C A P Í T U L O 1 8

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...

Una notificación en mi teléfono esa mañana me sorprendió...

¿Te sientes mejor?

El remitente era nada más y nada menos que la persona que estáis pensando. Aaron. Sí.

Casi olvido que intercambiamos números de teléfono gracias a mi estupenda maniobra.

Ja.

Sofía: uno.
Aaron: cero.

Me aclaré la garganta y respondí con un:

Estoy bien. Gracias.

Apagué el teléfono, pues no imaginé que me volvería a escribir, pero rápidamente recibí un:

Sal.

Me alarmé. ¿Qué saliera ahora? ¿Así? Con el cabello desecho, mal aliento y legañas en los ojos. Definitivamente no.

Me levanté cómo si me hubiesen echado un balde de agua encima y me dirigí al baño, me cepillé rápidamente y me aclaré la cara. Me peiné lo mejor que pude y me coloqué un suéter amplio encima del pijama, él ya me había visto con mi pijama, pero por alguna razón creía que a la luz del sol era más evidente mí desaliño.

Espera. ¿Y a mí que me importa lo que piense ese intento de persona?

Joder me estoy volviendo una loquilla del centro.

Despejé la mente y me olvidé de que por alguna extraña razón me había preocupado por mi aspecto antes de ver a un chico.

Todo estaba bien.

Pero al salir del baño tropecé con mis propios pies y caí de espaldas en el suelo, dándome un golpe en las nalgas.

Eso iba a dejar moretón.

—¡Joder! —me quejé amargamente y me sobé inútilmente la zona del golpe.

No esperaba escuchar una risita socarrona al otro lado de mí ventana.

—¿Te caíste Sofía? —preguntó él con un tono divertido. Cómo siempre.

Me llené de vergüenza y confusión y decidí abrir la cortina de mi ventana, ahí estaba él, sentado en mi sofá y sosteniendo entre sus manos, mi libro: ¡Cincuenta sombras de Grey!

Joder no.

Salí al balcón como una tigresa furiosa y lo encaré, pero primero le arrebaté el libros de las manos y lo escondí en mis espaldas.

—¿Qué mierda Aaron? —rugí enfurecida—. ¿Qué haces aquí y por qué traes mis cosas?

Su expresión relajada cambió a una jovial. ¡Joder, incluso se atrevía a burlarse!

Ya se iba a enterar ese cabrón.

—No te rayes. Sólo venía a invitarte a una presentación que tendremos esta tarde en el bar. —contestó tranquilamente—. Vendrán mis amigos así que no te arregles tanto. —y me dió un guiño.

El Chico Del Balcón Vecino © REESCRIBIENDO Donde viven las historias. Descúbrelo ahora