"SIEMPRE EL ARQUERO"

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—¡Elías, creo que encontré el lugar perfecto! —dijo Alexander, señalando un inmenso campo de golf abandonado.

—¡Espera, tengo las manos llenas de cosas! —corriendo hacia el.

—Este lugar es perfecto.

—Sí... creo que sí... —exhausto.

—¿Por qué tan cansado? Solo corrimos un par de kilómetros —dijo Alexander, dándole unos golpes amistosos en la espalda.

—¿Un par? Me obligaste a correr siete kilómetros desde el campamento, ¡siete! —Elías se tiró al suelo, tratando de recuperar la respiración.

—Qué exagerado eres.

—¿Me podrías decir para qué vinimos? Los dos ni sabemos jugar golf.

—No es por eso —rió —. Ven, sígueme.

—¿Más caminata? —Elías casi gritó.

—Son unos pasos más, además necesitas ejercicio.

—Dijo la persona que se comió ocho bolsas de papas fritas —protestó enojado.

—Ya te dije que no fui yo... además fueron siete —extendió la mano para ayudarlo a levantarse.

Siguieron caminando hacia unas antiguas estructuras ocultas en el lado más recóndito del campamento. Se podía ver una cabaña partida en dos, con maderas podridas y una naturaleza seca que rodeaba el lugar.

En el medio, una zona de tiro con arco se alzaba, la parada llena de agujeros y los muñecos de paja en su mayoría estaban comidos por las aves o caídos al suelo.

—Dame una razón para no darte un palazo en la cabeza —susurró Elías con los ojos cerrados.

—¿Por respeto a la naturaleza?

—Es verdad...pero de igual forma me quiero ir.

—Está bien, pero ¿no te parece hermoso el lugar?

—Alexander, es una choza vieja, siete espantapájaros a la mitad y media zona de tiro comida por los gusanos —señaló Elías—. ¿Debería sonreír o llorar?

—Siempre tan aburrido, ve el lado bueno de esto.

Alexander caminó más adentro del lugar, sujetando en sus manos un arco que estaba colgado en el techo, en una vieja viga.

—¿Quieres? —preguntó, pasándole el arco a Elías.

—No sé usar esto.

—No mientas, tu mamá me mostró fotos tuyas donde ibas a clase de tiro.

—Le debo decir a mi mamá que deje de mostrarte todo.

—¿Qué puedo decir? Amo a mi suegra —encogiéndose de hombros.

—Amo a mi suegra —repitió, imitando el tono de Alexander.

Elías apuntó con el arco a un circuito de luz antiguo, respiró hondo y cerró los ojos. Alexander observaba atentamente.

Apretó más el tensón del arco, dirigió la flecha y, soltando los dedos, la flecha salió disparada, acompañada por el viento. Impactó directamente donde quería, partiendo a la mitad el poste podrido; la flecha seguía intacta.

—No pierdo el don —murmuró.

—Te ves hermoso cuando estás concentrado —susurró Alexander, abrazándolo por detrás.

—Será mejor que no me metas los cuernos si no quieres terminar como ese poste —contestó Elías, mordiéndose los labios, una sonrisa reflejada en sus ojos.

Young hearts: Love CampDonde viven las historias. Descúbrelo ahora