La mañana siguiente se planteó serena a pesar de la denuncia que tenía pensado poner. Por su parte, Marcos, tal y como prometió, la acompañó a comisaría. Cosa que se lo agradeció enormemente, ya que hasta que los policías no supieron que iban juntos, no le hicieron caso ni tampoco le dieron la importancia que tenía a su situación. Desgraciadamente, en algunos rincones del mundo, las mujeres seguían sin ser escuchadas o silenciados hasta que vieran la presencia de un hombre a su lado.
Una vez le atendieron después de mucho rogar, le hicieron rellenar un papel en el que tuvo que poner todos los datos de la denuncia y entregarla a unos de los policías que se la llevaron a una sala para interrogarla.
No fue fácil. Le hicieron preguntas demasiado comprometidas e intentaron justificar la actitud de Dylan en una cantidad no muy generosa de veces. Se mantuvo fuerte antes que todo y como pudo aguantó las excusas y las miradas a otro lado. Afortunadamente, no fue un proceso que llevó demasiado tiempo y a los pocos segundos, abandonó la sala acompañado por los policías hasta la entrada de comisaría donde se reencontró con Marcos.
Se lanzó a sus brazos, siendo bien recibido por el chico que le devolvió el agarre, envolviendo sus brazos por la cintura de Sarah.
–¿Ya has terminado?–preguntó, rompiendo con el abrazo.
–Sí, vámonos a casa–respondió con un asentimiento, sabiendo en su interior que aunque lo hubiera pasado muy mal, todo valdría la pena. El camino sería un infierno, pero encontraría el cielo. Y a ella ya se lo parecía al ir andando de la mano con Marcos por las calles de Sevilla con rumbo a casa. Si aquello era el cielo, no le importaría sufrir hasta llegar a él.
El día siguió su transcurso normal y con ello, el resto de la semana hasta que llegó una carta que la citaba para el día del juicio por la denuncia.
Sus nervios explotaban al llegar a ese edificio ancho de estilo neoclásico. Miró a su lado derecho donde se encontraba Marcos que esbozó una sonrisa y le agarró la mano estrechándosela. Sarah le sonrió de vuelta y con sólo ese gesto, hinchó su pecho de aire que le dio la valentía necesaria para adentrarse en el juzgado donde, en su entrada, se encontraron con una mujer de pelo canoso corto y rizado que portaba unas gafas de plástico rojo. Iba vestida con traje de chaqueta que cubría una camisa azul y una falda de tubo. La mujer se acercó a los jóvenes con un saludo de manos.
–Buenas, soy la Sra. María González y seré su abogada en esta celebración del juicio–se presentó, mientras Sarah recibió la mano de la contraria y la apretó, soltando por su boca lo encantada que estaba por conocerla pese a la situación. Hacía dos días que se puso en contacto con ella y sólo habían hablado por teléfono, para relatarle todo lo sucedido y así poderla defender de cualquier acusación de los abogados de Dylan. Entonces, era la primera vez que se veían en persona. Afortunadamente, parecía una mujer formal y simpática con las ideas claras y que cuando hablaba otorgaba, así que la impresión fue buena.
Marcos también se presentó a María, recibiendo un asentimiento por parte de la mujer que les invitó a entrar a la sala donde se haría el juicio. Esta estaba cubierta por paredes hechas con madera clara. En su fondo se encontraba una mesa grande que rodeaba toda la parte posterior de la sala en la que estaban sentados una mujer en el centro y dos hombres a ambos lados que portaban unas batas negras. Por otra parte, a ambos lados de la misma sala se encontraban banquillos que formaban un pequeño pasillo en el centro de ésta. María les indicó que se sentaran a la derecha y así hicieron. Sarah giró la vista nada más posó su cuerpo en aquel asiento y justo a la izquierda pudo ver como aquel rubio protagonista de sus pesadillas se sentaba en aquel lado con una sonrisa socarrona como si todo lo que hubiera hecho importase de poco, como si él fuese la verdadera víctima de una ex loca que se había inventado una denuncia para llamar su atención y que él volviese con ella. Apartó la vista, bajándola, las manos le comenzaron a sudar y sus piernas a temblar. Su respiración se volvió irregular cuando de repente, sintió la mano de Marcos agarrándole la suya, apretándola tres veces y lanzándole una sonrisa tranquilizadora. Sarah soltó una mueca que fue un intento de sonrisa fallido y suspiró, mirando al frente donde la jueza avisó de que la querella daría comienzo una vez todos guardaran silencio.
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Por la Puerta De Embarque
RomantizmSarah es una chica que trabaja en el aeropuerto, más concretamente en la tienda de tutifruti cerca de la puerta de embarque. Mientras trabaja su única distracción para no aburrirse es inventarse cómo serían las vidas de esos pasajeros que están a pu...