Capítulo 22: Vestidos de negro

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La sala estaba en completo silencio mientras el cura detrás de una mesa enorme daba el sermón.

-Hermanos, estamos todos aquí para despedir a la hermana Maille Burke que luchó tanto contra una enfermedad tan cruel como el cáncer. Las enfermedades son algo contra lo que no podemos luchar, ya que así dios lo ha impuesto. Pero sólo podemos rezar por todos nuestros hermanos y pedir un destino mejor para ellos en la nueva vida donde serán eternamente recordados.-recitó el hombre calvo con gafas.

Sarah rio por dentro. Hacía mucho que perdió la fe, pero sabía que tanto a su abuela como a sus padres les hacía ilusión hacer esta ceremonia, rodeada de amigos y familiares. Más que debido a sus creencias cristianas, sino a modo de celebración como una alabanza para no sentirse solos. Para Sarah eran gilipolleces. No se creía ni la mitad de lo que decía el sacerdote y sentía que había mil millones de formas más bonitas de celebrar la vida de su abuela como se merecía. ¿Cómo se suponía que según la religión ahora ella estaría en un lugar mejor, pero no lo parecía para nada? ¿Cómo se suponía que Dios era bueno y justiciero si permitía millones de desgracias a su alrededor, como muertes, guerras, torturas, enfermedades que acaban con la vida, etc. Miró hacia su alrededor. Todo el mundo vestía de negro y estaba cabizbajo. Algunos lloraban, otros recitaban las oraciones del curas, otros guardaban silencio. Era triste, nadie se merecía un entierro tan triste. De repente, sintió un agarre de manos, se giró hacia el autor de aquella fechoría que estaba en su derecha, Marcos. El chico le dedicó una sonrisa triste y está posó su cabeza en el hombro de Marcos mientras seguían escuchando el resto de la misa a la que cada vez le hacía más oídos sordos.

Llegó el momento en el que tuvieron que recibir el cuerpo de Cristo. Nadie se levantó, excepto su madre y otra señora mayor que no lograba identificado. Y con ello, la misa dio a su fin. Sin soltar la mano de Marcos, caminó hacia la puerta de la iglesia, siendo interrumpida por varios familiares lejanos y personas desconocidas para darle el pésame. Una vez, lograron salir, se juntaron con sus padres para ir con ellos al crematorio. Luego, sus cenizas serían esparcidas por el aeropuerto donde "las distancias desaparecen para unirnos a todos en un mismo camino" tal y como explicaba en su testamento.

El tiempo se hizo eterno y alguna que otra lágrima soltó, agarrándose a Marcos como apoyo. Ver el cuerpo inerte de su abuela entrar en la incineradora le impresionó demasiado. Apartó la vista. No quería verlo, ni siquiera quería vivirlo pero allí estaba aguantando como un soldado al último deseo de su abuela.

Tras varias horas, llegaron aeropuerto con una vasija en mano. Se llevaron varias riñas por parte de los de seguridad al intentar lanzar las cenizas dentro de este. Finalmente, no les dejaron y tuvieron que esparcirlas en un descampado cerca de éste.

-¿Unas últimas palabras?-dijo su padre con la vasija en la mano, mirando hacia su mujer.

-Sí, por favor...-se secó las lágrimas y puso su mano en su pecho-Gracias, mamá, por haber estado siempre ahí. Y aunque tuvimos millones de diferencias y discusiones, como la del vestido en mi día de graduación o la de mudarme definitivamente a un pueblo por trabajo o quedarme en la ciudad, ¿te acuerdas? Yo sí. Pero eso no es todo de lo que me acuerdo, también de cuando me llevabas de la mano al cole y me peinabas aquella cola con la que me dolían hasta las raíces. Y cuando me quejaba, me decías: "si quieres presumir hay que sufrir"-soltó una risa triste-Gracias por darme consejos cuando lo necesité, por curarme las heridas cuando me caía... Pido perdón por habernos distanciado estos últimos años, debería haberte visitado más. Es normal que hubieras querido volver a tu ciudad. Yo misma lo hubiese hecho.-se quedó en silencio unos segundos para secarse las lágrimas y soltó-No tengo más palabras, sólo para decirte que te quiero y siempre te querré...

Al finalizar, se tiró a los brazos de su marido que la abrazó con el brazo que no sujetaba la vasija.

Sarah soltó la mano de Marcos y se acercó a su madre para abrazarla por la espalda. Su padre abrió sus ojos cerrados y al ver la cara del chico de pie, observando la escena, le hizo un gesto con la mano para que se uniera. Y así fue como los cuatro se fundieron en un abrazo antes de despedir a la anciana que había marcado sus vidas. Después del abrazo, se separaron lentamente y con cuidado, su padre abrió la vasija y las esparció al aire donde se fusionaron con las pequeñas partículas que había en este. Un último adiós fue dicho por Sarah antes de volver a montarse al coche para ir al último destino de ese funeral. Era tarde, serían ya las 10 de la noche y estaban todos agotados. Aún así, unieron fuerzas para cumplir con la tradición irlandesa que tanto gustaba a su abuela, ir a un bar a tomar algo mientras rememoraban momentos de su vida. Para ser sinceros, a Sarah le parecía muchísimo más bonita esta tradición que cualquier otra. Cumplía con lo que era, celebrar la vida de una persona que ya no está. No una ceremonia triste sin sentido en la que todo el mundo lloraba a lágrima viva como si todo lo que esa persona hubiese luchado en vida se hubiera ido con ella. Porque, a pesar de que no estuviera en tiempo presente, su legado seguía con ellos. Como lo que se suele decir de que aunque las personas no estén con nosotros, siguen en nuestros corazones y recuerdos. O eso es lo que queremos pensar. Tenemos miedo de la muerte, pero no del propio hecho de morir en sí; sino del olvido, pensar que tras el paso del tiempo nadie nos recordará por lo que fuimos. Nadie contará nuestras anécdotas. Nadie escuchará una canción y se acordará de nosotros. Nadie pensará en nosotros en las noches de insomnio. Lo que realmente aterra no es la muerte sino el paso del tiempo y lo que éste deja atrás.

Por la Puerta De EmbarqueDonde viven las historias. Descúbrelo ahora