Capítulo LIII - Un dragón primerizo

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Días después de la cita en el lago, los vientos de otoño se tornaron en el inicio de un invierno abrazador, por lo que, como lo hacía cada año desde que realizó aquella promesa en el ojo de agua, Briel volvió junto a Lotán mientras las hadas de las corrientes marinas volvían a despertar de su sueño, sin embargo, antes de irse, planeó cuidadosamente una estrategia para probar los verdaderos sentimientos de Ryu hacía sus pequeños, ya que, aunque sabía y podía sentir los fuertes sentimientos que el dragón tenía hacía él, no podía decir lo mismo de los niños, parecía que había un pequeño escudo que los gemelos habían impuesto a su progenitor, a consecuencia, el dragón no podía acercarse como debía pese a sus continuos intentos, solo le quedaba verlos a lo lejos.

El humano queriendo que esa hostilidad se fracturará y que el dragón se animará a acercarse más a Kin y Yue, pidió a Giri, a la abuela Alya y a Orion, que no brindaran demasiada ayuda a Ryu mientras se encargaba de cuidar de ellos en su ausencia, pues quería que se esforzará más para ganarse el corazón y la confianza de los gemelos.

Durante la mañana de su partida junto a Kairi, aquella salamandra de agua volcánica que había ayudado hace un tiempo, se despidió de todos, abrazó y besó las mejillas regordetas de sus lindos niños, y finalmente, se puso de puntillas y abrazó con fuerza al enorme hombre mientras a la par susurraba su última indicación antes de desaparecer entre la gélida ventisca que marcaría el inicio de su travesía.

-Esta es tu prueba definitiva, si la apruebas, aceptaré la propuesta que me hiciste hace unos días. Cuida bien de ellos, son tan traviesos, que no te quiero medio muerto cuando llegue en un par de semanas. Ryu... gánate su corazón, sé que eres una bestia tontamente persistente, así que lo lograrás, solo... debes ser tú mismo y confiar en tí.

Terminando su pequeña forma de darle ánimos, mostró una traviesa sonrisa y en un parpadear, desapareció junto a Kairi rumbo al ojo de agua donde lo esperaría Lotán.

En ese momento, inició una de las tareas más difíciles que enfrentaría el dragón en toda su vida... cuidar de unos muy traviesos cachorros de dragón sin morir en el intento.

Gracias a las historias que todos contaban, se imaginaba a lo que se enfrentaría, después de todo... eran sus hijos.

Dos horas después de la partida del chico, Ryu entró despavorido al Dandelion...

-¡ORION!, ¡¿HAS VISTO A KIN Y A YUE?!, ¡NO LOS ENCUENTRO!

Mirándolo con una cara de "ya sabía que esto pasaría", volteó su mirada de decepción y continuó preparando sus conservas de fruta.

-No ha pasado ni un día y ya los perdiste. Arréglatelas para encontrarlos, Briel nos indicó que no te ayudáramos a cuidarlos, solo podemos guiarte en ciertas cosas. Encuéntralos antes del anochecer, o Giri te matará.

Preocupado, y frustrado por la situación, en ese instante entendió el porqué antes de marcharse el azabache le había regalado una sonrisa traviesa... su querido juguetón sabía lo que pasaría poco después de su partida.

Mostrando sus colmillos en señal de frustración, partió de nueva cuenta hacía el campo abierto en el que estaba jugando con los gemelos hace unos minutos atrás.

Tomando su forma semi humana, decidió caminar en vez de volar ya que sabía que los niños no podrían volar con esas ráfagas de viento tan heladas.

Sobándose la cabeza mientras miraba en cada rincón del camino hacía el lugar donde los perdió de vista por unos segundos, se dijo así mismo en forma reflexiva.

-No puedo detectar su maná... esto debe ser obra de Briel... ay~ esos cachorros heredaron esa parte traviesa del chico...

Riendo nerviosamente, continuó con su ardua búsqueda, temiendo que el anochecer cayera sobre el bosque a su alrededor, intensificó la búsqueda. Con el corazón al tope, todos sus instintos se activaron al ver pequeñas bolitas de un potente fuego azul persiguiéndose entre sí a lo lejos.

El amante del dragónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora