C A P Í T U L O 0 5

110 28 4
                                    


Llegué a casa pasadas las siete de la noche, estaba muy cansada y en lo único que podía pensar era en tomar una ducha y dormir, había pasado por la farmacia y había comprado lo que me encargó mi madre y unas pomadas para la quemadura de mis tetas, no era tan grande después de todo, pero ardía demasiado.

Tuve que terminar el día con una camisa de mi jefe.

Mi madre estaba en su habitación, con cólicos provocados por el período, así que le di un ibuprofeno y la ayudé a ponerse compresas calientes sobre la vejiga.

—¿Ya comiste? —preguntó, con un tono preocupado.

Yo asentí. Casi siempre ceno en el trabajo, es más fácil llegar a casa con el estómago lleno, así sólo tengo que bañarme y dormir.

—Hija, ese trabajo es muy pesado para tí, y te roba mucho tiempo. —continuó, yo la miré y tragué grueso—. Deberías sólo concentrarte en estudiar, la universidad de medicina es muy rigurosa, no acepta a todo el mundo.

Suspiré. Adoraba a mi madre, y quería cumplir sus sueños, pero eso significaba que no cumpliría los míos.

Yo amo los libros, el cine, el arte. Detesto las ciencias, y la medicina forma parte de ese mundo.

A veces quisiera decirle todo, que quiero estudiar filología o Historia del Arte, que quiero unas vacaciones sin tener que estudiar.

Que me encantaría ser una persona normal, pero no puedo, porque soy una cobarde que ni siquiera se atreve a enfrentarse a su madre.

—Lo dejaré cuando acaben las vacaciones, no te preocupes mamá. —mentí, dejando un beso sobre su frente.

Después de un rato su dolor disminuyó, concluimos la breve charla y me fui a mi habitación, tomé una ducha fría y me cambié a una ropa más cómoda.

Ropa de dormir, para ser más exacta.

Aunque tenía que dejar mis tetas al descubierto, porque me dolía el roce de cualquier tela.

Me puse el ungüento y me soplé con la boca.

Hacía calor, así que abrí las ventanas para ir ventilando mientras tomaba un descanso, con mi portátil en manos y un paquete de galletas me instalé en el sofá.

Puse la película Soy Leyenda, de Will Smith, y me acomodé en una esquina.

Esa peli siempre me hacía llorar, yo también quería una perrita, pero mi madre no me dejaba tenerla, por mi alergia.

Al parecer Aaron no estaba en casa, ya era de noche, las estrellas salpicaban el cielo, y la luna estaba hermosa, pero las luces de su apartamento estaban apagadas.

Quería preguntarle que había pasado entre él y el chico de cabello azul. Tenía mucha curiosidad acerca de por qué lo sacó de esa forma del baño, y agradecerle de paso.

No eran ni siquiera las diez de la noche. Él no iba a llegar tan temprano. ¿Verdad?

Decidí irme a dormir después que acabó la película, estaba muy cansada y mañana tenía que ir otra vez a trabajar. No podía esperar por un tío que quizás había seguido mi consejo y estaba en un motel con alguna pelirroja.

El Chico Del Balcón Vecino © REESCRIBIENDO Donde viven las historias. Descúbrelo ahora