Capítulo XXX - Ahogo

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Una vez que nacen conexiones tan profundas que van más allá de la sangre, es difícil tratar de romperlas mediante el olvido, pues, de alguna manera, vuelven a encontrase entre la incertidumbre que trae consigo el destino.

Su mirada sin luz se tornó a una de angustia, su cuerpo temblaba con fuerza, y su mente... su mente era un caos.

Un hombre de piel morena, cabello tan blanco como el algodón, una altura intimidante y una mirada congelante se encontraba frente al chico, pero, además... un peculiar detalle, y algo que Briel tenía mucho sin ver... era la forma semihumana que adoptó el dragón, pues sus grandes alas, filosos cuernos, uñas afiladas y blancos colmillos estaban reluciendo frente a él.

-Ryu...tú... ¿qué haces aquí?

El chico cayó al piso, y a pesar de que sus piernas temblaban, salió corriendo. No quería verlo, tantos sentimientos juntos en su cabeza lo hacían solo querer escapar... aunque fue en vano, pues por más que tratara de escapar, el dragón lo alcanzaba una y otra vez, sin embargo, algo que notó es que parecía que la bestia no podía hablar.

Sus acciones estaban limitadas por alguna razón.

Ante la situación, el dragón estaba frustrado, ya que no podía actuar como lo haría con normalidad, así que solo arrojó al humano al suelo y se colocó encima de él.

Descolorido por el susto y el enojo, Briel lo pateó y le gritó. -¡QUE BRUTO! ¡¿QUE NO VES QUE PUEDES LASTIMARLOS?!

Con una mirada feroz, sujeto su vientre, pero... algo estaba mal.

No tenía su gran barriga, ni las escamas negras, su cuerpo había vuelto a la normalidad.

-Pero... ¿a dónde se fueron? Mis... mis... lagartijitas...

Algo se rompió dentro de su corazón desatando un llanto que provocó que la mirada sin luz de la bestia se enterneciera un poco.

Sin mostrar aviso alguno, sujetó el rostro del humano, y calló su llanto con un profundo beso.

Impactado por la repentina acción del moreno, y sin entender lo que estaba pasando, el pelinegro trató de empujarlo, pero sus brazos no tenían la fuerza necesaria para hacerlo. Por la desesperación, el chico mordió varias veces la larga lengua del dragón, pero no parecía que lo lastimara, incluso las fuertes patadas que lanzaba parecían ni inmutarlo.

Al separarse de aquel asfixiante beso, el peliblanco sujetó con su alargada cola las manos temblorosas del humano, mientras que a la par, rompía su ropa mientras admiraba su cuerpo desnudo.

El rubor del chico no era solo por la vergüenza, sino por el coraje que resurgía de todo su ser. Los recuerdos y aquellas palabras que escuchó esa noche cuando regresó al reino de las bestias después de recibir la noticia de su embarazo retumbaban en su cabeza...

"Hacen una gran pareja"

"La estuvo esperando por tanto tiempo"

"Su prometida es bellísima"

"Se ve feliz al verla, debe de estar muy enamorado"

"¿Qué pasará con el humano con el que juega"

"Tendrá que deshacerse de él"...

El caos en su corazón contribuía al caos en su mente y viceversa.

Sin aguantar más, su mente explotó. -¡DEJAME LAGARTIJA IDIOTA PERVERTIDA! ¡YA TIENES A TU PROMETIDA! ¡Hazle estas cosas a ella! ¡NO A MÍ! ¡YA NO SOY NADA MÁS QUE UN HUMANO CUALQUIERA! Y tú... ¡TÚ YA NO ERES NADA PARA MÍ! ¡MALDITO PERVERTIDO DE MIER----

El amante del dragónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora