Los rayos del sol traspasaban mi ventana, le daban vida al cuerpo que se encontraba reposando a mi lado, Angelinne Garnier Chevalier, la hija de uno de los socios de mi padre, era en estos momentos una cascada en medio del bosque, derramaba largos y lentos chorros de sangre por mis mantas blancas, el eco resonaba en mi piso, uno, dos, tres y cuatro, agudizando mis sentidos, recordándome la grandiosa noche que tuve cuando me permitió saborear su esencia envuelta en lirios.
Le prometí solo una mordida, rompí mi promesa, luego de una fueron dos, luego de dos, fueron tres y luego de tres, fueron cuatro, estaba tan concentrado en su sabor, que no me di cuenta cuando su corazón dejó de latir, y de sus manos dar paso a la muerte que venía por ella, lista para besarla y alzarla entre sus resplandecientes alas negras.
No me gusta el desorden y la suciedad, si bien, cazaba, y hacía mis desastres, luego de esto, pero, me gusta ser limpio, así que, le pedí a la pereza que se quitara de encima de mí, para levantarme e ir por unos trapos, para proceder a limpiar el gran espectáculo que estaba presente en mi cama.
Mis manos abrazaron su delicado y delgado cuerpo, lo llevé hacia mi baño, quería darle el adiós que merecía, quité su largo y refinado vestido, acomodé su cuerpo en la bañera, tiré de a poco agua, para desaparecer el rojizo de su cuerpo, tomé la barra de jabón y empecé a quitar las manchas de a poco, su cabello se dejó tocar por la suavidad que poseían mis dedos, jugaba con este para quitar la suciedad, una vez finalicé, me encaminé a mi cama, tendí una larga toalla sobre esta y la sequé, traje conmigo un nuevo vestido y lo rodé sobre su cuerpo, encajaba perfectamente con su figura, sequé su cabello y le di color a sus parpados, seguido de sus mejillas, mis labios hicieron contacto con su frente, la besaba con el perdón que no salieron de mis labios cuando de estos le arrebataba poco a poco la vida.
La contemplé por poco tiempo, mis ojos se fueron hacia el cuadro que ocupaba gran parte de mi pared, un cuadro yacía ahí, había sido pintado por mí, eran olas del mar chocando entre sí, haciendo una melodiosa armonía que se perdía entre los misterios que acunaba el mar en sus adentros, era un pasadizo secreto, dentro de este había un horno, allí se hacían cenizas todas aquellas mujeres que alimentaban mi sed, el hambre constante que sentía y de cómo la dulce muerte se las llevaba para siempre, puse su cuerpo sobre este, la miré por un rato más y luego me quedé mirando su cuerpo deshacerse al igual que los otros que habían pasado por lo mismo hace días.
Una vez que su cuerpo solo eran cenizas dispersas entre el horno, me volví devuelta a mi habitación y toqué para el alma de aquella mujer que me miraba triste desde la ventana, sus ojos me gritaban una explicación, los míos le respondieron sin motivo alguno, era parte de mí, era el monstruo que vivía en mí y se alimentaba de cada uno de mis pecados.
Salí de mi habitación, iba camino a la sala para tomar el desayuno junto a mi familia, me senté al lado de Mischa, esta me escaneó y pude saber que había olido el acto que hice hace un par de horas, me conocía muy bien, más que nadie en este lugar, a pesar de que no recibí ninguna queja o regaño por parte de ella a través de nuestros pensamientos, sabía que se sentía mal, había remordimiento en ella y en mí también por una parte, pero simplemente con el tiempo aprendí que esto era algo normal, era parte de la ciencia que nos rodeaba.
El delicioso café que preparaba Silvia, la señora encargada de los quehaceres del palacio inundó mi paladar, haciéndome sonreír, amo el café, es lo más delicioso, seguido de la sangre por supuesto, nada podía compararse con estas dos cosas, tomé el pan crujiente y lo saboreé, todo estaba delicioso, como siempre, Silvia siempre me impresionaba, llegaron mis padres tomados de la mano y se sentaron delante de nosotros, los ojos de mi padre se encontraron con los míos, una sonrisa ladina se formó en su rostro y procedió a decir lo siguiente.
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Luna Roja- Fabiana Jalil Muñoz
VampirA principios de la época victoriana en Rumania, en el año de 1838, el conde Lecter se va a retirar de su cargo, para ello, tiene que ceder al puesto Hannibal Lecter Sforza, el único inconveniente, es que, deberá comprometerse con la bella doncella A...