[Prefacio]

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Hola a todos, extraños y extrañas, desconozco lo que los trajo hasta aquí, pero, eso no es lo que realmente importa, ya que, están aquí, procederé a contarles mi historia, si, esa historia que todos están esperando por saber, de cómo la inmortalidad tocó mi puerta, impregnándose en mi y convirtiéndome en lo que soy ahora, de lo que mi familia es exactamente.

Nací en Rumania, un uno de julio del año 1808, en el palacio Lecter, traje la alegría a mis padres, fui el comienzo de su creación, el fruto que apenas comenzaba a crecer de un gran árbol.

Era un ocho de agosto del año 1806, mi abuelo materno el Conde Sforza Dubois organizó una fiesta, donde anunciaba su compromiso con la reina Adrienne Mureau- Sforza, fue el Conde Lecter, junto a su padre y madre, solo las miradas bastaron para que los condujera a sujetar sus manos fuertemente y empezar a sentir las letras, por medio de sus piernas, para comenzar así, un duradero baile en medio de los invitados.

Desde aquel instante, se creó lo que ellos actualmente tienen, la inmortalidad entró en mi a la edad de dieciséis años, de una sola estocada, dando paso por mi cuello, hasta fundirse entre lo mas profundo de mis venas, recorriendo los largos caminos que abundaban en mi sistema, hasta envolverme con un fuerte sentimiento de saciar mi hambre, dolía mucho, en su momento, solo quería fundir mis dientes en los cuellos de cada persona que veía pasar, pero, solo controlaba mis fuertes impulsos, que aunque me lastimaban, no me permitía matar a personas inocentes, que solo estaban en mi palacio para ver por la vida de sus hijos y personas que amaban.

Ese no era yo.

Eso creía hasta que, con el tiempo, crecí, a la edad de veinte años, ya me había permitido saborear el elixir y la locura que formaba parte de la sangre humana, fue una noche, mi padre nos reunió a Mischa y a mí, junto a mi madre en la sala del palacio, había una mujer joven, de unos treinta años, calculando, las aguas rodaban por sus ojos, el miedo se proyectaba en su mirada, el nerviosismo hablaba por ella, las palabras no salían de su boca, estaba sumida en un completo silencio, siendo llevada por el limbo.

La observé, la recorrí de arriba a abajo, algo estaba comenzando a crecer en mi caja torácica, mi corazón bombeaba la sangre y enviaba su señal hacia todas las partes de mi cuerpo, solo sentía hambre, unas fuertes ganas de abrir, desgarrar su cuello, ver el rojizo derramarse por mis dientes, sentir el sabor del miedo, lo reprimí por un momento, giré mi cabeza en dirección a mi padre, le dije que estaba mal, que no debíamos arrebatarle la vida a alguien que tal vez, tenía una familia, un amor, hijos o alguien que estuviera esperando por ella en casa, finalmente mi padre, dijo que cazar era parte de nuestra propia naturaleza, así éramos y no podíamos evitarlo, eran necesidades que debíamos de hacer para poder sobrevivir y no morir de hambre, mi padre seguido de esas palabras, dio el primer mordisco, el segundo fue de mi madre, el tercero de Mischa, y yo, solo, no quería, pero me estaba matando, me dolía, no podía aguantar más, así que, atrapé su cuello entre mis manos y lo sentí.

Fue lo mas hermosos que sentí en lo poco que llevaba habitando en este mundo, el sabor metálico, era delicioso, aquellos gritos que salían de su garganta, eran mágicos, como estar escuchando las composiciones que realizaba bajo la luz de la luna, cuando tocaba para mí, para las voces que habitaban entre las sombras, mi lengua estaba dejando cada sentimiento impregnado en ella, como una fragancia, yo estaba siendo el aroma que su cuello necesitaba, dejaba cada recuerdo, cada grito y súplica impregnado allí, escribí su final y ella mi inicio.

Salía todas las noches a cazar, la oscuridad iba a mi lado, era testigo de todos mis actos, me tomaba de la mano y nos perdíamos entre las luces amarillas, buscando el aroma que me complementaba, mi favorito, era O negativo, todos los días eran monótonos y aburridos, sin un toque de vida, no fue hasta que un día, iba bajando las largas y lujosas escaleras cubiertas por el dorado, escuché una voz, la más bella voz que escucharon mis oídos, mis ojos se encontraron con unos rulos cafés, tan hermosos pensé, me escondí entre las paredes blancas y lo vi, sus ojos color azul claro, tan divinos, su cuello tan exquisito y magnífico, como ningún otro que antes haya visto, las doncellas del pueblo eran bellas, pero, no tan bellas como el, quería tenerlo entre mis brazos, no sabía su nombre, muchos menos quien era, pero, lo descubriría pronto.

No había sentido esto con absolutamente nadie, si bien, la sangre era deliciosa, pero, verlo a él, no era solo un sentimiento de hambre, era algo más, no sabia que a ciencia cierta, solo sentía como mi mente dibujaba su rostro antes de dormir, como sentía los bailes de mi corazón, la manera en la que mis labios se curvaban formando una sonrisa, el desespero de verlo, aunque fuese desde lejos, contemplar sus brazos, su cuerpo, su cabello, el cual, ansiaba con pasar mis dedos entre esos bellos rulos cafés, sentir la suavidad encontrarse con mis manos, quería tocarlo, conocerlo, pero no me lo permitía, me estaba arriesgando demasiado por alguien que no conocía bien, ni siquiera sabia su nombre. 

Así, cada noche tocaba el piano para aquel desconocido, tratando de que me escuchara, de que le llegaran los mensajes que le enviaba con cada una de mis notas, todas eran dedicadas únicamente para él. 

 

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Luna Roja- Fabiana Jalil MuñozDonde viven las historias. Descúbrelo ahora