Capítulo 31

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Con ferocidad, Helios abrió la pesada puerta que lo mantenía prisionero en aquella habitación injustamente, abriendo paso entre los muebles que bloqueaban su camino. Sin titubear ni perder un segundo, apartó con fuerza los sofás y mesas que se interponían, dejando un rastro de escombros y polvo a su paso. A pesar del agotamiento y el dolor en su frágil cuerpo, se negaba a detenerse.

Al llegar a la salida, se encontró con un grupo de guardias situados en su camino, obstaculizando su escape. Pero su determinación no flaqueó, y con la mirada desafiante, levantó el mentón, notando a Lydia entre ellos, que mostraba una expresión avergonzada mientras evitaba su mirada.

—Déjenme salir de aquí. —ordenó el rubio con voz áspera. Pero los guardias se miraron entre sí, apretando las empuñaduras de sus espadas con un palpable nerviosismo, mientras luchaban por mantenerse firmes.

—Lo sentimos mucho, señor —habló uno de ellos, el más alto— Pero no tenemos permitido dejarlo salir.

Soltando una risa fatigada, Helios se acercó a él, provocando que este tensara su mandíbula.

—Supongo que debemos pelear, ¿no es así? Debo enfrentarme a cada uno de ustedes para poder salir —murmuró con una mirada sombría— Y por supuesto que podrán conmigo ahora que soy un débil humano, pero les aseguro que recuperaré mis poderes y les haré pagar a cada uno de ustedes ¡si me hacen perder otro maldito segundo en este lugar! —exclamó, endureciendo su voz.

Los guardias se miraron incómodos, comprendiendo que enfrentarse a ese dios sería un error fatal. Sin embargo, un gesto de Lydia, les ayudó a tomar la decisión de dejarlo libre.

Helios los empujó con brusquedad, liberándose de su prisión, y salió corriendo del palacio, con Lydia detrás de él, siguiendo sus pasos.

—¡Señor! —llamó ella, pero el rubio seguía alejándose sin mirar atrás— ¡La señorita Selene se dirige al palacio de Zeus!

La noticia paralizó a Helios, y volviendo su mirada a la menor,  maldijo en su interior con el temor hirviendo en su sangre al imaginar lo peor.

En medio del sereno fluir de un río, iluminados por el atardecer, Hyunjin y Félix se encontraban de pie, con sus manos entrelazadas, sumergidas en el agua que llegaba a la altura de sus cinturas

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En medio del sereno fluir de un río, iluminados por el atardecer, Hyunjin y Félix se encontraban de pie, con sus manos entrelazadas, sumergidas en el agua que llegaba a la altura de sus cinturas. Despojados de sus pesadas capas, solo portaban camisones, el menor envuelto en un blanco impoluto, mientras que Hyunjin vestía su característico negro. La tela adherida a sus cuerpos mojados resaltaba la silueta de sus pechos y abdomen.

—¿Estás seguro de que deseas casarte de esta manera? —preguntó el pelinegro, recibiendo una cálida sonrisa por parte del contrario.

—Siempre he creído que es la mejor forma de hacerlo. —respondió Félix con convicción— Siendo dioses, poseemos el poder de entrelazar nuestras almas y forjar nuestro destino por voluntad propia. ¿Acaso existe una manera más sublime de sellar nuestro amor que haciéndolo nosotros mismos? Además, de esta forma evitaríamos la parte de ofrecerle tributos y sacrificios a Hera, siendo ella la representación del matrimonio en el Olimpo; debemos recibir su bendición, y no existe ningún otro dios en estas tierras que desprecie más que a ella. —añadió con recelo— Créeme, deseo casarme de esta manera. En este río, siendo nosotros los únicos testigos de nuestras promesas.

Luna del inframundo | Hyunlix Donde viven las historias. Descúbrelo ahora