CAPÍTULO XV: LA TORRE AZUL

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—¿Puedo cortarle la garganta? —preguntó Terens.

Senth, desde el asiento de conductor, no contestó.

La noche era fría y el cielo, despejado de nubes, presentaba un cielo salpicado de estrellas pálidas, eclipsadas por el centelleo de las Hermanas de Plata. El viento se paseaba por el terreno ondulado, esparciendo un murmullo casi imperceptible.

—Creo que eso es un no —señaló Barmus.

Terens gruñó.

Anisa ahogó otro suspiro. Por su pálido rostro las lágrimas ya no se desbordaban; se le habían acabado durante la tarde del octavo día después de haber dejado el pueblo con aquella extraña mina. Recordaba a Drehil en medio de su llanto, lo veía retorcerse, tratando de liberarse de los guardias mientras soltaba insultos y maldiciones. ¿Qué estaría viendo en el interior de aquella grieta, donde solo parecía reinar la oscuridad y los impactos de los picos contra la piedra? Pero la imagen de su hermano eclipsaba todo ello, junto con las palabras de aquella anciana que le había curado la herida en la cabeza. Tu hermano está muerto, o lo estará pronto. Esa declaración se transformaba en un eco estridente que deseaba cubrir el mundo.

Ya no podía dejar de pensar en la dolorosa verdad: su hermano, todos estos años, había estado engañándola, le ocultaba la verdad acerca de lo que ocurría en Vigiliaeterna, ¿o es que acaso nunca había estado en la ciudad? Ya no podía seguir negándolo, no podía ya distraer a su mente con, hasta ese momento, el neblinoso horizonte de acontecimientos. La imagen de Adrin, con la reluciente armadura militar de Aleron, de repente se desvanecía, o, más bien, se transformaba, iba degradándose, convirtiéndose en harapos, al tiempo que aquella sonrisa jovial en el rostro se iba agriando, volviéndose seria, adusta.

Los primeros días, Anisa preguntaba entre tartamudeos sobre el sentido de las palabras de aquella anciana, en un intento desastroso por evitar parecer desesperada por una respuesta. Cuando entendió que nada importaba fingir, y que ella misma ya estaba por estallar, comenzó a llorar; primero solo fueron gimoteos, respiros ahogados, lágrimas que se desbordaban y acababan colgando desde el mentón unos segundos antes de caer a la madera de la carreta. Entre los gimoteos dejaba escapar un "por favor", "es mi hermano", "díganmelo", "por favor". Pero solo obtenía la respuesta del silencio, una respuesta que se ensartaba en su pecho como una daga fría, que le hacía desear estar muerta, porque estando así al menos ya dejaría de preocuparse, de sufrir, de sentir las cadenas apretando sus brazos.

Pero... Adrin...

Tenía que encontrarlo, tenía que saber. Pero no le dirían nada, Senth solo le dirigía una mirada fría antes de volver a tirar de las riendas de la mula, exigiéndole al animal que apresurara el paso. La primera vez, Terens le había dedicado una mirada atenta, sin agregar nada entre sus palabras atropelladas por el llanto, pero todo fue parte de una broma cruel en la que el enjuto hombre acabó por reírse.

—¿De verdad creíste que te diría algo? —preguntó entre sus carcajeos.

Por otro lado, Barmus parecía perderse en medio de sus suplicas, distraído por las voces del viento o por nubes con formas extrañas en el cénit del mundo, o a veces capturado por la belleza de las hermanas plateadas, entraba en el trance lunar.

El quinto día, entregada al dolor de su alma, Anisa despertó llorando. Las lágrimas empaparon sus cabellos ígneos. Sentía que no podía respirar a ratos. De repente, no le importó comenzar a patalear, a golpear los bordes de la carreta sin importarle que los eslabones de las cadenas se enterraran más en su carne, a gritar tan fuerte que las cuerdas vocales de su garganta se desgarraron, dejándola afónica.

Y ahora no le quedaban más energías, ahora se sentía hueca, miraba sin ver, respiraba pero no se sentía viva. Estuvo rechazando la comida desde que salieron del pueblo y ahora la falta de energía le estaba pasando factura. Aun así, sabía que Senth y sus compañeros no la dejarían morir. Tu hermano está muerto, o lo estará pronto. Depende de cómo quieran torturarlo. Entonces todo lo que habían hecho en el pasado fue en vano, todo por lo que habían luchado, los sacrificios que tuvieron que hacer, todo reducido a menos que cenizas desperdigadas por una brisa de viento.

Destino CarmesíDonde viven las historias. Descúbrelo ahora