CAPÍTULO XIII: VIEJA HISTORIA

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Lotred encabezaba la marcha junto a Jerssil, Armont y Cael, las armas desenfundadas. Tras ellos, la tartana de Gredo los seguía. El camino que atravesaban estaba flanqueado por altos muros de hierbas y corrían el riesgo de ser emboscados por un grupo de asaltantes; con el filo de sus armas expuestos, esos oportunistas se lo pensarían dos veces antes de siquiera pensar en sorprenderlos.

Durante las mañanas, cuando una ráfaga de viento pasaba por encima de las llanuras Asrim, el rocío asentado en las hierbas saltaba cuando estas comenzaban a ondear, sacudidas por el soplo de la naturaleza. Así, daba la impresión de que se estaba en medio de una llovizna que, en lugar de caer desde lo alto hacia el suelo, venía desde los lados. Era un soplo refrescante, fresco y grato de recibir. Cuando Lotred volteaba y, de forma disimulada, llevaba los ojos hacia el rostro de Jerssil, podía notar que a este se le habían pegado algunas de las cristalinas gotas de rocío al rostro, haciéndolo ver como un semblante al cual le engarzaron pequeños diamantes. Antes de que ella se percatara, Lotred volvía la vista hacia el frente.

Lo que dijo Cael, se preguntaba, ¿acaso era real?

El rubio era tan hábil con las palabras como con la espada, eso lo sabían incluso Jerssil y Armont. ¿Y si Jerssil supo que los podría dejar en cualquier momento, y por eso le pidió a Cael que usara sus dotes para hacer que se quedara? Lotred se sintió fastidiado al pensar que podrían estar manipulándolo. Pero no tenía sentido estarlo; la misión iba en contra suya desde que inició. Manipulado o no, acabaría fastidiado de todos modos, aunque evidentemente prefería lo segundo. La primera opción indicaba el inicio de una esperanza a la cual deseaba aferrarse y que a la vez detestaba.

Concentrarse en otra cosa habría sido lo ideal, pero nada a su alrededor conseguía alejar su mente de esa idea inquietante, ambivalente. Estaba en la marcha casi coordinada que tenía con sus antiguos compañeros, en el repiqueteo de las ruedas y de los cascos de los caballos, en el maldito día soleado con el viento fresco, arrastrando consigo el rocío que se estrellaba contra ellos. Así habían sido los viejos tiempos, los buenos tiempos, o al menos los consideró así hasta que entendió todo...

—Me siento encerrado —alzó la voz Armont. Recargaba su gran hacha a lo largo de sus hombros, con los gruesos brazos sobre el largo mangual—. ¿Cuándo se acaban estas hierbas?

—Hemos entrado por la zona del vado —señaló Cael, ladeando la cabeza hacia atrás. Hacía dos horas que habían dejado de escuchar el rumo de las tranquilas aguas—. Si hubiéramos entrado por el camino que se desprende de la ciudad de Eslen, habría sido otra historia, una más larga y agotadora.

El hombretón gruñó, estresado.

—También tengo hambre —agregó. No habían traído mucha comida con ellos, por lo que solo se alimentaban durante algún punto de las tardes y con raciones muy controladas. Gredo a menudo se unía a sus quejas.

Para la mala suerte de Armont, Jerssil también había insistido en llegar a la Cadena de Daleria lo más pronto posible, por lo que a menudo apresuraban el paso. Al menos, a forma de consuelo, para la zona de la cordillera a la que deseaban llegar, el camino por el que pasaban era el más corto: los conducía directamente hacia el noreste, hacia las montañas de la Cadena. Sin embargo, también era el más peligroso; el sendero se alejaba cada vez más de los terrenos reclamados por la corona de Aleron y los señores que eran vasallos de esta, junto con las altas hierbas de las llanuras, eran el refugio perfecto para muchas bandas criminales; en tiempos de guerra, también lo era para desertores. En consecuencia, algunas zonas de la llanura, en especial las que estaban al noroeste, donde se levantaban más señoríos, eran controladas cortando las altas hierbas que allí crecían.

Armont resopló, resignado. Lotred supuso que su enorme compañero debía de sentirse encerrado en varios lugares, no solo en el estrecho camino que recorrían; si fuera tan alto y corpulento como él, lo más probable es que se sentiría igual.

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