Capítulo XXXIV - Lotán y el alma fracturada

54 7 6
                                    

Tal como esperaba, sus niños tendrían la misma apariencia del ser al que tanto amó, no obstante, como si fuera una cruel broma del destino o tal vez una maldición, fue lo último que vió antes de cerrar sus ojos una vez más después de haber pasado por aquella difícil tarea.

Muy en el fondo de su corazón, temía no poder despertar ya que esa oscuridad en la que se encontraba era como un pozo de arenas movedizas que no lo dejaban escapar por más que forcejaba su cuerpo tratando de salir, sin embargo, en uno de esos tantos esfuerzos, un impulso eléctrico lo hizo recobrar su consciencia, sin embargo, aunque anhelaba despertar y ver a sus bebés, se llevó la sorpresa de su vida al ver en dónde se encontraba... o bien... en dónde se encontraba su alma.

Solo fue cuestión de segundos para que el chico se percatará que su cuerpo y su alma estaban separados, y que ahora se encontraba en las profundidades de aquel ojo de agua en el que acababa de dar a luz.

Asustado y sin entender bien la situación, intentó subir hacía la superficie, pero fue en vano, ya que una poderosa barrera le impedía salir del agua, por lo que comenzó a golpear la barrera una y otra vez, pues estaba desesperado por ver a los gemelos.

Harto y con una sensación de vació, el pelinegro se percató que de las profundidades se acercaba una criatura con una risa muy peculiar.

Con un tono de voz que reflejaba una actitud de superioridad, la bestia marina habló.

-Humano ignorante, no vas a poder pasar por esa barrera, deja de intentarlo, aunque es gracioso verte tan desesperado.

El chico paró de golpear la barrera y al verlo de cerca, recordó a esa criatura de ojos dorados, piel verdosa y una enorme cola que semejaba al cuerpo de las anguilas en su mundo, la cual le había brindado su ayuda a cambio de su sangre.

-Ahh~ mira que tenerme encerrado con esta anguila fea en vez de estar con mis adorables hijos, la vida me odia al parecer.

-¡¿QUÉ, CÓMO QUE ANGUILA FEA?! ¡HUMANO IGNORANTE! ¿QUÉ TE CREES? Te hago un favor y tú me insultas, mira que por eso dicen que los humanos son seres groseros y mentirosos.

Briel entendió esas palabras, y conforme la anguila humanoide seguía quejándose, el pelinegro trató de calmarse.

Unos minutos después, al fin los dos se encontraban uno frente al otro más relajados. Con un semblante un tanto rígido, el chico comenzó a hablar tranquilamente con él.

-Tu nombre es Lotán, ¿verdad? Muchas gracias por ayudarme a dar a luz, sin ti no lo hubiera logrado, aunque... si te soy sincero, me gustaría que me pudieras explicar qué está pasando, ¿dónde están mis hijos?, ¿por qué mi alma está separada de mi cuerpo?, ¿dónde está mi cuerpo? Si me dices lo que está pasando, te prometo que ya no le pegaré a la barrera de esa manera tan escandalosa, es que... necesito ir a verlos y verificar que están bien, mis niños son mestizos, entonces tengo miedo de que algo no esté bien con ellos.

A pesar de no mostrar lo admirado que lo dejaron esas palabras que reflejaban una total sinceridad, la criatura marina sujetó su mano, y lo llevó hasta una cueva en las profundidades del ojo de agua.

Una vez dentro de la majestuosa cueva cubierta por cristales de tonos verdes y rojizos, la bestia de piel y cabellos verdosos soltó el brazo del chico y lo sentó en una especie de alfombrilla de florecillas marinas.

Al examinar su alma, se percató que el humano tenía varias cicatrices, era algo curioso, pues solo traumas inimaginables podían dejar tales rastros en algo tan sagrado como lo era el alma de un ser vivo, además, cuando se dió cuenta de la desesperación contenida en la mirada del pelinegro, la criatura comprendió que no trataba con un humano cualquiera a quien podría matar con facilidad.

El amante del dragónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora