C A P Í T U L O 0 2

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Al chico del balcón vecino le gustaba mucho el rock, lo supe esa misma noche, cuando quería estudiar Historia pero no podía a causa del estruendoso sonido de esas letras vulgares. ¿En serio le llamaba música a esos sonidos de vaca?

Aprobar ese examen era lo más importante para mí en ese momento, y ese idiota no iba a fastidiarlo, le bajaba el volumen a la música o yo le bajaba de su balcón a golpes.

Vale, quizás sin tanta violencia física.

Cogí el cesto de basura de mí habitación en manos y salí al balcón llena de furia. Tomé aire y empecé a gritarle mil improperios, pero tenía la música tan alta que era imposible que me escuchara, así que esperé pacientemente hasta que acabara la canción «una tarea bastante complicada» luego empecé a gritar y a lanzar pedazos de papel enrollado a sus ventanas.

No pasaron ni tres minutos cuando apagó la música, luego salió al balcón, llevaba un pijama negro y el cabello revuelto le caía en cascada sobre sus ojos adormilados.

Por la mueca que hizo, parecía molesto y cansado, se cruzó de brazos y me miró despectivamente.

—¿Y ahora que pasa? —preguntó con un tono calmado pero frío—. ¿No fue suficiente con esta tarde?

Se refiere a nuestra pequeña discusión cómo si se tratara de una pelea a muerte.
Está loco.

—¿Qué que pasa? —cuestioné burlona—. Qué no puedo estudiar por todo el ruido que haces. —expliqué rodando los ojos—. Te recuerdo que vives en un edificio, no en una mansión de Beverly Hills. Ten más respeto con él resto de los vecinos.

—No vivo en tú edificio. —justificó y lo observé soplar el mechón de cabello que caía en su ojo—. Y nadie más se ha quedado que tú.

—Pero está muy cerca. —espeté—. Y me molesta el ruido, por eso me quejo.

—Pues cámbiate de dirección.

¿Qué?

—Me cago en- —me contuve, decir groserías no arreglaría la situación, pero si que me gustaría hacerlo—. Baja la música.

—No puedo hacerlo. Soy músico y estoy haciendo una prueba de sonido. Esto es trabajo. ¿Entiendes?

—¿Músico? Más bien eres un alborotador.

—Ya déjame en paz, niñita. Estás desquiciada. —dijo, moviendo lentamente la cabeza—. Médicate, loca.

—¡Me llamo Sofía! Y no te dejo en paz idiota. Te digo que necesito estudiar.¿Acaso no entiendes el español? —pregunté sarcásticamente—. ¿Te lo tengo que explicar con manzanas?

Este chico ya me estaba sacando desquicio y me iba a conocer.

Él tomó aire, al parecer mis argumentos lo estaban cabreando. Casi mejor, así puedo lanzarle una maceta a la cabeza y decir que fue en defensa propia.

—A mi que me importa, yo estoy en mi casa.

—¡Gilipollas! —grité.

—¡Loca! Ya me tienes harto... ¿Pero yo que te hice mujer?

¿Qué me hizo?

—¿De verdad no lo sabes? —pregunté con una ceja levantada, él negó con la cabeza, el muy hipócrita—. Ofendiste mi casa, mi balcón y mis flores. Dijiste que todo era un colosal desastre. —lo señalé con el dedo—. Y ahora no me dejas estudiar. Eres un idiota.

—Tú a cambio tiraste mis cigarros y... espera... —se detuvo, trasladó todo el peso de su cuerpo al pie derecho y me señaló con una mano, mostrando una sonrisa divertida—. ¿Estabas espiando?

El Chico Del Balcón Vecino © REESCRIBIENDO Donde viven las historias. Descúbrelo ahora