Capítulo XII - Un humano muy humano

197 23 4
                                    

Se dice que entre más cercanos estén dos corazones, las palabras se vuelven inecesarias.

Tras largas horas de plática y un descanso bien merecido, el día se hizo noche, y la noche se convirtió en un pacífico amanecer. Al despertar Briel, no podía creer lo que acababa de suceder, pues había compartido con Ryu algunos de sus más fuertes pesares, y a la vez, había podido sentir la calidez de su cuerpo al dormir juntos por la noche.

Tomó un pequeño respiro, se colocó a lado del rostro durmiente del peliblanco, y acarició su mejilla mientras con una voz sumamente serena le decía en voz baja.

-Gracias por escucharme y comprender mis palabras Ryu, eres una lagartija muy amable.

Sin previo aviso, el moreno sujetó la mano del chico y lo abrazo con fuerza.

-Eres demasiado escandaloso, pero niño, vamos a quedarnos así por otro rato, me gusta tu olor.

Un pensamiento lo hizo retroceder, el pelinegro separó su rostro del pecho del hombre.

-¡Ay Ryu! No empieces a olerme, no me he bañado desde ayer, debo oler a...

Antes de terminar su frase, un ave mensajera se hizo presente en el balcón del cuarto. Al verla, Ryu se calmó, Briel ya sabía lo que significaba.

-Tenemos que ponernos a trabajar Ryu, veamos qué es lo que hará Alice y los alados. Vamos a arreglarnos, tenemos que saldar cuentas con ellos también.

El moreno sonrió al ver la fuerza que el chico derramaba en su mirar.

-Bueno, entonces vamos a ver si ese pajarraco sin gracia se salva o termina muerto.

Una hora después, Ryu y Briel se hicieron presentes en la sala principal de la manzana. Como era de esperarse, el silencio supulcral era congelante, sin embargo, los alados tomaron la iniciativa.

Hicieron que todos ellos, y el comante Turdus como la cabeza de tal singular formación, hicieran una reverencia ante Briel, Alice, Ryu, Maru, Ava y los demás que formaban parte de los representes del reino de las bestias.

Sin levantar la cabeza, el comandante Turdus comenzó a hablar seriamente.

-A todos los representantes de nuestro reino hermano, les pido disculpas por mi comportamiento indebido que tuve el día de ayer. Mis palabras vulgares no representan la calidez y amabilidad de mis hermanos y hermanas, no buscamos pelea, buscamos el crecimiento y la protección de ambas tierras. De igual forma, me gustaría hacer hincapié en lo mal que me comporté con el consejero Briel, sin conocerlo, lo juzgué solo por su naturaleza humana y su origen. Me comporté como aquellos que mataron a cientos de los nuestros.

El hombre de piel blanca y alas rojizas, levantó su mirada, dió un par de pasos y se colocó frente a Briel. Sus miradas se volvieron fijas al estar uno frente al otro a pesar de las marcadas diferencias de altura.

-Ofrezco mis plumas como compensación por hacerte pasar un mal rato, incluso estoy dispuesto a renunciar a mi cargo. Consejero Briel, no rompan lazos con nuestro reino por favor, solicite lo que quiera, cumpliré con toda orden que ordene.

Al terminar de hablar, le dió una daga al chico y se colocó de espaldas mostrándole sus grandes y hermosas alas, las cuales eran sumamente especiales, pues para los alados, eran el reflejo de la fuerza de su alma.

Cerrando los ojos, el comandante estaba preparado para recibir un castigo ejemplar a consecuencia de su impulsividad, pero, con algo que no contaba, es que el chico al que insultó sin consideración era un humano... muy humano.

Briel soltó un suspiro, todos a excepción de aquellos que lo conocían pensaban que el azabache le arrancaría las valiosas plumas al comandante que se encontraba postrado con una expresión de dureza en su rostro, pues tenían un alto valor en el mercado ya que eran consideradas como tesoros, pero, para su sorpresa, el chico un tanto risueño solo se mostraba sin interés ante tal propuesta.

El amante del dragónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora