Capítulo 2: Marcos

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A la misma hora que se despertó aquella chica de ese mismo día, Marcos se estaba preparando para partir. Abrió el armario de madera de roble oscuro y cogió un traje de chaqueta que tenía preparado para temas laborales. Estaba intranquilo, hoy dejaría el pueblo dónde se había criado y marcharía a la capital para coger un avión para dirigirse a aquella ciudad. Dónde se buscaría una nueva vida.

Después de ponerse ese traje formal e intentar amarrarse bien la corbata con un tutorial. Se miró al espejo que había en una de las puertas del armario junto a posters de diversos artistas que le gustaban, e intento domar aquel pelo despeinado.

Estaba muy nervioso, veía como le sudaban las manos y temblaba. Pero suspiró enfrente del espejo para que este nerviosismo se disipara.

Más tarde, desayunó algo rápido y tomó el primer autobús que pasó que llevara desde aquel diminuto pueblo al aeropuerto de la cuidad. El camino fue largo, ya que duró unas dos horas, pero se le pasaron volando, porque iba escuchando música e innumerables pensamientos llegaban a su mente. Como para estar preocupado de si había llegado o no.

Al paso de estas dos horas, llegó al aeropuerto. Nada más bajarse de ese autobús, se quedó paralizado mirando aquel edificio inmenso y a los aviones pasar por el cielo celeste (los cuales desde su posición parecían minúsculos).

Un sudor frío recorrió su piel. Por ello, se quitó la chaqueta negra que llevaba para que no quedase sudada. Ya que tenía que estar presentable por lo menos. A continuación agarró la maleta gris de ruedas y se metió en el edificio.

Al llegar a la zona de los controles de seguridad, empezó a sonar un sonido cercano que fácilmente reconoció. Era su teléfono móvil que estaba guardado en uno de los bolsillos del pantalón. Nada más cogerlo, miró la pantalla del móvil para ver quién era la persona que le llamaba, era su madre. Al ver esto, contestó de inmediato.

-¡Hola hijo! ¿Cómo estás? ¿Has llegado ya?-preguntó algo preocupada la madre.

-¡Hola mamá!, estoy bien. Ahora mismo estoy en el control de seguridad-respondió mientras iba poniendo la maleta y sus pertenencias en una bandeja.

-!Ah! Bueno, pues te dejo porque tendrás que poner el móvil en esas bandejitas que dan, ¿no?-dijo la señora.

-Sí, pero quería preguntarte qué tal estáis papá y tú-preguntó con melancolía y algo de tristeza.

-Yo, bien. Y tu padre..., ya sabes que no le hace gracia que te vayas...–explicó intentando no causar enfado ni culpabilidad en su hijo.

-Ya..., pero no puedo pasar la vida trabajando en la empresa de papá, sin descubrir que es lo que quiero hacer y que realmente me gusta...–replicó el muchacho mientras cerraba los ojos y se tocaba la frente con la mano que no sujetaba el móvil.

-Lo sé..., pero también tienes que entender que él quiere una vida con la que puedas vivir tranquilo, sin tener preocuparte por el dinero o por que no hay trabajo,–dijo apoyando la postura de su marido–porque el destino que estás escogiendo está lleno de altibajos. Eso lo tienes en cuenta, ¿no?

-Sí..., lo tengo en cuenta....Pero, él también tendría que entender que quiera buscarme las habichuelas por mí mismo–replicó.

-Bueno, no quiero hablar más de esto que me quedo con mal sabor de boca....–afirmó la señora.
Después de decir esto hizo una leve pausa. Al poco tiempo, continuó
deseando suerte a su hijo para que tuviese un estupendo vuelo. Además, le pidió que avisara en el momento que llegase a su destino.

Se despidieron y acabaron con la llamada. Al colgar, Marcos dejó el móvil y sus demás pertenencias en la bandeja. Y de esta manera, pasaría por el control de seguridad que veía si poseía algo fuera de lo normal, volvería a coger sus cosas y llegaría a la zona de embarque.

