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— ¿Por qué?— pregunté confundida.

— ¡Solo paralo!— me respondió nerviosamente.

Paré el coche y Bill no tardó en intentar abrir la puerta, consiguiéndolo segundos después.

Salió a correr en dirección contraria. Yo me quité el cinturón de seguridad y salí a correr tras él.

— ¡Bill!— le grité sin aliento.

No me contestó, por lo que seguía corriendo. Segundos después, se paró de golpe y se dió la vuelta, mirándome.

Yo reducí mi velocidad y cuando llegué a él vi que tenía los ojos llorosos...

— ¿Te duele algo...?— le pregunté confundida.

Miré tras él y vi a un niño de la posible edad de Bill tirado en el suelo, llevaba rastas y vestía con muy holgada.

Bill solo sollozaba y le daba la espalda al que yacía en el suelo, segundos después, Bill se tapó el rostro con las manos.

Y ahí comprendí todo.

Tom.

Corrí hacia el cuerpo que yacía en el suelo, me arrodillé frente a él y le tomé el pulso.
Su ritmo cardiaco era perfecto.

Lo agarré en brazos y corrí hacia el coche con él en brazos.

Llegué al coche y lo coloqué en el asiento de copiloto, me giré y vi que Bill venía hacia mí lentamente, pero ya no lloraba.

Tenía la expresión adolorida.

Esperé que llegara y rápidamente se metió en el coche, serio aún.

Puse un GPS para poder encontrar el hospital más cercano.

Miré por el retrovisor y Bill tenía la misma expresión de antes.

— Bill, ¿Qué te ocurre?

Y entonces fue cuando empezó a llorar, a llorar de una forma la cual nunca presencié.

— Mi amo... No llores ahora... Intenta calmarte... Porfavor...— le dije desanimada, no podía consolarlo ahora...

No me contestó, pero vi como se limpiaba las lágrimas aún sollozando.

— Tom está bien... Sigue repirando, Bill...

Intenté calmarlo, pero seguía llorando.

Llegamos al hospital, salí del coche a toda prisa y luego salió Bill, agarré a Tom de la misma forma de antes y entré rápidamente al hospital.

— Disculpe, ¿Puede revisarlo?— pregunté a el primer médico que se me cruzó.

— Claro.— me dijo quitándome a Tom de los brazos.— ¿Sabe que le ocurrío?

Yo negué rápidamente y agarré a Bill de la mano.

Se llevaron rápidamente a Tom a una sala de observación y nos sentamos en las sillas que quedaban en frente.

Coloqué a Bill en mi regazo, Bil no dejó de llorar en ningún momento.

Lo abracé fuertemente contra mí pecho, y lo dejé que llorara todo lo que necesitara.

— ¿De verdad estará bien?— preguntó Bill con un hilo de voz. Aún abrazado a mí.

— Claro que sí, Bill. No te preocupes.

En ese momento, un médico salió por la puerta en la que Tom entró y nos indicó que pasáramos.

Fuimos y lo primero que vi fue a Tom en una camilla.

La niñera | Bill y Tom Kaulitz Donde viven las historias. Descúbrelo ahora