25. en la distancia, siempre en la distancia

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3 de mayo, 2021

Era el día de puertas abiertas.

No había clases ni exámenes ni entregas ni menciones a la temida selectividad, las extracurriculares hacían demostraciones públicas y los estudiantes, con sonrisas artificiales y códigos QR a juego en las camisetas, guiaban a los recién llegados por las instalaciones, manteniendo las medidas de seguridad impuestas por la Junta y siguiendo las recomendaciones del ayuntamiento. Todos los años recibían familias de todas partes de la península y de las islas, algunas con intención de matricular a sus hijos al año siguiente, otras para ver que se cocía entre esas cuatro paredes y otros por probar suerte. El año pasado optaron por una visita virtual. Ese día se repartían también los formularios de inscripción para las becas. Se entregaban cinco al año; los alumnos que la recibieran tendrían todos los gastos pagados de su estancia en la Gloriosa, desde su entrada hasta el título de bachiller y la matrícula de la PEvAU.

Vaya lujazo, había hasta bufete libre.

Carlos procuraba escabullirse durante las puertas abiertas. Su madre nunca pedía el día libre para ir a verle, pese a que él, desde cuarto, exponía sus mejores trabajos en la sala de arte. No le molestaba en lo más mínimo, así podía tirarse todo el día encerrado en el cuarto sin sentirse culpable. Pero ese día, donde el despertador quedó relegado a un cajón, Elena y Julia aparecieron en su cuarto a las ocho de la mañana, con esas horrendas camisetas turquesas puestas, y lo sacaron entre amenazas de cosquillas y promesas irresistibles. Él debería haberse negado, tenía un millón de excusas en la punta de la lengua, pero al final se rindió.

—¡No, cinco minutos más!

—O te levantas ya o te echo agua encima.

Debería haberlo hecho, así se habría librado de la humillación pública.

La zona de deportes era la más cotizada. Ni distancias de seguridad ni mierdas. Allí la gente no respetaba nada. Él acompañó a Elena en contra de su voluntad, porque Julia le había prometido al club de cocina que iría a echar una mano (¡ja, ayudar, iba a hacer el tonto con su novia!). Si bien la rubia le aseguró que quería comprobar que todo estuviera en orden, los dos sabían muy bien que lo que quería era ver a Verónica Galán haciendo su presentación en la pista de baloncesto. El equipo de atletismo estaba realizando su propio espectáculo, con pantalones cortos y todo. Muy americano. Carlos, con las gafas de sol puestas y un abanico de «puto calor» como extensión de la mano, buscó con la mirada a Iván; tardó un rato en dar con él. Con cuidado de no llevarse a nadie por delante, se acercó a la pista todo lo que su corta estatura y su cuerpo delgaducho le permitieron. Iba a sacar el móvil, cuando Iván se acercó a la zona de descanso, probablemente para beber agua. Estaba guapísimo, hasta sudado.

Carlos quiso acercarse para decírselo, o para hacerse notar.

No le dio tiempo.

Maca estaba sentada en el banco, con una venda en el tobillo y el rostro brillante por el sudor. Iván se puso en cuclillas a su lado. Carlos se quedó quieto en el sitio, mudo y paralizado. Más tarde, comprendería que las sombras le habían inmovilizado de los pies a la cabeza y se habían asegurado de que viera la escena con todo lujo de detalles. «Por tu bien». Era lo único que explicaría por qué se quedó ahí, incluso después de que Iván agarrara con suavidad el rostro de Maca, le sonriera, con esa sonrisa suya del demonio que debería ser ilegal, y le diera un Señor Beso delante de todos, padres, madres, tutores y cuerpo estudiantil, teléfonos en mano. Sería la foto con mayúsculas, esa que se imprimiría en los periódicos del centro si aún tuvieran periódicos en papel. Sería la foto de la página web, la de las redes sociales. El niño rico de la Gloriosa, hijo de dos directivos de la Junta del cole, con la chica más guapa de segundo de bachiller, premio de las Olimpiadas de Matemáticas por dos años consecutivos y probablemente una futura ingeniera importantísima o cualquier cosa parecida.

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