[Capítulo XIII]

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Una pequeña irritación encerrada en su propio cascarón, inmóvil, aguantando en su nido de protección la calma, para que la sostuviera por un instante, aunque fuera, para no empezar a romper a toda prisa su cáscara, que lo mantenía en su escondite de su superchería ante los ojos de los demás, otorgándoles a que crean una idea que no era cierta, una blancura rodeada de degradados negros y grises que bajaban en su total profundidad, escondiéndose entre las sombras.

Furia e ira intensa, que iba formando una fila, junto a la frecuencia cardíaca que se estaba empezando a notar, su presión arterial se elevaba y denotaba el mando entre las tres personas que se hallaban a las afueras del palacio.

Hannibal miraba a Will, quien se encontraba pálido, junto a una expresión de susto y culpa, de alguna u otra forma habían cometido un error, un error que ciertamente había valido mucho la pena, habían sentido el cuerpo del uno y del otro cerca, habían confesado lo que ambos sentían y habían dejado sus dudas e inquietudes claras.

Doy la vuelta, para proceder a mirarle la cara a mi padre, pegar mis ojos en los suyos, para expresarle que no me siento intimidado ante su presencia y que le he escuchado atentamente a lo que me había acabado de decir.

—No comprendo el motivo por el cual debas de echar a estas dos personas del palacio, quiero hacerte saber que, a partir de ahora, Will Graham trabajará para mí, yo soy su jefe y el único que decide su renuncia soy yo o él, nadie más en concreto. —dije.

—Me parece muy bajo que venga de tu parte esa pregunta, tu futura esposa ha llegado de Roma hasta aquí, solo para venir a verte, lo primero que haces es dejarla plantada, precisamente te ordené que la llevaras a una cita, para que le anunciaras a la prensa que estás en una relación con la señorita Alana Carmilla Lahmia Bloom y que próximamente se dará su compromiso, pero veo que me engañaste, te fuiste con otra persona a un lugar que desconozco, en vez de acudir con tu prometida Hannibal, ¡Me desobedeciste!— gritó enojado.

—No es mi novia, tampoco es mi prometida padre, soy un hombre de treinta y un años, puedo decidir que quiero para mi vida, soy tu hijo, primeramente, no debes de tratarme como tu marioneta, a la cual solo puedes controlar mediante los hilos que se conectan y enrollan en tus dedos, para guiarme a la dirección a la que quieres que me dirija. —respondí ante su queja.

—No me interesa, aun estás joven para saber qué es lo que realmente quieres con tu vida, algún día me lo agradecerás, Alana es la mujer para ti, con ella encontrarás la felicidad hijo mío, ahora por favor, ve a buscar a tu prometida y tengan una agradable velada. —ordenó.

—No iré, me quedaré en el palacio y no me interesa que ella haya llegado desde otro país solo para verme, yo no pedí su presencia aquí, si tanto desea verme, que recorra hasta mi para cumplir el capricho que sus padres le han metido en su necia cabeza. —dije.

Recibo un fuerte golpe que impacta contra mi nariz, haciéndola sangrar, aplico fuerza para evitar no caerme, con una mano cubro mi boca para evitar que mis colmillos se dejen ver, espero hasta que vuelvan a su escondite, sus golpes ya estaban empezando a ser una nueva rutina en mi vida, mi padre había cambiado tanto, nunca me habría esperado que de un hombre amoroso y allegado con sus hijos, y esposa, se fuera a volver de esta manera, desconocía a mi padre, al hombre que se encontraba delante de mis ojos.

Al hombre que dio vida a la inmortalidad dentro de mi cuerpo, liberándolo de la inocencia que navegaba por la tierra, corriendo y fugándose de lo lóbrego que la perseguía a sus espaldas.

—¡Lárgate! —exclamo.

—Lo haré, pero de ahora en adelante, tendrás guardias que te estarán vigilando, te lo advierto, tú lo decidiste así, no yo Hannibal, tu me hiciste hacer esto. —dijo.

Luna Roja- Fabiana Jalil MuñozDonde viven las historias. Descúbrelo ahora