Capítulo 41

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—¡Maya! —la voz de Jeremiah llega a mis oídos en el instante en el que pongo un pie fuera del gimnasio.

Una sonrisa amplia se dibuja en mis labios cuando lo veo trotar en mi dirección.

—¿Cómo te fue? —hablo, cuando me alcanza en la entrada.

Él hace una mueca y su expresión decae un poco, sin embargo, se las arregla para regalarme su sonrisa habitual.

—No pude verla —trata de sonar casual, pero la decepción se filtra en el tono de su voz—, pero, ¡hey!, mañana puedo intentarlo otra vez.

—¿Sus papás no la dejaron salir de nuevo? —inquiero.

—Su mamá —suspira y niega con la cabeza—. Es tan jodidamente...

—Cuida tus palabras, Jeremiah —lo reprimo, pero no he dejado de sonreír—. Es su madre.

—¡Es que está loca! —exclama, dejando escapar toda la frustración acumulada—, ¡no es como si Amber tuviese doce años, por el amor de Dios!

—Pero tiene dieciocho y, por lo que veo, sus papás cuidan demasiado de ella.

—Tampoco es como si yo fuese diez años más grande que ella. Solo le llevo dos años y unos cuantos meses —bufa—. Sé que no estudio, pero, ¡vamos!, tengo un empleo, un auto y buenas intenciones.

—Ten paciencia —lo aliento—. Van a darse cuenta de que eres un buen chico tarde o temprano.

Él suspira.

—Como sea —masculla—. ¿Nos vamos? Nick nos espera en el auto y todavía tengo que pasar por el imbécil de Rob.

Una sonrisa se filtra en su expresión y asiento. Estamos a punto de echarnos a andar, cuando me percato de la presencia de Ethan, uno de los instructores del gimnasio. El chico ondea su mano cuando me ve y le correspondo el gesto con amabilidad. Después, camina hacia el lado contrario de la calle.

Un empujón me hace volver mi atención hacia Jeremiah, quien me mira de forma sugerente.

¡Oh, cállate! —suelto después de cerciorarme de que Ethan no puede escucharnos.

—¡No he dicho nada! —alza las manos en señal de rendición, pero sonríe como niño en Navidad.

—¡Siempre que el tipo habla conmigo pones esa cara! —me quejo mientras avanzamos por la calle vacía.

—¿Cuál cara? —me sonríe con inocencia, pero sé que cree que me siento atraída hacia él.

¡Esa! —espeto y lo señalo.

—Maya, el tipo está bueno. No se necesita ser homosexual para notarlo —medio ríe—. No está mal si te gusta.

—¡Pero no me gusta! —chillo—, ¡apenas sé cómo se llama!

Jeremiah se encoge de hombros y aparta el cabello lejos de su rostro.

—Siempre puedes averiguar más cosas, ¿sabes? —dice, en tono casual—. Luce como un buen tipo. Tiene mi aprobación.

—Sí, bueno —mascullo—, no necesito de tu aprobación para salir con alguien.

—¡Oh, claro que la necesitas! —me mira con fingido horror—, ¡no voy a permitir que vuelvas a salir con matones!

No quiero que duela, pero lo hace. El comentario cala en lo más profundo de mi pecho.

—Vete a la mierda —escupo, porque no puedo evitarlo.

BESTIA ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora