Capítulo 1: Sarah

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Sarah se levantó a la hora de siempre, a las siete, con el sonido dulce del piar de los pájaros y con el frío de la brisa otoñal de la mañana. O eso era lo que le gustaba pensar, ya que la verdadera realidad era que su sueño había sido interrumpido por la alarma estridente del teléfono. Con su cuerpo ya levantado se tocó su vientre que comenzaba a rugir como una fiera. Por ello, se dirigió a la estrecha pero colorida cocina y preparó el desayuno. Después de tomarse el café y el croissant que compró la tarde anterior, llevó los platos al fregadero. Se fue a su cuarto de nuevo y se puso un vaquero, una camisa de botones blanca y unas bambas blancas con rieles en las suelas de color rojo. Se miró al espejo y una sonrisa invadió su rostro. Tenía la sensación de que hoy sería un gran día de alguna manera. Dicho y hecho, por último, se dirigió a la entrada del piso, donde estaba el perchero con un abrigo rojo que cogió, y un pequeño espejo en el que se hizo un moño, pero dejando al descubierto dos mechones castaños a los lados. Salió del piso y fue a la estación del metro más cercana a su hogar para ir al aeropuerto. No porque fuese a emprender un viaje, sino porque trabajaba allí, en una pequeña tienda cerca de la puerta de embarque.

Su tienda era una de las muchas tiendas que había en el aeropuerto de Sevilla. Era un pequeño negocio que vendía chuches, dulces y postres. No tenía clientes "fieles"; ya que en un aeropuerto la gente viene y va, y no vuelve pasado el tiempo; no obstante, le iba bastante bien.

Los ojos acaramelados de esta una chica joven miraban desde este negocio a los demás pasar antes de que ellos embarcaran en un vuelo. "Irán de vacaciones, por temas de trabajo o para visitar a sus familiares"-pensaba mientras observaba a los viajeros por el escaparate de la chuchería.

Le encantaba montarse historias sobre la vida de los pasajeros, así mataba el tiempo cuando no tenía nada que hacer. Además, todos estos pensamientos los anotaba en una pequeña libreta que guardaba cerca de la caja registradora.

Con respecto a las otras personas que trabajaban en el aeropuerto, se llevaba bastante bien con todos ellos, tanto vigilantes de seguridad como los demás dueños y trabajadores de las otras tiendas.

Pero aparte de ser una persona sociable, era bastante misteriosa y retraída hacia lo personal. Nadie sabía nada de su vida personal, (lo cual se podría decir que estaba bien porque así nadie se podía meter en sus asuntos) por eso especulaban mucho de ella (si venía de una familia pobre, si su familia tenía dinero, si se había fugado de casa con un cocainómano, si no había estudiado, si estaba casada y tenía dos hijos...).
Ella estaba al corriente de todo lo que hablaban de ella sus compañeros, pero, Sarah, ante esto guardaba el silencio.
No le gustaba hablar de su vida ni de su pasado, ya que consideraba que no eran relevantes.

Esa mañana pasó por su tienda una familia de tres hijos que compraron tres paquetes de chuches. La familia la saludó y ella les respondió con una cálida sonrisa en sus labios.
En el momento que compraban esos dulces, empezó a imaginar el día a día de esa familia. Una de las madres era una agente inmobiliario que siempre se pasaba el día afuera y no tenía tiempo de estar en casa pero a pesar de esto, los quería con locura.
La otra mujer de ese matrimonio estaba preocupada por qué su pareja pasase tanto tiempo fuera. Esta última había sufrido rechazo por parte de sus padres y algunos de sus amigos y por eso le daba miedo que su esposa debido al trabajo se olvidase de ella y ya no la quisiese porque en esos momentos era la única persona que le apoyaba y le quería tal y como era. Y con respecto a los hijos, eran felices y se querían un montón, aunque se peleaban mutuamente muchísimo.

-A pesar de los problemas eran una familia preciosa-pensaba Sarah con los brazos apoyados sobre el mostrador -y por sus chanclas seguro que van a la playa-cerró los ojos e imaginó una playa paradisíaca en donde se encontraba ella tumbada bajo el sol.

