🪓1: Pacto con el diablo

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La mañana se presentaba con la lluvia cayendo sobre  el húmedo asfalto de la calle, varios charcos se formaban en cada esquina logrando humedecer la tierra de los árboles

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La mañana se presentaba con la lluvia cayendo sobre el húmedo asfalto de la calle, varios charcos se formaban en cada esquina logrando humedecer la tierra de los árboles. Las gotas de agua no paraban de golpear el cristal de mi ventana produciendo un ruido relajante, podía oír como los rayos impactaban con brusquedad provocando estrepitosos sonidos capaces de iluminar el cielo y atemorizar a cualquier ser humano.

Con cuidado me dirigí hacia la ventana para apreciar mejor la lluvia, una leve brisa refrescante acarició mi rostro sutilmente logrando estremecerme, la densa niebla me impedía ver más allá de unos pocos metros. Las copas de los árboles se azotaban con tanta fuerza que varias de sus hojas volaban hasta perderse en algún recóndito lugar, mientras tanto el viento silbaba como si se tratara de una persona.

Mis ojos se percataron de la pequeña ranura abierta del cristal, dirigí mi mano hacia allí cerrándola por completo, me ví a mi mismo reflejado de manera borrosa. Solo podía distinguir mi cabello azabache acompañado de un rostro sereno.

Sin perder más tiempo me alejé de ahí para ir directamente hacia la mesita de noche, agarré mi teléfono móvil dispuesto a irme, pero de reojo ví algo que me lo impidió como cada mañana.

Con cautela agarré aquella foto enmarcada entre mis frías manos, no pude evitar que mis ojos grisáceos se aguaran hasta soltar una lagrima traicionera la cual tuvo la osadía de deslizarse por mi mejilla.

Una bella e impecable mujer de cabello negro me sonreía tras la foto mientras era abrazada de forma cálida por un hombre de ojos brillantes y llenos de vida, entre los dos sostenían a un pequeño bebé el cual parecía estar teniendo el mejor día de su vida.

—¿Por qué desapareciste?— le susurré al aire con anhelo.

Sacudí mi cabeza lanzando la foto bruscamente en uno de los cajones, no merecía que lo tuviera en mis recuerdos ni un segundo más, por mucho que mi
corazón palpitara.

Salí del dormitorio cerrando cuidadosamente la puerta, una vez en el pasillo limpié la lágrima que aún posaba en el final de mi mejilla. Me obligué a dar un gran suspiro y reponer mi serenidad para lograr poner una gran sonrisa.

Conforme bajaba las escaleras un delicioso aroma a tortitas inundaba mis fosas nasales cada vez más, el ruido de mi barriga me recordó que aún no había desayunado y tenía algo de apetito. Aceleré el paso hasta llegar al umbral de la cocina, ahí vi a una mujer de espaldas.

Sigilosamente me acerqué a ella, cuando estuve lo suficientemente cerca la abracé con todas mis fuerzas.

—¡Ay!— gritó ella dándose la vuelta y pegándome en la cabeza con la palita.

—¡Mamá!— grité sobandome la frente, eso me había dolido.

—Eres tu hijo...— contestó más calmada, se dió la vuelta siguiendo con su labor.

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