Lotred tenía la mirada puesta en el cielo nocturno, Tenalcar, Ursys y Angdlirt asomándose en sus distintas fases, reflejándose, plateadas, en sus ojos, atraídos por completo hacia ellas. No pensaba en nada más, incluso si algún viento fresco pasaba sobre él, agitándole los cabellos, o si la tartana daba una pequeña sacudida al pasar sus ruedas sobre una piedra, como si ya nada más que él y los astros existieran; ni siquiera el rítmico silbar de Gredo conseguía turbar esa onírica concentración.
Entonces escuchó la voz de Jerssil. Parpadeó.
—Estamos cerca del vado del Anfel —dijo, señalando el cauce del río Dariar, al lado derecho del sendero.
Aún aturdido por el violento destierro de su trance, Lotred tardó un poco en entender que le estaban hablando. Ver sus ojos le recordó una noche en las ruinas de un viejo molino, velas de cera encendidas y la plateada luz de las lunas ingresando por una grieta en el muro. Espiró por la nariz, relajándose, volviendo al mundo real, obligándose a apartarse de aquel recuerdo. Asintió, comprendiendo entonces lo que Jerssil intentaba decirle. La tartana se había detenido. Se levantó de su asiento y salió de la tartana.
El exterior lo recibió con un viento que agitó sus cabellos y los pliegues de su capa. Cael y Armont lo esperaban; Gredo, por otro lado, había aprovechado la pausa para conducir a los caballos hacia el río y que estos se hidrataran. El rubio miraba el cauce del Dariar que, apaciguado, esparciendo un arrullo suave, casi tierno, se perdía como una serpiente plateada en dirección al noroeste. Por su parte, sentado sobre una roca que se levantaba a las orillas del río, Armont miraba el cielo, atrapado como Lotred hacía rato en el trance lunar. Cael, al ver a Lotred parado frente a ellos, chasqueó los dedos cerca del oído de Armont, liberándolo del hipnotismo; el hombretón, desorientado, agitó la cabeza y parpadeó unas cuantas veces antes de recuperar la conciencia.
No había rastro de algún monje de la orden de Eruditos de Teriz. Cael le revelaría, al momento en que salieron de la ciudad, que en realidad habían pagado a unos cuantos para hacer una pequeña modificación en las peticiones que se le hacía a la guardia de Zedirn. Una manipulación muy bien llevada. Un motivo más para despreciarlos.
—¿A cuánto estamos del vado? —preguntó Lotred con sequedad.
—Tres kilómetros —estimó Cael luego de regresar la vista al río y estudiar, de nuevo, la intensidad de su cauce—, más o menos —agregó haciendo un gesto de balanza con la mano.
—Bien —Lotred asintió—, estemos atentos entonces.
Se dio la vuelta y dio una señal a Gredo para que prepara a los caballos. El anciano así y lo hizo y pronto estuvieron reanudando la marcha.
No necesitaban de antorchas esa noche, las legiones de estrellas en el cielo les servían bastante bien; junto con las lunas bañaban el terreno de un leve azul plateado. El camino que transitaban, el camino real, comenzaba a internarlos en las Tierras Reclamadas de Aleron; si volteaban hacia el lado izquierdo del camino y achinaban la vista, lograrían divisar las antorchas de lejanos pueblos levantados alrededor de la fortaleza de algún lord menor. Hacia la derecha seguía estando el río Dariar, avanzando casi con la misma calma que Lotred y sus compañeros de viaje; pasando los casi diez metros de anchura del río, se encontraban los dorados terrenos de las llanuras Asrim, perdiéndose en el norte sin un aparente fin. En el este, como gigantescos fantasmas hechos de densas sombras, se alzaban las montañas de la Cadena de Daleria. El rumor del río se unía al repiqueteo de la tartana, al ulular del viento y a los silbidos de Gredo.
—Eh —exclamó Armont, mirando al anciano por encima de su hombro—. Yo conozco esa canción.
Gredo detuvo su sinfonía.

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Destino Carmesí
FantasyUn mercenario que recibe una visita del pasado, una soldado que regresa a su ciudad abandonando el campo de batalla, una joven con fuego en el cabello que busca a su hermano, y un monje que descubre un oscuro secreto. Las vidas de estos cuatro perso...