13 de octubre, 2020
La biblioteca era la joya de la Gloriosa, situada en la segunda planta, igual que las salas comunes y gran parte de las aulas más grandes, era un espacio inmenso con estanterías que llegaban hasta el techo y que se complementaba con los archivos del sótano, a los que solo tenían acceso algunos profesores (investigadores, sobre todo) y sus respectivos estudiantes ayudantes. Julia llevaba como voluntaria desde cuarto, al principio como auxiliar, ahora como auxiliar jefa. Si bien tenía un horario flexible, procuraba pasar casi todo su tiempo libre allí.
Era más fácil no escuchar nada.
Y era el lugar idóneo para estudiar.
Con los auriculares puestos, con Vetusta Morla a un volumen moderado y con el pelo recogido en dos moños bajos, se puso manos a la obra. Había un buen puñado de libros fuera de lugar y muchísimo trabajo de mesa. Estaba contenta. Eso la mantendría entretenida hasta su próxima clase. Cogió un libro al azar, comprobó la signatura en el tejuelo y se dirigió hasta el pasillo de Lingüística.
Además, desde hacía unas semanas, siempre puntual, sin faltar ni una vez, aparecía Luna Guerrero, con sus pelos de colores, sus pantalones raídos, sus zapatillas desgastadas y sus camisas de cuadros, para llevarse un libro. A veces un manual para clase y otras un libro al azar. Siempre con la nariz metida en su tablet, con la mochila colgada de un hombro y los cascos al cuello. Tenía una de las sonrisas más bonitas del mundo, y un gusto exquisito para las lecturas, porque el otro día se llevó los cuatro tomos de Heartstopper y se cameló a la bibliotecaria para que aumentara el presupuesto para la sección de Literatura Juvenil con un tiramisú casero que hizo salivar a media biblioteca.
Julia comprobó la hora.
Ese día llegaba tarde.
Eran las cinco y cuarto pasadas. En cuarenta y cinco minutos tenía que dejar su puesto. Se mordió el labio inferior, después de dar vueltas entre las estanterías, se dirigió hasta el mostrador y desbloqueó el ordenador para actualizar el Calc y revisar las faltas.
Cinco y veinte.
Veinte minutos tarde.
Cinco y veintisiete.
No iba a venir, pensó decepcionada.
Alguien soltó un manual sobre la mesa y ella dio un respingo. ¡Qué susto!
—¡Lo siento muchísimo! Perdona, no quería asustarte.
Era ella.
Un coro de «¡sh!» inundó la sala. Para cuatro gatos que había a esa hora, hicieron más ruido que Luna disculpándose. A Julia no podía importarle menos, con la boca abierta y con el corazón a mil por hora. ¿Se le había olvidado cómo se respiraba? ¿No debería cerrar la boca?, ¿por qué la mantenía abierta? Luna estaba allí, mordisqueando el esmalte morado de sus uñas. ¿Tenía mechas violetas ayer?
Estaba guapísima, debería ser ilegal.
Ese pensamiento la pilló desprevenida.
—No pasa nada —atinó a decir, incluso consiguió que su voz no sonara chillona; se quitó uno de los auriculares y le dio una pequeña sonrisa—. Estaba ensimismada con mis cosas.
¡El culmen de la inteligencia! ¿Eso era lo único que se le ocurría decir? Luna asintió con una media sonrisa, el pirsin en su nariz, un arito dorado con una estrella captó toda su atención. Era más fácil así, fijarse en los detalles, perderse en ellos que intentar desentrañar el calorcito agradable que se le había instalado en el estómago al verla allí, justo al alcance de su mano. Y las dos se quedaron ahí, como tontas, mirándose y sin hacer nada.
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Somos efímeros (YA A LA VENTA EN AMAZON)
Jugendliteratur"La chica que sentía demasiado, la que se convertía en Muerte y el chico que temía a las sombras. Estaban juntos, el resto no podría importarles menos". El internado la Gloriosa abre las puertas al nuevo curso escolar, uno repleto de secretos efímer...