Capítulo 21

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El bullicio del pueblo, de las ruedas de las carretas que eran manejadas por caballos, las voces de los humanos y las risas de los niños, sacaban sonrisas del rostro de Minho, quien se ocultaba con la capucha de su capa morada, sentado en un banquito de madera, observando con admiración el trabajo de todas las personas que lo rodeaban. Acostumbraba a visitar el pueblo por las mañanas, a pesar de ser un lugar de constante ajetreo, él sentía tranquilidad.

—¿Por qué Zeus los obliga a casarse? —preguntó Ava, una niña de 13 años que había visto más de una vez a Minho por el pueblo, y gracias a la persistente presencia del dios en el pueblo, ambos formaron una pequeña amistad.

—Quiere que nuestros poderes sean reclamados por la futura generación. Que nuestros hijos hereden nuestras fortalezas. —suspiró él, viendo como la menor lavaba varias fresas en un tazón de madera— Desean continuar con el intachable linaje de dioses.

Ava frunció el ceño.

—A ver... —exhaló Minho, imaginando las dudas de la contraria— Pregunta.

—No tengo preguntas. —negó ella, aún con la frente muy arrugada.

—Ava, sabes que puedes preguntarme lo que quieras.

—Está bien. —sonrió enseguida— El hijo de Zeus va a casarse con el hijo de Helios— el mayor asintió, atento a sus palabras— ¿Cómo piensan heredar sus poderes?

Minho apretó los labios, al ver la incomodidad en la menor.

—¿Entiendes? —prosiguió Ava pero el mayor negó con su cabeza, disfrutando de su incomodidad.

—¿A qué te refieres? —preguntó, fingiendo desconcierto.

La menor hizo a un lado el tazón y lo observó por varios segundos. Minho pudo leer en su expresión lo mucho que luchaba por encontrar las palabras correctas.

—Es decir... —dijo ella— Son hombres.

Aquello provocó una risotada en el contrario.

—Sabía que detrás de tu incomodidad existía algo cruel. —dijo, sacudiendo su cabeza.

Ava se ruborizó, avergonzada.

—No es cruel... —musitó.

—¿No pueden tener hijos por ser hombres? —repitió Minho, arqueando una ceja— Es cruel.

—Es imposible. —refutó Ava, cruzándose de brazos.

—Somos dioses. —sonrió el mayor con picardía— ¿No has escuchado que en el Olimpo no existen reglas?

La menor amplió sus ojos con exageración.

—¿Los hombres pueden quedar... ?

De nuevo la risa atacó a Minho, interrumpiendo a Ava, que se sentía como motivo de burla para el mayor.

—No, cariño. —suspiró él— No pueden.

—¿Vas a responder a mis dudas o continuarás con las burlas? —regañó la menor.

Minho alzó sus manos, rendido ante el tono elevado que estaba usando la contraria.

—Existen las ninfas o alguna otra diosa. —se dignó a responder— Los dioses se ponen de acuerdo y deciden cuál vientre escoger entre ellas.

—¿Sin su consentimiento? —espetó Ava.

—Cualquiera moriría por llevar en su vientre al hijo de un dios. —contestó Minho, evitando reír otra vez.

—No me digas. —resopló ella— Así que cierran sus ojos y elevan el dedo para escoger entre millones de ninfas y diosas, cual de ellas correrá con la suerte de engendrar a sus hijos ... —murmuró, con afincada ironía.

Luna del inframundo | Hyunlix Donde viven las historias. Descúbrelo ahora