Capítulo 11: Una mañana dulce

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Por fin el día había acabado trayendo consigo uno nuevo, el cual Sarah esperaba que no fuese tan terrible como el anterior.

Aunque, siendo sincera tenía que admitir que ese martes a pesar de que no empezó con buen pie, no había sido malo del todo. Ya que le había dado la oportunidad de reencontrarse con su abuela y de conocer de verdad a Marcos, sin tapujos ni máscaras. El muchacho le había caído bastante bien, más de lo que esperaba. Además de eso, poseía unas cualidades entusiastas y soñadoras que le hacían ser un muy buen trabajador. Era una lástima que en cuatro días se tuviese que ir, dado que a la chica le sería de gran ayuda en la tienda.

Sarah desechó las sábanas tras haber escuchado la alarma del teléfono y se levantó a regañadientes mientras lanzaba por su boca largos bostezos. Frotándose los ojos, intentó espabilarse para tener sus cinco sentidos conscientes de lo que ocurría a su alrededor y no ser un zombi. 

Hecho esto, se levantó de un sopetón y se dirigió al armario para coger algunas prendas que ponerse. Sin embargo, al haberse levantado de un salto, se mareó un poco y tuvo que estar unos segundos parada sosteniéndose en la puerta del armario, intentando estabilizarse antes de hacer cualquier otra cosa.

En el momento que recuperó la estabilidad, abrió el armario, cogió la ropa que se pondría aquel día (una chaqueta vaquera, unos pantalones anchos de la misma tela de la chaqueta y una sudadera fina corta con rallas multicolores) y se las empezó a colocar tras haberse quitado el pijama.

Mientras las prendas se ajustaban a su figura, su vista se focalizó en la ventana que tenía en la derecha. Por lo que pudo comprobar, sería uno de esos días nublados que tanto le gustaban, en los que apetecía estar sentada en el sofá, tapada por una manta, bebiendo chocolate caliente a pequeños sorbos y en compañía de un buen libro. Para ella, eso era felicidad. Aunque fuese pasajera, lo era. Porque esas horas podía ser otra persona y alejarse de todos los problemas que conllevaba su vida. A veces se sentía saturada y merecía un respiro, alejarse de todo lo que le rodeaba y dejar de pensar en todo y en nada por partes iguales. Era algo normal, todas las personas lo hemos necesitado alguna vez en nuestra vida. Sin embargo, a pesar de ser ese el día perfecto para ganarse ese pequeño descanso, había algo que le impedía darse aquel capricho.

Tenía que trabajar.

Pero podría zafarse unas horas para ir a la biblioteca y disfrutar de aquel día nuboso con tranquilidad, ya que contaba con la ayuda de Marcos que podía cubrirle y ocuparse del negocio en sus horas "libres". Era una buena idea. Estaba cansada y harta, necesitaba ese descanso y, además, había podido ver que el chico era un trabajador muy bueno y dedicado a lo que hacía, a pesar de su carácter excéntrico.

Al terminar de vestirse, después de haber pasado por el cuarto de baño para lavarse la cara, se fue soltando leves bostezos a la cocina. Allí, para su sorpresa se encontró con su abuela y el chico preparando el desayuno. Una imagen con la que se le hizo difícil contener la sonrisa.

-¡Buenos días!-saludó Marcos desde la isla de la cocina con un guiño y una sonrisa, al notar la presencia de la chica.

El chico ya no iba tan formal como ayer. Supuso que aquel traje de chaqueta  sería porque habría tenido alguna entrevista, a la cual no pudo asistir por la cancelación de vuelo. A diferencia del día anterior, hoy simplemente llevaba una sudadera enorme gris remangada hasta los hombros, unos vaqueros negros que se ajustaban bien a sus piernas y unas bambas blancas. Aunque su estilo fuese sencillo, Marcos hacía de esa combinación algo especial. No sabía el motivo, pero sí que aquel día presentaba un brillo fuera de lo común.

Sarah volvió a sonreír y respondió con otro "Buenos días" al chico. Al cual se le unió otro saludo de su abuela al reconocer la voz de su nieta. Como la mujer estaba de espaldas a ella preparando algo en la hornilla, para mirar a Sarah a la cara mientras le saludaba, tuvo que dar un medio-giro, dejando al descubierto aquel desayuno misterioso que estaba cocinando. A lo que Sarah que era una persona muy curiosa echó un vistazo rápido. Eran tortitas, su desayuno favorito desde que era niña. Hacía bastante que no lo comía, y el hecho de que su abuela que tampoco veía desde hacía mucho lo estuviese preparando, llenó todo su ser de ilusión. 

Por la Puerta De EmbarqueDonde viven las historias. Descúbrelo ahora