8 de abril, 2021
Carlos estaba garabateando en sus apuntes de Técnicas cuando le vibró el teléfono. Se sacó los cascos y desbloqueó la pantalla con la huella dactilar. Al principio, como el sol le daba de lleno, no distinguió bien de qué era la notificación. Subió el brillo, entrecerró los ojos y su corazón se saltó un latido. Todo a la vez, ni un segundo de margen. Era un mensaje de Iván.
OJAZOS: estás muy guapo mordisqueando el boli ;)
Iván estaba en frente con sus amigos, al lado de las canchas. ¿Cómo no lo había visto? ¿Cuánto tiempo llevaba allí el muy cretino? ¿Naranja butano? Iván se mordió el labio inferior, los ojos le brillaban pícaros y a Carlos se le olvidó hasta cómo respirar con normalidad. Le sonrió a trompicones, como si le costara la vida y, al mismo tiempo, fuera lo más natural del mundo. Estaban ahí juntos, con varios metros de distancia y en dos realidades aparte. Pero juntos.
Tú estás horrible con ese chándal del mercadillo
tío me duelen los ojos
Desde lejos, Iván le miró horrorizado y se llevó una mano al pecho, el muy dramas, ¡luego decían de él! Carlos se aguantó la risa y ocultó el rostro detrás del teléfono. Desde su última discusión, las cosas habían mejorado entre ellos. Esa misma noche Iván le llamó por teléfono y le contó más sobre su padre, sobre la presión que tenía sobre los hombros desde que era un crío y lo harto que estaba de sus comentarios inocentes. También se disculpó, de mil formas distintas y le hizo un millón de promesas («nunca más te voy a gritar», «te juro que hablaré contigo cuando quiera mandar a la mierda al mundo» y «tú, Pepe y yo muy lejos de aquí, no sé cómo ni cuándo, pero te doy mi palabra»). Él se había muerto en cada una de sus promesas, en cada uno de esos escenarios que se formaban en su cabeza, en lo que dijo y especialmente en lo que no, en lo que se quedó en el aire. En ellos. Su padre quería que accediera a una beca internacional y estudiara Medicina, que fuera un cirujano de renombre. Pero él no sabía qué hacer con su futuro, así se lo contó entre hipidos y puñetazos al aire, y que por eso se había comportado como un capullo esa tarde. «Lo pagué contigo y no me di cuenta de lo gilipollas que estaba siendo hasta que Salgado me empujó. Qué fuerza tiene la tía, me dejó noqueado». Carlos estaba seguro de que en realidad sí que sabía lo que quería, pero que no se atrevía a decirlo en voz alta. Estuvieron así, en silencio, con el teléfono bien sujeto, durante horas.
Fue devastador.
Fue rozar el paraíso con la yema de los dedos.
«Eres un ingenuo, Espósito».
OJAZOS: ahora se llevan estos colores
y no es del mercadillo, inculto
es carísimo
Lo que tú digas
Si así duermes por las noches...
en serio quién combina esos colores????
OJAZOS: perdone usted, gurú de la moda
eso que llevas es de la sección de mujer?
la ropa no entiende de géneros
qué hago yo si estos pantalones me quedan de infarto?
OJAZOS: son altos y anchos, son de mujer
te ha faltado decir que son estampados,
para quedar como un cavernícola de campeonato
Quería parecer indignado, pero le salió como el culo. Iván le lanzó un beso y le guiñó un ojo. Carlos puso los ojos en blanco. Era cierto, para él la ropa no entendía de género, por eso compraba siempre aquello que le quedara como un guante. Y todo le quedaba genial. Esa mañana llevaba unos pantalones anchos de talle alto de flores, un crop top semitransparente, también de flores, y un sujetador deportivo para no escandalizar a los profes. Si no estuviera muerto de nervios, ni con el corazón a mil por hora, se pondría en pie y le haría un pase de modelos. A nadie le extrañaría, Carlos Espósito hacia el idiota a todas horas y sin ningún motivo.
Iván le señaló la pantalla del teléfono. Carlos se cubrió la boca para no reírse a carcajadas. ¡Había usado sus selfis meme para hacerle stickers! Era para matarlo. Estaba a punto de hacérselo saber, con algún que otro corazoncito de por medio, cuando una de las chicas de su grupito (si no recordaba mal, era de Sociales como Elena), que había estado ignorando a Iván todo el rato, se puso en pie, recogió sus cosas y se le acercó. Carlos no supo qué le dijo, ni en ese momento ni después, pero sí que, fuera lo que fuera, sería incapaz de olvidarlo. Maca, porque ese era su nombre, se puso de puntillas y le dio un beso en la comisura de la boca, borrándole la sonrisa a él, que estaba muy lejos y con el corazón pisoteado en el suelo. Después, se largó corriendo.
Iván no le miró. Eso fue lo peor.
¿Quién es?
Dos tics azules.
Ni una sola mirada.
Carlos se sintió como un idiota; regresó a sus apuntes para encontrarse con que, lo que había estado garabateando, habían sido los ojos de Iván. «Es suficiente», se repitió mientras agarraba con fuerza su cuaderno. «Es más que suficiente», se dijo al borde de las lágrimas, con la cadenita de oro flotando sobre los apuntes y con unas ganas tremendas de gritar y acabar con todo. «No me afecta. No me afecta», y un cuerno que no le afectaba. No veía sus manos, no distinguía su letra ni sus garabatos, solo borrones y remolinos de sombras. Solo oscuridad, placentera y cómoda.
—Tú, Pepe y yo muy lejos de aquí, no sé cómo ni cuándo, pero te doy mi palabra.
—¿Qué dices? Que creído te lo tienes, ¿eh? ¿quién te ha dicho a ti que iría contigo a ninguna parte?
—Carlos, soy irresistible, no me jodas.
Y dolor, punzante y abrasador sobre el pecho.
.
.
pido perdón
y paciencia
(bebed mucha agüita y cuidaros del calor)
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Somos efímeros (YA A LA VENTA EN AMAZON)
Jugendliteratur"La chica que sentía demasiado, la que se convertía en Muerte y el chico que temía a las sombras. Estaban juntos, el resto no podría importarles menos". El internado la Gloriosa abre las puertas al nuevo curso escolar, uno repleto de secretos efímer...