Capítulo 7: Primer día de trabajo

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Sarah cogió rápidamente dos uniformes del almacén. Se trataban de un pequeño delantal blanco con el nombre de la tienda en el lado derecho del pecho y una gorra de color rosa. Uno de estos se lo empezó a colocar, mientras que el otro se lo entregó a Marcos quien puso una mueca al ver lo que se tenía que poner.

-¿Qué? ¿Nunca has llevado un uniforme?-preguntó Sarah amarrándose las dos tiras del delantal a la espalda.

-Para serte sincero, no-respondió con una risa nerviosa sosteniendo las prendas de ropa con ambas manos.

-Siempre hay una primera vez-sonrió tras colocarse la gorra rosa-¿Te ayudo?

Marcos frunció el ceño algo confundido. Esa chica que antes lo había tratado de una manera bastante borde, ahora le ofrecía ayuda. ¿Cómo era eso posible? ¿Acaso era una persona distinta?

-Antes me insultas y me echas, ¿y ahora me quieres ayudar?-bromeó.

Sarah dio la vuelta y se puso detrás del chico para ayudarle con el uniforme.

-Ahora se supone que eres mi empleado. Y por mucho que no te soporte, te tengo que tratar bien.-explicó Sarah de manera convincente metiendo la cabeza de Marcos en el delantal- O sino que visión se llevaran los niños-dramatizó poniéndose una mano en la cabeza imitando lo que solían hacer las princesas en las películas.

Este gesto provocó una carcajada por parte de Marcos, a la cual se le unió una sonrisa tímida de la castaña.

-Quítate la chaqueta-ordenó Sarah tras ponerle el delantal a Marcos.

-¿Cómo?-preguntó desconcertado.

-Si te anudo el delantal por la espalda y sigues con la chaqueta, te va a ser muy incómodo trabajar, ¿no crees?-preguntó de manera retórica con un suspiro.

El de pelo revuelto asintió y obedeció a la muchacha. Se quitó la chaqueta y la puso en la percha que había al lado de la caja registradora. También se remangó su camisa blanca, dejando así sus brazos al descubierto, pensando que esta sería otra cosa que le pidiese hacer. Ya que ella lo había hecho anteriormente.

Hecho esto, Sarah se dedicó a hacer un nudo en la espalda del chico. Mientras tanto él se ponía la gorra de la mejor manera que pudo. Su pelo revuelto era una gran arma contra el hecho de querer tener una imagen formal. Por muchas veces que se lo intentase peinar, arreglar o incluso cortar, siempre lo tendría despeinado. No podía luchar contra él. Era un defecto que tenía y debía aceptarlo, aunque tiempo atrás hubiese sufrido un bastante por él.

-Ya está-anunció Sarah dando una palma a la espalda del chico mirando su obra ya finalizada.

-Gracias...-agradeció dándose la vuelta.

Los ojos de la castaña se posaron en su pelo cubierto por la gorra rosa. Estaba muy gracioso. El muchacho había intentado tapar todo su pelo con la gorra, pero había sido un intento fallido porque se veía algo ridículo. Su flequillo sostenido por la gorra estaba apaisado por toda su frente y por los lados salían pequeños pelillos rebeldes. A Sarah le fue prácticamente imposible sostener su risa.

Sin embargo, en el momento que vio que el chico no se reía, paró. La mirada del chico se encontraba en el suelo y tenía sus mejillas sonrojadas.

-Perdón si te molestado-dijo secándose los ojos por las lágrimas de la risa-Es que estás muy gracioso.

Marcos movió la mano para negar su enfado y le repitió con palabras que no pasaba nada.

Aunque normalmente eso no era así. Cuando la gente se reía de su cabello, se solía molestar bastante. Le recordaba a su pasado en el colegio y el instituto donde los insultos y palizas eran el pan de cada día. Al principio, sólo eran burlas hacia su pelo despeinado, chistes inocentes que hacían los niños. Pero, poco a poco, fue a más. Se convirtieron en su rutina diaria. Más tarde, llegaron las collejas y las bolitas de papel hacia su nuca que le hacían perder la concentración en clase. Cosa que los profesores notaron y se lo hicieron saber. Sin embargo, ninguno puso el foco de atención de aquel problema en esos niños, todos le echaron la culpa a él, reprochándole que debía estudiar más. Al poco tiempo, a estas cosas que eran "un juego de niños" se le sumaron los empujones por los pasillos. Estos a su vez se transformaron en palizas al salir de clase. Y, por último, como guinda del pastel, llegaron las amenazas de muerte. Llevándole a Marcos a odiarse de tal manera que intentó quitarse la vida en más de una ocasión.

Por la Puerta De EmbarqueDonde viven las historias. Descúbrelo ahora