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- Estoy mareado...- habló Tom para desplomarse en el suelo.

- ¡Tom!- gritó Bill acercándose a Tom rápidamente. Yo fuí tras él.

- ¡Tom, mantén los ojos abiertos!- le pedí.- ¡Bill, háblale o algo! ¡No dejes que cierre los ojos!- Después de pedirle eso a Bill, bajé las escaleras rápidamente y agarré un trapo. Volví a subir y mojé el trapo con agua y algunas gotitas de alcohol sanitario. Le envolví el trapo en el brazo, fuertemente. Agarré a Tom y lo senté en el suelo, con su espalda apoyada en la pared.— Tom, necesito que te aprietes esto, así.— le dije mientras le mostraba como hacerlo. Él asintió levemente, sin fuerzas.

— ¡Tom!— habló Bill.— ¿Por qué lo volviste a hacer?— Dijo decepcionado.

— Esto pasó por nuestra culpa...— dijo Tom débilmente. No tardé más de un segundo en entenderlo.

— No. No, Tom, no digas eso, porfavor.— reaccioné.— Esto no fue culpa de nadie.

— Entonces si te hizo lo que yo dije, ¿No?— habló recostando la cabeza en la pared.

— Tom, eso no importa ahora... Vamos al hospital...

— No, porfavor.— me dijo.— Me pondré bien...

— Tom... No paras de sangrar...— hablé señalándole el brazo.

— Pero no es tan profunda... — habló mirándose el brazo. Miré a mi alrededor, buscando a Bill.

— ¿Dónde está Bill?— hablé preocupada. Tom se encogió de hombros. Miré a mi alrededor, buscándolo. Toda mi atención se puso en el dormitorio, la puerta estaba cerrada. Me dirigí y abrí la puerta rápidamente. Presentía algo feo.
Bill estaba sentado en la ventana. Mirando hacia abajo mientras lloraba.— Bill.— lo llamé.

— Será mejor que te vayas.— me dijo sin mirarme.

— Bill, no. Ven.— le pedí.

— ¿Para qué...? ¿Para ver cómo mi hermano se niega a ir a un hospital mientras se desangra?— me dijo, pero está vez, mirándome.

— Bill, Tom no se está desangrando.— le expliqué, cada vez se iba poniendo más al borde.— Bill, porfavor.— le acabé suplicando.

— ¿Cuando vamos a ser felices...?— me dijo con la voz completamente rota. Mi corazón se partió por completo al escucharlo.

— Pronto, mi vida, pero tienes que seguir confiando en mí, porfavor...— le expliqué. Bill me miró y miró hacia abajo varias veces, dudando.— Bill, porfavor.

— No sé, mami...— me dijo.— Papá te hizo eso por nuestra culpa... No sé si podré perdonarme...

— Bill, no fue vuestra culpa, de verdad, ¿Cómo va a ser vuestra culpa?— hablé rápidamente. Bill solo negaba con la cabeza repetidas veces.— No saltes.— Acabé diciendo.— Porfavor, no saltes.— repetí, pero Bill no hacía nada.

— ¿Bill?— habló Tom a nuestra espalda.— Bill, porfavor, no me hagas esto.

— No eres el más indicado para hablar, Tom.— habló Bill.— Me dijiste que no lo volverías a hacer, y ahora tienes un trapo lleno de sangre envuelto en el brazo.— Terminó, y ninguno de los tres dijo nada más. Yo me empecé a acercar a Bill lentamente y Bill comenzaba a bajarse de la ventana. Sentí que podía volver a respirar al verlo lejos de la ventana. Me acerqué a él rápidamente y lo abracé fuertemente, él me devolvió el abrazo y rápidamente escuché como varios sollozos salían de su garganta.— Lo siento.— habló entre sollozos.

— No, mi amor, no te disculpes, ¿Si? Todo está bien ahora.— Hablé aún abrazada a él. Dejé que llorara en mi hombro todo lo que necesitara, nunca pensé que esas ideas pasaran por la mente de mi Bill. ¿Qué hubiera pasado si no hubiera estado? Después de un largo rato, Bill se separó de mí, y entonces me dirigí hacía Tom.— Tom, vamos a ir al hospital, quieras o no, y Bill también irá.

— ¿Pero por qué?— preguntó Tom.

— ¡Todavía no sé si tienes el tobillo bien!— Aclaré.— Ya paraste de sangrar, pero aún no sé el estado de tu tobillo... Y tampoco sé nada de la muñeca de Bill.

— Yo estoy bien, mami.— añadió Bill.

— Igualmente vamos a ir, venga, todo el mundo al coche.— les ordené. Ellos obedecieron y bajaron las escaleras, yo fuí tras ellos, Tom abrió la puerta de casa para salir, y, segundos después, estábamos todos en el coche.

— Mami, tengo razón, a qué sí.— dijo Tom.

— ¿A qué te refieres, mi vida?— pregunté confundida.

— A cuando te quedaste sola, con mi papá.—me explicó, mi mente se nubló al recordar los horribles momentos que pasé allí con él.

— ¿Por qué le das tanta importancia?— pregunté.

— Siempre nos ayudas... Nosotros también deberíamos ayudarte... O al menos intentarlo...— Habló dudando.

— Piensas de más... No pasó nada...— mentí.

— A mí no me vas a engañar... Vi muchas cosas cuando estaba en la calle...— dijo para luego cruzarse de brazos.

Llegamos al hospital, por lo que aparqué el coche y entramos. Me dijeron que Tom tenía el tobillos roto y Bill tenía un esguince en la muñeca, a Tom le escayolaron el tobillo y a Bill le vendaron la muñeca, salimos del hospital y ya íbamos camino a casa.

— Tom... ¿Por qué me decías que estabas bien?— pregunté.

— No quería preocuparte más...— respondió.

— Tom... Ya sabes que me lo tienes que contar todo... ¿Quién te ayudará si no?

— He estado nueve años haciéndolo todo yo solo... ¿Por qué necesitaría ayuda ahora?— volvió a preguntar.

— Tom... Todos necesitamos ayuda en algún momento.— hablé mientras reducía la velocidad del coche.— Bill, tú no te salvas. Me dijiste que estabas bien, y tienes un esguince.

— Lo siento...— contestó Bill. Ninguno más dijo nada más. Llegamos y Bill se fue a bañar, más tarde, Tom le siguió, comimos y luego fuí yo a bañarme. Cuando acabé, fuí al cuarto y estaban ellos tumbados en la cama, esperándome. Me recosté al lado de Bill y este me abrazó sin pensarlo dos veces. Me sentí mal por Tom, pero este ya dormía.

— Buenas noches, mi vida.— le dije.

— Buenas noches, mami.— me dijo aún abrazado a mí.

La niñera | Bill y Tom Kaulitz Donde viven las historias. Descúbrelo ahora