Abrió los ojos y vio como esa familia cruzaba la tienda para irse mientras decían al unísono "adiós".

-Adiós, que tengan un buen viaje- respondió.

Luego, sacó la libreta que se encontraba en la mesa de la caja registradora y apuntó todo lo que había imaginado anteriormente.

A la par que apuntaba, la puerta del pequeño negocio se volvió a abrir.

Un chico con el pelo revuelto mirada pícara y con traje de chaqueta entró.
Miró extrañada al chico.

-Que sujeto más interesante y a la vez raro-pensó.

-¿Qué pasa? Parece que has visto un fantasma-dijo el joven riéndose.

-No, no pasa nada-respondió tímidamente.

-Ya, claro...-le miró de arriba a abajo con expresión incrédula.

-En fin..., ¿Qué quieres comprar?-preguntó con curiosidad al chico de cabello alborotado.

-Nada, he entrado porque la tienda me parecía bonita...-dijo haciendo un puchero y subiendo los hombros_ ...y, también, la dependienta-coqueteó el chico mientras guiñaba un ojo.

-Mmm, ¿eres un poco imbécil, no?-replicó la chica de poniendo sus ojos acaramelados en blanco.

-Puede, ¿Quién sabe?....-hizo una leve pausa y continuó hablando-Bueno sí había venido por algo, por una Coca-Cola, pero me pareciste interesante y quise hablar contigo.

La chica suspiró, no podía imaginar el tipo de personaje que era aquel hombre.
Y le dio la espalda al mostrador y al muchacho para coger de la pequeña nevera una lata de Coca-Cola.

-Aquí tiene, son 1'50 euros-dijo a tono de suspiró.

-Vale, toma- extendió su mano para darle dos monedas.

-Gracias-agradeció a regañadientes con una sonrisa un poco falsa.

-De nada, por cierto, me llamo Marcos. Pero mis amigos me llaman Marc y tú me puedes llamar cuando quieras-dijo con sonrisa pícara.

No podía creer como este chico intentaba ligar con ella. Frunció su ceño mientras ponía una cara de asco. Seguramente era de estos típicos que se creen que todas las chicas se van a rendir a sus pies y que van de ligones por la vida. A ese tipo de personas, Sarah no las podía soportar. ¿Cómo podía tener tanta seguridad en uno mismo sin perder la poca vergüenza?

Después de que Marcos se presentara le dedicó una media sonrisa a Sarah, la cual tenía cara de pocos amigos, y se marchó de la tienda con su Coca-Cola.

-Ese chico ya es bastante personaje para que yo me invente una historia de él, además que tampoco me interesa saber que está haciendo aquí y adónde va-pensaba Sarah.

El día siguió con normalidad después de que este curioso joven cruzase el pequeño negocio. Había tenido unos cuantos clientes más, cada uno con su propia historia inventada por ella. Algunos iban a buscar una nueva oportunidad en otra ciudad, otros a visitar a sus familiares o a visitar un nuevo lugar.

Todos tenían algo interesante que contar-pensaba Sarah. Se encontraba en el metro algo cansada y con ganas de llegar a su hogar para dormir, ya que se le iban cerrando los ojos poco a poco. Pero tenía que seguir despierta porque no iba a dormirse en medio de un tren.

Al momento de llegar a su hogar cenó algo rápido, se desvistió y se fue a dormir. Antes de quedarse dormida en su cama de sábanas blancas, miró al techo de la habitación y pensó en lo aburrida que era su vida a comparación con la de las otras personas. Estaba cansada, quería una vida emocionante y llena de aventuras, no una vida monótona y tediosa.

Más tarde, se acordó de Marcos. Aquel chico de pelo moreno desordenado, el cual, no se había parado a pensar cómo sería su vida.

-Sería divertida, seguro-pensaba medio somnolienta- Seguramente sería un niño de papá que hacía lo que quería sin importar sus consecuencias y que sus padres le daban todo lo que quería. No lo soportaría, si lo hubiese conocido. Porque odiaba a las personas así de infantiles y mimadas.

Mientras pensaba en esta persona, se le iban cerrando los ojos poco a poco, hasta que se quedó dormida del todo.

Por la Puerta De EmbarqueDonde viven las historias. Descúbrelo ahora