CAPÍTULO XIX: GUARDIA SOMBRÍA

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Anisa no podía dormir. Se removía en su pequeño espacio en la esquina de la carreta, escuchando el eterno repiqueteo de las ruedas, de los cascos de la mula, el seco golpe que escupían las correas al golpear el viento para que la mula avanzara más rápido. Cerraba los ojos, esperando sumergirse en el sueño, pero de inmediato llegaban los recuerdos de aquel escenario ominoso y terrorífico: blanco arriba, ardiente, cegador; negro abajo, fuliginoso, asfixiante. Sin embargo, no era todo eso lo que le impedía caer inconsciente, así como no lo era tampoco el frío nocturno o el viento ululante.

Era Senth, eran sus ojos imperturbables, su rostro inexpresivo, su postura inmutable que se mantenía siempre, que no parecía haber algo que lo perturbara, incluso si ese algo era un grupo de mercaderes asesinados en medio del camino, incluso si los asesinos mismos, vestidos de un negro profundo y con armas teñidas de rojo, estaban frente a él, impidiéndoles el paso.

Se había bajado de la carreta, con la misma calma con la que siempre lo hacía cada vez que había una parada. Volteó hacia Terens y Barmus y, con un gesto, les indicó que esperaran. Nerviosos, no quitaron las manos de sus armas mientras veían a Senth acercarse a los encapuchados.

—¿Qué está...? —preguntó a medias Anisa, atragantándose con las palabras, presa de un nerviosismo que ascendía con lentitud y que poco a poco se convertía en miedo.

Intercambiaron murmullos. Anisa pensaba que en cualquier momento uno de los encapuchados atravesaría el pecho de Senth con una espada, pero no fue así, ni siquiera cuando se dio la vuelta y, desprotegido, vulnerable, regresó hasta ellos. En cambio, los asesinos enfundaron sus armas, escondiéndolas entre los pliegues de sus capas, y salieron del camino, dirigiéndose hacia el este, perdiéndose entre redes de colinas.

—¿Qué carajos pasó ahí? —preguntó Terens alterado, casi precipitándose contra Senth—. ¿Qué hiciste? ¿Por qué nos mataron?

—Bueno —decía Senth mientras volvía a la carreta—, un jefe no mata a sus peones, ¿verdad? Sería un mal negocio.

Terens quedó boquiabierto y su piel se volvió casi nívea, con los ojos tan abiertos, daba un espectáculo sombrío que no agradaba a la vista. Barmus, confundido, no parecía entender la gravedad del asunto, casi como Anisa. Ella solo podía suponer que estar aliado con unos sujetos como esos no podía derivar en nada bueno. Senth tiró de las correas y la mula reanudó el paso. Las ruedas pasaron por encima de charcos rojos; los encapuchados habían retirado los cadáveres, dejándolos a un lado del sendero.

No se han robado nada..., se percató Anisa, viendo cómo la carreta que pertenecía a las víctimas había dejado caer su contenido por el suelo: barriles llenos de un vino carmesí que se mezclaba con el jugo humano, volviéndolo más oscuro y brillante. La pelirroja movió la vista hacia la derecha del sendero, siguiendo a los tétricos personajes; logró atisbar una pequeña mancha fuliginosa, levemente humana, perderse entre una cuesta baja entre los terrenos al este del sendero.

Y ahora no podía conciliar el sueño. ¿Qué significaba el hecho de que sus captores estuvieran trabajando para esas personas? ¿Qué significaba para ella? ¿Qué destino le aguardaba? ¿Y qué destino le había sido deparado a Adrin?

Se habían detenido a un lado del camino, una pequeña fogata iluminaba el círculo en torno al cual se hallaban los captores de Anisa; en ese momento, Barmus se hallaba en su turno de guardia, mientras el resto dormitaba: Senth arrebujado en los pliegues de su capa azul y Terens temblando bajo una tela vieja, con roturas, que usaba para resguardarse del frío. Aún quedaba mucho camino por recorrer antes de llegar a los terrenos de Zedirn. El bosque Veredern los aguardaba en el horizonte, sus árboles confundiéndose en la negrura profunda de la noche.

Destino CarmesíDonde viven las historias. Descúbrelo ahora