Era una estancia luminosa y enorme. En la cuál había diversas tiendas y cafeterías a su alrededor. También contenía en el techo una enorme pantalla que iba avisando de las llegadas y las salidas de los aviones, para estar pendiente de dirigirte a una de las puertas de embarque en el caso de tener que marchar.
Por ello, Marcos de vez en cuando miraba a aquella pantalla inquieto.
Este, nada más llegar a esta zona, se sentó en una mesa de una de las cafeterías, la que estaba más cerca del control de seguridad. Era una cafetería bastante amplia con el suelo de madera y las paredes de color blanco con ladrillos en la parte inferior de estas y diferentes cuadros estaban colgados en ellas. Se notaba que era un lugar muy acogedor.

Allí se pidió un café con leche, ya que había madrugado mucho y necesitaba de nuevo la cafeína de esa bebida para mantenerse despierto y pendiente de lo que sucediese a su alrededor.

Mientras sorbía este café e iba jugando con la cuchara para que este se enfriara y no quemarse la boca; dudas y miedos entraron en la cabeza del muchacho.
¿Y si su padre tenía razón? ¿Sería mejor para su futuro quedarse en el pueblo trabajando en la empresa familiar? ¿Y si ese era su verdadero destino?
Estos pensamientos aparecían y desaparecían continuamente, haciendo retumbar fuertemente su cabeza.
Dejó el café que sostenía en ese momento en la mesa. Y se tocó el rostro con las dos manos.
Porque pensaba ahora de esta manera, sería por la reciente llamada de su madre o por miedo a lo desconocido. No lo sabía con certeza. Odiaba pensar de esta manera y no saber el porqué. Quería saber el motivo, ya que después de todo a lo que se había enfrentado para llegar hasta allí (a conseguir dinero para pagar el viaje, a miradas y a comentarios incriminatorios por parte de su padre acusándole de que les estaba abandonando o de que era un egoísta...), seguía siendo solo un niño asustado con pavor a su propio destino y a abandonar su hogar.

Retiró con firmeza las manos de su cara y volvió a recoger el café para beber. A pesar de que esos pensamientos negativos acerca de lo que estaba haciendo, se obligó a pensar que allí encontraría lo que realmente le gustaba hacer y su destino. Y le demostraría a su padre que estaba equivocado, porque seguro que lo estaba....

Al terminarse el café se dirigió dentro del establecimiento para pagar la bebida. Al entrar, sin pensar ni nada se fue hacia la barra donde había un chico con rizos.
Marcos le preguntó el precio de lo que había consumido al joven. Y este con una sonrisa, le dijo: 1'50€.

Después de recibir esta información, cogió con cuidado su monedero y saco el dinero justo para el pago de aquello.
El muchacho del pelo rizado al recibir el dinero le dedicó una blanca sonrisa y un "Gracias, que tenga un buen viaje, harta la próxima".

Marcos le devolvió una media sonrisa algo forzada y le respondió diciendo: "De nada, muchas gracias, adiós".

A continuación, se dio una vuelta por las distintas tiendas del aeropuerto. Viendo todos los artículos y productos que ofrecía cada una de ellas. Pero nada le interesaba mucho como para comprarlo en realidad.

De repente, se fijó en una pequeña tienda de chuchería llamada tutifruti. De la cual, salían una familia de cinco integrantes. Decidió entrar con algo de nerviosismo en ese diminuto establecimiento, dónde detrás del mostrador se encontraba una chica de pelo castaño, brillante y ondulado. Con ondas que parecían que se las había hecho esa misma mañana. El chico le dedicó una mirada algo inquieta junto con una media sonrisa. Pero, en cambio, ella le miró extrañada a través de esos ojos acaramelados y dulces que Marcos seguía con la mirada.

Por la Puerta De EmbarqueDonde viven las historias. Descúbrelo ahora