunto de la boda concertada se me fue de la cabeza por completo en cuanto Christos Parisi me arrancó las bragas.

—Papá...

—Hablaremos luego —me interrumpe antes de besarme la mejilla con la ternura que le caracteriza—. Ahora tengo una reunión. Por lo pronto me reconforta saber que al menos alguien en esta familia comparte mi visión. Toma —me entrega una llave—, ve a ver si puedes meter un poco de sentido común en el cerebro de tu hermana.

—¿La encerraste? —cuestiono incrédula.

—En su propia habitación y con guardias custodiando todas las posibles salidas. Se ha vuelto loca y cree que está enamorada de Nicolas Bellini.

Intento decir algo al respecto, pero la presencia amenazadora de Christos me detiene. Alzo la vista para verle negar con discreción. Por eso me quedo callada y beso la mejilla de papá antes de marcharme.

La realidad apesta. Quiero regresar al calor infernal de Icaria.

—Podéis retiraros —ordeno a los soldatos que custodian la puerta de la habitación.

—Su padre ha dicho...

—No lo voy a ordenar dos veces —les corto de raíz—. Salid al jardín a hacer algo útil, que yo me encargo de mi hermana.

Me cruzo de brazos y espero a que terminen de bajar las escaleras para abrir la puerta. El corazón se me hace añicos cuando encuentro a mí hermanita llorando destrozada, hecha un ovillo en el suelo frente a la cama.

Me siento a su lado y le toco el hombro, haciéndola dar un respingo en el acto y alejarse. Sin embargo, al ver que soy yo se queda quieta, observándome como si ella fuera un náufrago perdido en el mar y yo su bote salvavidas. En cambio yo solo me veo a mí misma en el espejo, hace cuatro años.

—Emi... 

Ni siquiera puedo terminar de pronunciar su nombre cuando la tengo encima, llorando desconsolada como nunca antes había visto llorar a nadie. Trato de consolarla con suaves caricias en su espalda, susurrándole al oído una y otra vez que estoy aquí para ella, que todo va a estar bien, que no está sola... Utilizo todos los alegatos que se me ocurren y sostengo su peso incluso cuando la posición se vuelve dolorosa. Permanecemos horas en esa posición hasta que ambas nos quedamos entumecidas.

—Se lo llevaron muy mal herido y no sé si está vivo —dice de pronto. Imagino que habla de Nicolas.

—Papá no mataría a otro Bellini en la situación actual.

—¡Cómo se nota que no lo conoces! —ha pasado del llanto al enfado—. Tienes que ir a su casa y ver cómo está. ¡Tengo que saberlo!

—Emilia, no creo que me reciban en la Mansión Bellini —hago una mueca de desagrado—. Viste lo que sucedió en el funeral...

—¡Por favor! —su actitud suplicante me rompe por dentro—. Necesito saber de él, Caeli. Sé que me entiendes.

No veo venir el golpe y tal vez por eso me duele tanto. Es como revivir mi propia tragedia. ¿Por qué tenía que pasarle esto a mi hermana? En Sicilia todos formamos parte de un ciclo vicioso que se repite una y otra vez, pero con diferentes personajes.

—Está bien. Iré y averiguaré de su estado... aunque no puedo prometerte comprobarlo por mí misma.

—Gracias —me aprieta tanto con su abrazo que parece reventarme los pulmones, pero no la detengo. Soy consciente de cuánto lo necesita, de cuánto me necesita a su lado. Christos tenía razón en algo: a veces me comporto con inmadurez y egoísmo. Fui egoísta al tratar de ahogarme en el mar y también lo fui al querer quedarme en la isla, lejos del mundo y los problemas que me competen—. Papá me dijo que debo casarme con un King de la Mafia, que tú fuiste con Christos a cerrar el trato.

—No sabía a dónde iba cuando me subí al avión y tampoco estuve presente en las negociaciones —soy sincera—, pero sí hay acuerdo. Es un hecho, te casarán con Hakan Arslan.

—¡Eso está por verse! —se pone de pie de un salto para lanzarse a la cama con furia—. Prefiero cortarme las venas o tirarme por el desfiladero antes que casarme con alguien que no es Nico.

Escucharla abre mis heridas sin sanar y no puedo dejar de rememorar cada una de las malas decisiones que he tomado, porque sentía y pensaba lo mismo que ella entos momentos.

—No digas eso, Emi —le ruego con voz suave, tratándola de hacerla entrar en razón—. No sabes de lo que hablas.

—Llámame loca si quieres, pero no estoy mintiendo, ni tampoco voy de farol —advierte—. Si me arrastran hasta el altar, ¡me mato! Y ninguno de vosotros podrá impedirlo.

Peligrosa TentaciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora