"RIO ABAJO"

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La tensión en la cabaña era palpable, como si el aire estuviera cargado de electricidad. Elías, Alexander, Valeria y Charlotte estaban sentados alrededor de la pequeña mesa de la sala, observando a Alexandra, quien estaba de pie junto a la ventana, mirando al bosque más allá.

Sus hombros estaban tensos, y aunque no había dicho una palabra desde que la conversación había comenzado, todos sabían que algo no andaba bien.

—Alexandra... —comenzó Elías, con voz calmada—, necesitamos hablar contigo.

Alexander, sentado a su lado, cruzó los brazos, apoyando el pie sobre la mesa de madera mientras miraba fijamente a Alexandra. Valeria y Charlotte observaban en silencio, esperando una respuesta.

Alexandra no se movió. Su cuerpo permaneció inmóvil, y su mirada seguía perdida en el horizonte.

—Alexandra —insistió Valeria, esta vez con un tono más firme—, ya lo sabemos todo.

Finalmente, Alexandra giró su cabeza lentamente y los miró, sus ojos oscuros y fríos. Durante unos segundos, no dijo nada.

—¿Y qué van a hacer con esa información? —preguntó en voz baja, casi en un susurro. Su tono era desafiante.

Charlotte intercambió una mirada rápida con Valeria antes de intervenir.

—Solo queremos saber la verdad. Nos has mentido desde el principio, y... —comenzó, pero Alexandra la interrumpió.

—¿La verdad? ¿De verdad piensan que pueden manejarla? —preguntó con una risa amarga—. No tienen ni idea de lo que está en juego aquí. Nada de lo que puedan imaginar se compara con lo que está ocurriendo en realidad.

Alexander frunció el ceño, inclinándose hacia adelante.

—Entonces dínoslo. Deja de jugar y sé honesta. ¿Qué está pasando realmente?.

Alexandra entrecerró los ojos, sus labios formaron una sonrisa extraña, casi amenazante.

—No lo entenderían... son solo niños jugando a ser héroes —dijo con desdén.

Elías se levantó de su asiento, la frustración comenzando a llenar su pecho. No era común que perdiera la calma, pero Alexandra estaba comenzando a ponerlo al límite.

—Hemos sobrevivido al mismo infierno que tú. Hemos visto morir a personas, hemos luchado contra monstruos, y aún seguimos aquí. No subestimes lo que somos capaces de hacer.

Pero la expresión de Alexandra cambió de repente. De la indiferencia pasó a algo más oscuro, más amenazante. Dio un paso hacia adelante, su mano escondida detrás de su espalda.

—¿Quieren saber la verdad? —preguntó,  casi siseante—. La verdad es que ninguno de ustedes debería estar aquí. Mi padre, su trabajo... todo lo que hemos hecho era para evitar que cosas como esta sucedieran, pero no lo entenderían. No tienen idea del que porque fueron enviados a Catania, ¿En serio creen que por un estúpido partido de voleibol van a viajar miles de kilómetros a este paraiso?.

Valeria se levantó lentamente de su asiento, notando la tensión en la postura de Alexandra.

—... ¿de qué estás hablando?. Mi paciencia no es juguete.

Fue entonces cuando todo cambió. Alexandra, con un movimiento rápido, sacó su pistola que había estado escondida en la parte trasera de su pantalón. La apuntó directamente hacia Valeria, con los ojos llenos de rabia y desesperación.

—¡No entienden nada! ¡Esto no es solo una epidemia! ¡Es algo mucho más grande, algo que nadie puede detener! —gritó, temblando.

Todos se quedaron congelados por un instante, sorprendidos por la súbita agresión. Valeria levantó las manos lentamente, tratando de calmarla.

—Alexandra, por favor, bájala... no seas estúpida —dijo suavemente.

Alexander, que había estado observando en shock, dio un paso hacia adelante, protegiendo instintivamente a Elías que estaba justo a su lado.

—No tienes que hacer esto, Alexandra. Somos tus amigos, no tienes que enfrentarte a nosotros de esta manera —intentó razonar.

Pero Alexandra ya no estaba escuchando. Sus manos temblaban mientras sostenía el arma, su mirada llena de confusión.

—¡No son mis amigos! ¡Nunca lo fueron! ¡Solo están en mi camino! —gritó, sus ojos desenfocados.

Justo cuando parecía que iba a apretar el gatillo, algo dentro de ella pareció romperse.

Soltó un grito de frustración y tiró el arma al suelo, retrocediendo rápidamente hacia la puerta. Sin decir una palabra más, salió corriendo de la cabaña, dejando a todos paralizados por unos segundos.

—¡Tenemos que seguirla! —gritó Elías, saliendo del shock.

Alexander asintió rápidamente y salió corriendo tras ella, seguido de Charlotte. Valeria tomó un segundo para recoger el arma que Alexandra había dejado caer, con las manos aún temblorosas, y luego salió corriendo detrás de los demás.

Alexandra corría por el bosque a una velocidad impresionante, sus pasos resonaban en el suelo cubierto de hojas. Los demás la seguían de cerca, pero a pesar de sus esfuerzos, Alexandra era más rápida. Sabían que si no la detenían pronto, podría escapar o, peor aún, lastimarse.

—¡Alexandra, espera! ¡El acantilado! —gritó Elías, su voz llena de desesperación mientras corría lo más rápido que podía.

Pero Alexandra no respondió. Estaba cegada por su propio miedo y desesperación, corriendo sin mirar hacia atrás. Fue en ese momento, mientras cruzaba por una zona empinada del bosque, que ocurrió lo inevitable. Su pie tropezó con una raíz sobresaliente, y sin poder evitarlo, perdió el equilibrio y cayó por la ladera de la montaña.

—¡Alexandra! —gritaron Elías y Alexander al unísono, llegando justo a tiempo para ver cómo su cuerpo desaparecía entre los árboles, descendiendo hacia el gran mar que se extendía a lo lejos.

Corrieron hasta el borde de la ladera, pero ya era demasiado tarde. Alexandra había caído, y el sonido del agua al romperse bajo su cuerpo fue lo único que quedó.

Valeria llegó detrás de ellos, jadeando y mirando horrorizada la escena. Charlotte, con las manos en la cabeza, no podía creer lo que acababa de suceder.

—¿Está... está viva? —preguntó Charlotte con un hilo de voz, mirando hacia el mar.

Elías, con la respiración agitada, solo pudo sacudir la cabeza. No había señales de vida desde el agua, solo el oscuro mar que ondeaba suavemente bajo la luz del sol.

—No lo sé —respondió Elías, su voz baja y temblorosa—. No lo sé.

Alexander se acercó a Elías, colocando una mano en su hombro, tratando de consolarlo. Nadie decía una palabra. El viento frío soplaba suavemente, como si el propio bosque guardara silencio ante lo que acababa de ocurrir.

Finalmente, Valeria rompió el silencio.

—No podemos hablar de esto... nadie la conocía, así que no tendremos problemas —dijo con firmeza, mirando a los demás.

Alexander asintió, aún abrazando a Elías.

—Tienes razón. Nadie debe saberlo. Este será nuestro secreto, y nunca volveremos a mencionarlo —dijo, su voz cargada de determinación.

Los cuatro se quedaron allí por un momento más, mirando el lugar donde Alexandra había desaparecido, antes de dar media vuelta y comenzar el camino de regreso a la cabaña.

Young hearts: Love CampDonde viven las historias. Descúbrelo ahora