Capítulo XLIII - Una herencia invernal

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Desde que conoció a ese dragón, nunca pasó por su mente que en algún punto de su vida esa bestia orgullosa pudiera comportarse... tan dócil y atento hasta el punto de asemejarse a un perro guardián perdidamente enamorado de su dueño.

El humano no entendía cómo aquella imponente criatura cuidaba del jardín con tal delicadeza todos los días, era atento a cualquier llamado que hacía, protegía con determinación y un curioso cariño distante a los gemelos, además de apoyar a la abuela Alya en sus tareas cotidianas, y sobre todo, respetaba los límites que él había impuesto si quería seguir a su lado en el Dandelion; pequeñas atenciones que sin darse cuenta, resultaron en la fractura de aquella capa acorazada que cubría su desconfiado corazón humano.

Después de esa noche en la que Ryu cuidó de Briel, el chico decidió ser más flexible con los límites que le había impuesto al dragón.

Ahora podía entrar y salir con libertad del Dandelion, y podía interactuar de manera menos restringida con los niños. La abuela Alya estaba que brincaba de alegría, mientras que Orion y Giri no dejaban de evitar que el moreno no se acercara más de la cuenta a Briel.

Los celos estaban al tope.

Las cosas se vieron más esperanzadoras para el dragón un día en el que viento cálido y el aroma del rocío se combinaron en un agradable vals entre las ramas de las plantas medicinales que cuidaba en el jardín de la abuela.

Al escuchar que Briel lo llamaba, dejó todo y rápidamente se dirigió al lugar.

La escena lo extrañaba un poco, ya que Orion y Giri no dejaban de discutir con el pelinegro que atento arreglaba una mochila con cosas para los niños y artículos de recolección.

Despreocupado, el chico continuó como si nada pasara.

-Abuela, ¿puedes colocar a los gemelos en mi espalda?

Sin poder ocultar su felicidad, la abuela lo ayudó a prepararse.

-Cariño, no les hagas caso, ya sabes lo escandalosos que son. – Sujetando con cuidado a los pequeños con un amarrado especial a la espalda de Briel, la abuela los acarició de las mejillas y empezó a hablarles. -Kin, Yue, mis niños, recuérdenle a su madre que me traiga raíz de florina, saben que es un olvidadizo sin remedio, y pórtense bien, no jueguen a las escondidas sin Giri o mamá no podrá encontrarlos de verdad, ¿entienden?

Al unísono, los gemelos respondieron con entusiasmo a la abuela.

En contraste, mostrando un rostro que reflejaba unos profundos celos, Orion sujetó la mano del pelinegro y le dio una pequeña botella con un líquido blancuzco.

-Solo te dejamos hacer la recolección con esa bestia por el bien de los gemelos, además Giri los cuidará, pero ante cualquier caso, ya sabes para qué es el agua de heracleum, úsala si es necesario, ¿lo entiendes? Y tú Giri, no te alejes de este idiota.

El humano le agradeció y se dirigió al atento hombre que no entendía lo que sucedía a su alrededor, pero sentía la mirada de odio de Orion y la mirada juzgadora de los gemelos.

Dando pequeños toques a su ancho pecho, Briel dijo a la criatura.

-Llévanos, te indicaré el camino.

Como si fuera en automático y sin preguntar nada, Ryu sujetó a Briel y a los gemelos, y en cuestión de un par de parpadeos, todos se encontraban sobre el gigantesco lomo del dragón navegando entre las tranquilas nubes mañaneras.

Un poco sorprendido por lo instantáneo de la actitud del dragón, el chico preguntó. -No me preguntaste hacía dónde vamos ni porqué te pedí que nos llevaras, pero tú sigues mis ordenes sin chistar, ¿no estás enojado?

El amante del dragónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora